viernes, 31 de marzo de 2017

Entrevista a José Ferrater Mora (ABC, 12/3/1989)


José Ferrater Mora
Entrevista
José Ferrater Mora; «El político es un poco, quizá necesariamente, una persona frívola»
DESTACA en el filósofo y novelista José Ferrater Mora su sobriedad, su sentido de la mesura, su hablar pausado y sereno. Nacido en Barcelona, en 1912, vive fuera de España desde 1939, y dedica su vida al trabajo filosófico y literario, con residencia permanente en Estados Unidos y algún viaje -al menos, uno al año- a Cataluña, atraída su sensibilidad por la voz de las raíces. Autor de numerosos libros, entre ellos un ya clásico Diccionario de filosofía, de prestigio internacional, la moderación es la actitud vital de José Ferrater Mora; una moderación combinada con ciertas dosis de escepticismo. Es doctor honoris causa por varias universidades, entre ellas la de Barcelona (1988), y premio Príncipe de Asturias.
Recuerdo haber asistido a un coloquio, grabado por la televisión regional asturiana, en que José Ferrater Mora explicaba a varios escolares cuál era el papel del filósofo. La facilidad didáctica del profesor era prodigiosa y, adaptándose con sencillez al lenguaje de los niños, les decía: «Una mesa puede ser objeto de muy diversas consideraciones. Para un técnico en materiales, la mesa está compuesta a partir de determinada madera, que tiene unas características concretas; de color, de dureza, de flexibilidad... Para un carpintero, haber convertido la madera en mesa representó un grado de dificultad que hubo de superar con su oficio. Para un historiador del arte, la mesa pertenece a un determinado estilo, con unas influencias estéticas. Para un comerciante se trata de un objeto que produce tal o cual rentabilidad en su venta. Y, en fin, lo que hace el filósofo es relacionar todos esos saberes en su valoración de lo que es, en realidad, una mesa.»
Ferrater Mora es todo lo contrario a un filósofo encerrado en su torre de marfil y dedicado a meditaciones vanas. Sus escritos abordan cuestiones como Cataluña, el arte de escritor, el cine, la investigación científica, el exilio, la comunicación, la guerra, el medio ambiente, la cibernética, la religión, la publicidad, etcétera.
-¿Cuál es el papel del filósofo en la sociedad de hoy?
-Yo casi diría que esconderse para que no lo persigan... En fin, es una broma. Yo creo que el papel del filósofo hoy es, como siempre, decir las cosas con independencia y con la mayor claridad posible, sin estar atado a ningún grupo determinado, porque para eso ya están los políticos y otras gentes. Decir las cosas aunque no sean populares, a veces. Me parece que, para cumplir bien su papel, no debe intervenir demasiado frecuentemente en la vida pública, porque pueden decir: «Este señor, ¿qué sabe que no sepamos nosotros?» El filósofo, si realmente cumple con su función, empieza por tranquilizarse, por calmarse, por sentarse y, en vez de precipitarse o de seguir instrucciones de tal o cual partido, se esfuerza para decir las cosas con un poco más de objetividad, un poco más de serenidad
-¿Cuál es su diagnóstico sobre la sociedad española de hoy?
-Con respecto al pasado, a los últimos no sólo cuarenta, sino ciento cincuenta años, me parece que soy optimista porque, en efecto, si uno lee la historia de España de ese tiempo ve que éste ha sido un país que ha andado renqueando, con dificultades, con luchas civiles, etcétera. Desde ese punto de vista, francamente, la situación es mejor. Pero eso no quiere decir que no haya problemas. Si en la sociedad humana no hubiera problemas, la sociedad no existiría. Esto no quiere decir que esté afirmando que todo vaya muy bien, que las cosas sean maravillosas, porque hay muchos defectos, muchas cosas que corregir, que pensar: hay demasiadas precipitaciones.

-¿Qué es el trabajo para un filósofo? ¿Es un castigo?
-No. Contrariamente a lo que la Biblia impuso en aquellos tiempos en que el trabajo manual era muy pesado y el sudor de la frente para ganarse el pan era literalmente el sudor de la frente, en las circunstancias actuales el trabajo es una condición indispensable para llenar la vida. La prueba es que una persona que no tenga trabajo, aparte de las dificultades económicas, y aunque tuviese dinero, es una persona que no sabe qué hacer y cuya vida va siendo progresivamente vacía. El trabajo es una de las muchas actividades, aunque también el ocio es importante, y también la reflexión es importante, y el ejercido físico, y la lectura, etcétera
-¿Qué tiene que decir un filósofo sobre el terrorismo?
