El primer libro que leí de José Rafael Hernández Arias fue este Nietzsche y las nuevas utopías que editó en 2002 Valdemar. Este texto ha pasado prácticamente desapercibido aún cuando representa una de las críticas más inteligentes -realizada , posiblemente, por uno de los grandes traductores de Nietzsche al castellano- a la influencia del filósofo alemán. Esta crítica, además, posee el valor de realizarse en uno de los países -España- donde la recepción del autor de Así hablo Zaratustra ha encontrado una aprobación y beneplácito más amplio y acrítico -una fascinación muchas veces rayana en la adoración- en la institución académica. Fue a partir de los años setenta y ochenta (V. el libro de Francisco Vázquez García Hijos de Dionisos), cuando este "neonietzscheanismo" español se presentaría en sociedad a partir del libro colectivo A favor de Nietzsche (1972). Este "movimiento filosófico" retomaría no tanto a la tradición que arrancaría, en 1893, con la traducción al catalán de Joan Maragall de fragmentos del Zaratustra y con su adopción por los autores de la generación del 98 -como Maeztu, Baroja, Valle-Inclán y Azorín-, como aceptaría la moda cultura parisina del momento, de los Deleuze, Foucault, Bataille o Klossowski, que centraba su atención -como señala Nicolás Gonzalez Valera- en textos como el fragmento póstumo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, la "Segunda Intempestiva", aforismos de Más allá del bien y del mal o de El crepúsculo de los ídolos. Esto es, realizaba una lectura del pensador alemán al margen de los elementos histórico-sociales que podrían encontrarse en libros como el Zaratustra, El Anticristo o en el escrito de juventud El estado griego.
En este libro José Rafael Hernández Arias toma en consideración algunos de estos aspectos político-sociales del filósofo alemán y los vincula al desarrollo actual de unas nuevas utopías tecno-eugenésicas que, en el presente, buscarían el alumbramiento de una suerte de superhombre basado en criterios biológicos y cibernéticos. Para el autor, una de las características fundamentales de nuestra época sería el sometimiento de la moral a criterios económicos y biológicos (eutanasia, reproducción asistida, ingeniería genética, transhumanismo...) a partir, justamente, de estos elementos de la filosofía de Nietzsche .
La sección que se presenta aquí pertenece al primer capítulo, en él Hernández Arias centra su atención en las razones por las que se mantendría la fascinación que ejerce Nietzsche sobre la mentalidad moderna.
Ni que decir tiene que desde este modesto blog no sólo se recomienda la lectura de este libro sino que se implora a la editorial su reedición.
Ni que decir tiene que desde este modesto blog no sólo se recomienda la lectura de este libro sino que se implora a la editorial su reedición.
NIETZSCHE, ¿UN FILÓSOFO
PARA EL SIGLO XXI?
«A World ends when its metaphor has died[1]»
Archibald Macleish
¿Qué
relación guarda Nietzsche con el desarrollo de la tecnología genética, con la
cirugía estética, con la realidad virtual, con las nuevas utopías cibernéticas,
con la industria cinematográfica de Hollywood, con el fenómeno de la mundialización,
con la creciente ingobernabilidad del mundo? Éstos, nos guste o no, son rasgos
y fenómenos de la época en que vivimos, y Nietzsche, por el momento, está presente
en ella como el filósofo más popular y, quizá, el más influyente. Pero ¿qué condiciones
pueden permitir que su pensamiento se catapulté al nuevo milenio en que vivimos?
Reina cierta coincidencia entre los filósofos al explicar la actualidad de Nietzsche,
se ha hablado de una obra incompleta, de que Nietzsche, abatido por el rayo de
la demencia, no pudo «pensar hasta el
final», aún más, que, debido a las manipulaciones de una obra disgregada,
desvertebrada e inorgánica, era necesario «salvar»
su pensamiento. Esta interpretación, a la que se han sumado filósofos de peso
como Heidegger o Derrida, cuenta con muchos defensores, pero encierra un
peligro fundamental. Una y otra vez se construye sobre los cimientos
nietzscheanos y se otorga a toda la obra una legitimación filosófica ficticia,
ya que los resulta dos son los del intérprete y no los de Nietzsche. No resulta
extraño que nos veamos obligados a tratar con una hidra de mil cabezas: un
Nietzsche spengleriano, heideggeriano, foucaultiano, jüngeriano, etc. Por
añadidura, se emprende una defensa subjetiva del filósofo alemán al que sólo se
tiene acceso a través de esa interpretación personal, al igual que sólo se tiene
acceso al significado originario de un cuadro abstracto a través de la información
que nos transmite el pintor, por ejemplo con un título orientador. Esto desemboca
en lo que podríamos denominar una posesión del filósofo por parte del intérprete
y una confusión entre ambos. Así, existe un tipo de lector que se siente único
intérprete válido de su obra, que mira con desprecio a su alrededor, sacude
despectivo la cabeza, y sugiere que nadie entiende a Nietzsche salvo él. Cualquier
aforismo, por disparatado que parezca, encuentra aposento en su sistema, y su
argumentación siempre es la misma: «Con Nietzsche
hay que tener cuidado. No todo lo que dice se puede tomar al pie de la letra,
hay varios planos de comprensión».
