«FANTASIA Y EVASION EN LA LITERATURA»
Antonio R. DE LAS HERAS
NOS hemos citado en casa de Álvaro Cunqueiro. José María Castroviejo llega puntual: pocos segundos después llama a la puerta Eligio González, que tiene en su taberna el mejor vino del Ribeiro, viene a traer unas botellas a Cunqueiro: al vernos decide quedarse como oyente. Echamos de menos la presencia de Juan Perucho, pero son muchos los kilómetros que le separan de Vigo. A Castroviejo, en cambio, que vive en Tiran, frente a Vigo, ría por medio, le ha bastado tomar una vez más uno de los vaporcillos que la atraviesan.
Igual
que el químico deja caer en la disolución sobresaturada un trozo de sólido
cristalino para que precipite, yo he recurrido a un juicio del profesor
Torrente Ballester sobre la evasión en el arte, para también “precipitar” la
conversación, es decir: centrar exclusivamente sobre este tema las ganas de
hablar que observo en mis contertulios. Y así les digo:
—Torrente
Ballester en “Teatro español contemporáneo”, escribe: “El arte de evasión está
comprometido con la mentira, y por eso es inmoral”.
CUNQUEIRO.
—No estoy en absoluto de acuerdo con esa
frase de mi querido amigo Torrente Ballester. En primer lugar porque no creo
que haya una literatura de evasión. En segundo lugar porque no sé, ni creo que
lo sepa nadie, lo que es verdad cuando nos metemos en eso que, desde hace
tantos siglos, se viene llamando literatura. El escritor es un hombre que tiene
una cierta visión de las cosas; a esa visión algunas veces se le llama
realismo, pero resulta que puede haber cuatro realismos a un tiempo, todos
ellos referidos a la misma cosa. Por ejemplo, yo tengo aquí...
Y
se levanta; va hacia una de las estanterías. Nos trae cuatro libros, los cuatro
de viajes por unas zonas muy concretas de Castilla la Vieja, para ver esos
pueblos anémicos, que mueren, o ya son sólo el esqueleto: desiertos. Los cuatro
autores pretenden dar una visión objetiva, real, del problema de los pueblos
que desaparecen al ser arrastrados sus habitantes por la riada de la vida
moderna, pero el resultado es que son cuatro testimonios distintos.
CUNQUEIRO—...En mi opinión no hay que hablar de
literatura de evasión. Kafka está dentro de lo fantástico—o mejor, afinando un
poco más, de lo fantasmático—, sin embargo sus obras se consideran como un testimonio
de la posición del hombre de nuestro tiempo dentro de una sociedad técnica,
masificada, con el poder abusivo del Estado que entra por puertas y ventanas, y
que nos grita “slogans” y nos impone técnicas de educación, etcétera. Cualquier
escritor creador que se siente con la pluma en la mano ante una cuartilla, diga
lo que diga, dirá siempre la verdad, que puede tener que ver con el trabajo y
vida del hombre, pero también puede hablar de sus sueños, de sus esperanzas, de
sus frustraciones... Yo puedo escribir de ángeles, porque sueño con ellos, y
porque creo en su existencia; y otro escritor puede contarnos la dura vida de
un minero. Los dos décimos la verdad: yo la verdad de los ángeles, él la verdad
de la vida en la mina.
CASTROVIEJO.
—Imaginación no está reñida con realidad,
sino que la acompaña fielmente y la ennoblece. Toda gran obra literaria es un
poco o un mucho literatura de evasión; aunque refleja la realidad, tiene algo
de evasión de esta misma realidad, puesto que si no hubiera este “quid divinum”,
esta chispa sagrada de evasión no atraería ni fascinaría a las gentes. Pensemos
que el reciente éxito de los dos grandes creadores de la mejor narrativa
hispanoamericana, para mí, Alejo Carpentier en su "Siglo de las
luces" y García Márquez en “Cíen años de soledad'”, se debe a que en estas
dos novelas tocadas por el ala sagrada de la imaginación no se empaña, ni mucho
menos, lo que pueda haber de acusación social y política.
—
¿Nuestra actual literatura español «está necesitada de inyecciones de
imaginación?
CUNQUEIRO.
—Ahora no. Ha habido unos años muy
tristes con esa literatura que llamamos social y en donde todas las novelas
eran iguales. Yo he hecho la experiencia con mis hijos: coger cuatro o cinco
novelas de éstas y empezar con una, continuar, a las pocas páginas, con otra,
luego con otra, etcétera, y parecía que era una sola novela, pues todas se
desarrollaban en tabernas o cuartuchos inmundos y con el mismo pobre
vocabulario. Esto ha pasado ya, pero de lo que si estamos necesitados en
España, como en tedas partes, es de literatura en libertad: libre y creadora.
—Se
confunde frecuentemente imaginación con originalidad, y es por eso que el
escritor se esfuerza en “encontrar” algo nuevo, cuando en realidad lo que tiene
que hacer es “encontrarse” a si mismo, descubrir el filón que pueda tener y
sacarlo a la luz a través de sus obras. La imaginación, segregada en el
interior del artista, es específica e intransferible, por eso es original siempre.
Cuando falta la capacidad imaginativa el proceso es inverso: en vez de ser la
imaginación lo que dé originalidad a las obras, se busca “a priori” la
originalidad—falsa entonces—que encubra la impotencia creadora
CUNQUEIRO.
—Este es el peligro, quizá tan grande
como el de la literatura social, aunque distinto. La gente se lanza, sin tener
la gran parte de las veces ni la menor vocación para ello, a la rebusca de
nuevos modos formales de expresión. Todavía hay aquí una buena porción de
escritores y lectores interesada por “le neuveau román”, cuando ya en Francia a
nadie le interesa este movimiento. También se está pasando aquí una gran
temporada de “célinismo", Céline tiene ahora muchos discípulos... y ya se
sabe: los discípulos de uno imitan lo peor.
CASTROVIEJO.—Quiero hablar sobre algo que hoy se está
olvidando mucho Don Ramón del Valle-Inclán aconsejaba, con aquella sagacísima
intuición, que el escritor viviera intensamente, porque la vida es el mejor
sendero, pero, ¡ay!, que leyera mucho, sin olvidar a los clásicos, que no
tuviera prisa y que trabajara sus libros. Decía también don Ramón que los niños
prodigios sólo se producen en las matemáticas y en la música, no en la
literatura. Esto creo que es muy conveniente recordarlo ahora, porque estamos
hartos de tantos niños prodigios que aparecen por ahí sin saber las reglas
gramaticales, pero creyéndose ungidos por un numen especial, que ellos sólo
conocen, y que desdeñando toda tradición literaria anterior se laman a
escribir. Como éste es un caso que, por desgracia, se reitera con frecuencia,
según se comprueba en tantas entrevistas en las que estas personas hacen gala
de su genio, no está de más una llamada a la humildad frente a tanta pedantería
y tanta estupidez.
Suena
en un reloj atrasado seis discretas campanadas. Cunqueiro se acuerda al momento
de que tiene mucha prisa... Ya estamos de pie.
ABC
Mirador, Madrid, 10 de
septiembre de 1970. pp 93 y 95.
Don Álvaro Cunqueiro, además de un escritor con una imaginación prodigiosa, era una bellísima persona. De lo mejor que ha parido Galicia.
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