-Yo soy totalmente opuesto a la violencia de toda clase, sobre todo una violencia injustificada. Tengo escrito algo sobre la violencia y he dicho cosas que me parecen de sentido común. Citaba el caso de unos prisioneros en un campamento nazi, que no tenían otra solución para salir del campo donde habían sido encerrados sin culpa suya, porque eran judíos, o rusos, o italianos, o lo que sea, que ejercer la violencia. Pero planteémonos que el comandante del campo les hubiera dicho que había que discutir sobre su situación y tratar de resolverla. Entonces la violencia sería absolutamente inaceptable. Algo similar ocurre en España y en otros países. La violencia es inaceptable porque muchas cosas se pueden resolver o. por lo menos, apaciguar hablando. Entonces, en efecto, el terrorismo es un ingrediente desfavorable pero, aunque no sea un consuelo, se trata de un ingrediente no específicamente español, sino general, mundial.
-¿Cómo valora usted la obsesión por el dinero fácil que invade a la sociedad española: el consumismo, el auge de las quinielas, de las loterías, de los bingos...?
-Se trata, también, de un fenómeno universal. Yo creo, y es una opinión puramente personal, que este último ya famoso octubre negro en Nueva York es debido a que mucha gente quería hacer dinero demasiado deprisa. El dinero se hace muy deprisa si uno compra un valor en Bolsa a dentó y lo vende a doscientos al día siguiente, pero todo eso es puramente artificial. Es una tendencia que se ve en España, pero también en otros países, y yo creo que sería conveniente tratar de convencer a la gente de que se trata de un aspecto negativo.
-¿Cree que la sociedad española imita mucho a la americana? La televisión, por ejemplo, nos está imponiendo una serie de pautas y se dice que cualquier ciudadano de nuestro país conoce mejor las calles de Nueva York que las de su propia ciudad o de su propio pueblo.
-La influencia es real. Los medios de comunicación en Estados Unidos están muy desarrollados. Ha ocurrido algo realmente curioso, y es que Estados Unidos ha ido descendiendo económicamente en los últimos diez o doce años, han bajado el dólar y el poder industrial en comparación con los veinte años siguientes a la segunda guerra mundial, pero hay dos cosas que se han mantenido en auge: una es la industria aeroespacial y la otra es la que llaman entretenimiento; es decir, los medios. ¿Qué ocurrió en el cine? Ya antes de la primera guerra mundial empezó el cine en Estados Unidos con mayor vigor e intensidad que en otros países, y esto le situó en una posición tal que todo lo que se veía de cine venía de allí: la gente veía las cocinas americanas, las calles, los pueblos. Este fenómeno se fue incrementando a través de la radio y la televisión, cuya influencia es impresionante.
-¿Se da en España una actitud contradictoria, de admiración y de rechazo, hacia lo norteamericano?
-Es natural. Todo lo que ejerce una atracción al mismo tiempo ejerce una especie de repulsión. Uno mismo, a veces, se siente avergonzado de seguir de una forma tan imitativa una cultura ajena. Además, creo que toda forma de cultura -sobre todo de cultura de masas- que tenga influencia produce esos dos efectos, un efecto de atracción y otro de repulsión.
La transición y la Monarquía
-Su marcha a Estados Unidos ¿se produjo por razones políticas?
-Yo no estaba comprometido políticamente ni lo estoy tampoco; pero estaba en el Ejército republicano durante la guerra civil y cuando salto el Ejército salí yo a Francia. Entonces me pareció que la situación en el país no era la más adecuada para llevar a cabo una labor intelectual como la que yo me proponía llevar, y luego pensé, y, en efecto, así ocurrió, que iba a tener lugar una guerra mundial que empezaría en Europa dentro de poco; de modo que me fui a América en el año mil novecientos treinta y nueve.
Primero estuve en Cuba dos años, y más tarde me trasladé a Chile, donde estuve siete años. En Cuba daba conferencias y escribía; pero en Chile ejercí la docencia. Salí de Chile para Estados Unidos por una razón de azar, como ocurre muchas veces. Me ofrecieron una beca y la acepté. Gentes que vivían allí, como Pedro Salinas y Américo Castro, me animaron a quedarme con el argumento de que había numerosas librerías y que las cosas parecían estar más tranquilas que en otros países.
-¿Tuvieron alguna vez sentido de grupo los españoles que residían en Norteamérica, como Pedro Salinas, Américo Castro, Severo Ochoa, usted mismo?