Esta
relación gnóstica entre autor e intérprete resulta inquebrantable, pues la
obra de este último surge como un apéndice de la masa contradictoria de los
escritos nietzscheanos, de lo que se ha hecho una selección muy personal. Así
pues, este carácter abierto de sus textos fomenta una integración que le
procura actualidad. Cada pasaje de Nietzsche se completa con la visión del
intérprete, se funde con él, y gana mediante esta identificación un pasaje
hacia el futuro. Aquí podríamos hablar de la «subjetivización» del filósofo; esto es, en realidad pasa a formar
parte no sólo del acervo intelectual del lector, sino de su personalidad. Su
lectura peculiar de Nietzsche satisface su necesidad de originalidad y de
distinguirse del resto de los mortales. Si a esto añadimos que el filósofo
alemán, con su desprecio por las masas y su filosofar en primera persona, alienta
fantasías de superioridad o singularidad, el cuadro queda completo.
Anónimo. Nietzsche con una
corona de espinas (1900) Goethe Schiller
archive, Weimar
|
A este
tipo de lector se añade otro cuya parcialidad también resulta manifiesta. En
este caso se selecciona una de las múltiples máscaras nietzscheanas y se
extiende un tupido velo sobre el resto de la obra. Gracias a este método ha
surgido el Nietzsche psicólogo, humanista, satírico, ilustrado, racista, crítico
del poder, antiburgués o anarquista. Cada una de estas facetas se convierte en
una perspectiva o en una clave interpretativa. Podemos mencionar el siguiente
ejemplo para ilustrar cómo funciona esta aproximación. Nietzsche, al final de
su vida consciente, se quejó de la necesidad de lectores irónicos para su obra.
Esta manifestación del filósofo se ha interpretado de una manera peculiar. Así,
hay lectores que ejercen esa ironía respecto de aquellos pasajes de la obra de
Nietzsche que desean camuflar, no les gustan o no se adaptan a sus ideas. Si
criticaba a los judíos en un aforismo, el lector saca la conclusión de que esa
crítica debe entenderse como un guiño irónico o no debe tomarse en serio; si
Nietzsche se mostraba favorable al exterminio de las personas débiles o enfermas,
se debe entender como una exageración inocua en un plano abstracto, causada por
un acaloramiento ocasional de esa «cabeza
de pólvora», como una fantasía lúdica o como una exaltación poética de la
eutanasia como derecho inalienable del individuo. En definitiva, estamos ante
una castración o desactivación de aquellas aristas que afectan a la
sensibilidad del lector.
Para
hacer hincapié en esa visión hipersubjetiva de la filosofía nietzscheana, mencionaremos
la evolución del concepto de nihilismo en Heidegger y las piruetas mentales a
las que sometió. Con la toma del poder nacionalsocialista, el filósofo de Friburgo
comenzó su aproximación al nuevo movimiento político con una interpretación del
concepto de nihilismo en Nietzsche, el cual no se debía entender como un final
del desarrollo histórico de Occidente, sino como la transición hacia un nuevo
inicio. Heidegger distinguió, al igual que Nietzsche, dos tipos de nihilismo,
uno pasivo o negativo y otro activo o positivo. Por supuesto que cuando
Nietzsche se calificaba de nihilista, según Heidegger, se refería a ese
nihilismo activo, que no era sinónimo de ocaso, destrucción y decadencia, sino de
esperanza y de futuro. Con los primeros éxitos militares del
nacionalsocialismo, Heidegger aplicó esta teoría e identificó el nuevo poder
político con el nihilismo activo, esto es, el nacionalsocialismo encarnaba ese tipo
de nihilismo «creativo», ya que «nihilismo y nihilismo no son lo mismo» o
«existe un concepto nihilista del
nihilismo». En su obra dedicada a Nietzsche y al nihilismo europeo,
Heidegger, después de la derrota de Francia, escribió: «La nación que generó a Descartes ha sido derrotada por una nación que,
gracias a la perfección de su nihilismo, ha avanzado mucho en la organización
de la «economía maquinal». Ha surgido un nuevo tipo humano victorioso (...)
que va más allá del hombre que hemos
conocido hasta ahora, pues la incondicional «economía maquinal» sólo es propia
del superhombre, y al revés: éste necesita de aquélla para la implantación
incondicional de su dominio sobre la tierras[2]».