-No. Todos se entendían muy bien, pero no creo que hubiera sentimiento de grupo ni tampoco se producían fenómenos que se suelen dar en estos casos, como resentimiento o deseo de afirmarse como tal grupo. Además, sin rechazar la cultura americana. Salinas decía: «Lo que tengo que hacer hasta el final de mi vida es aprender un poco más del español.» Recuerdo una vez que alguien le preguntó por qué no escribía poesía en inglés y respondió que todavía no hacía aprendido el español bastante bien...
-¿Cómo siguió usted desde allí acontecimientos recientes de la historia de España: la muerte de Franco, la transición política, etcétera?
-Yo, en aquella época venía aquí con bastante frecuencia, y entonces me daba cuenta de que ya antes de morir Franco empezaba la gente a hablar cosas insospechadas. De hecho, las cosas se ven en perspectiva inmediata, pero una perspectiva histórica más larga le convence a uno de que hay cosas de las que no se da cuenta la gente. La realidad empezó a cambiar en este país hacia el año sesenta. El Gobierno era igual y decía las mismas cosas y se celebraban las mismas procesiones religiosas y se interrumpían partidos de fútbol para inaugurar un pantano, cosas absurdas; pero al mismo tiempo se notaba que había un cambio social, independiente del Gobierno. Y ese cambio se aceleró, no sé si paradójica o explicablemente, cuando Franco decidió incorporar al Opus Dei, y la política económica dejó de ser autárquica, y comenzó la liberalización. Se veía al país cambiar, de forma que los últimos años de Franco me parece que constituían un enlace normal con la España posterior. Los historiadores tendrán que examinar en el futuro ese período con gran atención porque parece que ha habido una especie de milagro. Es indudable que no se han producido todos los trastornos que se podían esperar, en gran parte, desde luego, debido a la habilidad de la Monarquía. Creo que está todo el mundo de acuerdo en que Don Juan Carlos ha actuado de una forma muy hábil, quizás aconsejado por su padre o por gentes de buen sentido. Por tanto, se debe a unas personas que haya habido ese tránsito, pero también se debe a que el trasfondo económico y social lo permitía. Si se hubiera llegado al momento de la muerte de Franco y hubiera habido una situación económico-social de gran tensión, creo que hubiera sido todo más difícil y complicado. Por esas circunstancias, la transición no fue tan brusca como parecía a primera vista.
-La sabiduría del pueblo español como protagonista de la transición, ¿es un tópico?
-Los pueblos son distintos pero al mismo tiempo reaccionan de forma muy parecida frente a las situaciones, y muchas veces las diferencias entre los pueblos son debidas a que en el curso de su historia han tenido distintos problemas que afrontar. Me parece que el pueblo español, en general, no es sustancialmente distinto en sus reacciones a otros, lo que pasa es que las circunstancias son distintas. En los últimos veinte años de España hubo una moderación, quizá producida por el recuerdo de la guerra civil, por todas las heridas que dejan venganzas y por el deseo de no repetir esa situación.
-Los políticos parecen tener poco prestigio como grupo o como profesionales en la sociedad española. ¿Sucede esto también en América?
-Si. En todas partes. El político está más a la vista y, por tanto, se le buscan las cosquillas. Lo que a veces hace cualquier ciudadano normal y no pasa nada, lo hace el político y al instante se levantan las voces. El político es un poco, y quizá necesariamente, una persona frívola. No es una persona que pueda ni que deba siquiera sentarse tranquilamente a estudiar un problema. Además, ¿sería posible un político que no fuera llevado por el poder? Yo digo sí, pero me parece que no funcionaría como político, de modo que son precios que hay que pagar.
-A veces se plantea en España que el ataque de que son víctimas los políticos pone en cuestión la propia vida democrática. ¿Cree usted que los políticos deben ser criticados y censurados por el pueblo?
-Claro que sí. Si no, ¿quién los va a criticar? No van a ser sus familiares o sus amigos. Esto, que a veces llega a extremos excesivos, representa un freno para el político. Imagínese a un político no criticado: haría lo que le diese la gana.
La fama y el compromiso
-La Europa de la Comunidad Económica Europea ¿coincide con la que propugnaba Ortega, con la que era receloso Unamuno?
-Ortega escribía desde ciertos puntos de vista, en los cuales no se prestaba gran atención a cuestiones económicas, de modo que es comprensible que la idea de la unidad europea de Ortega no coincidiera siempre con la idea actual. Su idea era más bien una idea de unidad cultural, mientras que actualmente influye mucho el aspecto económico-social. A Unamuno le gustaba mucho decir cosas chocantes, que no se sabe si las pensaba o no. Unamuno decía «que inventen ellos» y, por otro lado, era una de las personas que más leía y más se interesaba por otras producciones. Su conocimiento de la literatura francesa, inglesa, alemana, danesa, portuguesa, italiana o hispanoamericana era mucho mayor que el de Ortega.
-¿Cómo valora usted la expectación existente hacia el año dos mil, hacia el siglo veintiuno?
-Es algo puramente convencional. ¿Qué diferencia habrá entre el treinta y uno de diciembre de mil novecientos noventa y nueve y el uno de enero del año dos mil? Ninguna. Por otro lado, puesto que las comunidades han organizado su vida económica, social, cultural y hasta espiritual según calendarios, y estos calendarios va por décadas, y las décadas van por siglos, resulta que esta impresión que tiene la gente de que se termina una época y empieza otra refleja sus propias convicciones.
-El deseo de independencia de un filósofo ¿implica que sea un solitario?
-Sí. Pero se puede ser también solitario en compañía. Solitario no quiere decir que no vaya a una tienda llena de gente a comprar un producto que necesita. Solitario quiere decir que, en la formación e sus opiniones, trata de no dejarse influir demasiado por la gente que está a su alrededor. No hay ningún tema específicamente filosófico; pero, en cambio, hay una manera de analizar la realidad que puede llamarse filosófica, que consiste en relacionar cosas que cada persona ve de un modo independiente.
-¿En qué medida influye el filósofo en la sociedad?
-Hoy no influye, al menos directamente. Ahora bien: no sabemos lo que va a pasar en el futuro con la filosofía que se hace hoy porque si nos referimos al pasado vemos que los filósofos tampoco habían influido directamente sobre la sociedad de su tiempo. Azorín decía que hay famas verticales y famas horizontales, y esa opinión es muy aplicable a la filosofía. La fama vertical es la fama instantánea: todo el mundo te conoce y luego, al cabo de cincuenta años, nadie sabe quién has sido; la fama horizontal es esa que no es muy intensa, pero que continúa a través del tiempo y que en el fondo es mucho más efectiva que la otra.
-La palabra compromiso aplicada a los filósofos ¿está pasada de moda?
-Sí. Hubo un tiempo, sobre todo después de la segunda guerra mundial, con el auge del existencialismo, en que se hablaba de que el filósofo tenía que comprometerse. Esa idea no era solamente el compromiso político, sino lo que llamaban compromiso existencial, debido a la opinión de que el filósofo era una pieza esencial de su propia filosofía. Me parece que hoy ha desaparecido esa idea de compromiso porque se entendía muchas veces políticamente, casi siempre.
-¿Cómo afronta usted las contradicciones de un mundo que gasta millones de dólares en llegar a la Luna, y en el que subsisten millones de seres muriendo de hambre?
-Desde el punto de vista razonable, ¿para qué gastarse tanto dinero en todo eso cuando hay tantos problemas que se podían resolver? Por otro lado, el hombre no sólo es un ser razonable, sino que también tiene su aspecto irracional. Y ser razonable consiste en reconocer que hay esos aspectos irracionales. Hay una especie de deseo de escape, indudablemente, en cada persona, como lo hay en el individuo más humilde que apenas tiene que comer, pero se va al cine. Eso explica por qué hay en todas las ciudades chabolas donde lo primero que se ve son antenas de televisión. Pienso que, colectivamente, estamos hablando de la búsqueda de un escape.

-¿Qué cosas le quitan el sueño?
-Lo único que me preocupa son los proyectos de trabajo que pueda tener. Como en los últimos cinco años he hecho más novela que filosofía, me preocupan especialmente las novelas que estoy escribiendo.
-Ese novelista que lleva dentro y que surgió, por lo menos de una forma pública, hace relativamente poco, ¿es un filósofo en busca de evasión?
-No. Se produce porque yo he dicho, en filosofía, todo lo que podía decir. Me temo que podría seguir escribiendo, pero me repetiría mucho. Entonces evito la repetición cultivando otra zona para la cual uno está más o menos dispuesto.
(A mediodía, desde la casa barcelonesa de Ferrater Mora, la ciudad presenta su rostro más dinámico. Ante ese espectáculo, la misión del filósofo no es otra que la de relacionar los distintos aconteceres.)
ABC, 12-3-89, pp. 18-20.

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