Conforme el nacionalsocialismo fue enseñando su verdadero rostro y se fueron
acumulando las derrotas, la interpretación de Nietzsche fue experimentando
asimismo una transformación. De repente se descubre que la ideología imperante
supone una radicalización extrema de la metafísica como voluntad de poder. El
soldado del frente ya no es el superhombre, sino el instrumento de un nihilismo
negativo, como en realidad había sido el de Nietzsche. En concreto, el
filósofo del martillo y el nacionalsocialismo, con su «imperialismo romano», no
eran más que productos de la modernidad. Después de la derrota, Heidegger
asociará a Nietzsche con Marx, y denostará la voluntad de poder como un
elemento destructivo en el mundo técnico. En este camino del pensar se observa
cómo el acercamiento a la filosofía de Nietzsche es más emocional que racional,
creando un discurso ocasional y fugitivo. Quizá se refería a esta perplejidad
exegética la enigmática frase de Heidegger repetida en sus últimos años de
vida, «Nietzsche ha acabado conmigo»[3],
con la que posiblemente expresaba su naufragio en los esfuerzos por penetrar en
el pensamiento de Nietzsche o en aplicar sus principios a la realidad.
Otro de
los rasgos que ha procurado una larga vida al nietzscheanismo es su aura de
peligro, un aura que el mismo Nietzsche fomentó con mecanismos retóricos y que
se amolda perfectamente a una mentalidad que busca nuevas experiencias en los
límites de la perceptibilidad. Cierto es, sin duda, que Nietzsche no temió
ningún «tema» y no reconoció ningún tabú. Pero esta peligrosidad, aducida sobre
todo después de la II Guerra Mundial con el fin de preservar a la juventud de
un trato desacomplejado y demasiado libre con el filósofo, causó el efecto
contrario. La juventud se acercó a Nietzsche atraída por el morbo de coquetear
con ideas «arriesgadas», de
establecer contacto con un «filósofo
peligroso», atraída, en definitiva, por el aura de la subversión y de la
transgresión. Su fuerza de atracción era la misma que la ejercida por el
abismo en el joven que hace «puenting».
En su obra vieron reflejado el ideal de una vida plena por ser una vida intensa,
no en un aspecto intelectual, sino sobre todo en un aspecto físico. Al ser
preguntado el escritor francés Houellebecq sobre la actualidad de Nietzsche, respondió
que sin duda se debía a la mentalidad del burgués medio en los suburbanos atestados, fascinado por el placer de la aventura, el
ídolo del siglo xx. «Su obra», decía
Houellebecq, «es el antídoto contra el
sentimiento de asfixia en el Metro». Asimismo, sectores de las nuevas
generaciones, más atraídos por la experimentación de estados placenteros, o de
estados tenidos por tales, que por el conocimiento, no quieren afrontar el destino
del hombre moderno como sugería Max Weber, esto es, con «hombría», sino que prefieren disfrutarlo u olvidarse de él
aferrándose al diagnóstico nietzscheano: «el
nihilismo es un sentimiento de felicidad».
Por
añadidura, Nietzsche, debido a distintas circunstancias, es autor de una obra
que podríamos catalogar como de «fácil
lectura». Esto no supone ningún reproche estilístico o intelectual, pero
tampoco un panegírico, más bien requiere una explicación algo más detallada.
Con este juicio tampoco queremos hacer referencia a las primeras críticas
académicas de los libros de Nietzsche que calificaban su argumentación de infantil.
Me refiero a que es una obra que aparentemente no somete al lector a un
esfuerzo comprensivo. Por esta razón, sus aforismos se han convenido tan
fácilmente en eslóganes. No nos vemos enfrentados, como con Santo Tomás, Kant,
Hegel o Heidegger a un esfuerzo inaudito de sistematización que requiere por
parte del lector una gran paciencia y capacidad intelectual, por no hablar de
las dificultades semánticas estilísticas que suponen un esfuerzo añadido.
Nietzsche, en cambio, con su método aforístico y su fascinante y ampuloso estilo,
ofrece la posibilidad de la lectura impresionista y meramente estética, y este
tipo de lectura, según las estadísticas, es el preferido en nuestra sociedad
actual, tan impaciente y tan preocupada por no «perder el tiempo». Para las
nuevas generaciones, el lenguaje de Cervantes o de Goethe, o, sin ir más lejos,
pongamos por caso, el lenguaje teológico cristiano, ya sea en tratados o en
textos divulgativos, incluso en el género novelesco o detectivesco de un Padre
Brown, se tornan incomprensibles, pero el lenguaje de Nietzsche, en las
fronteras de la demencia y tan intempestivo, sigue encontrando acogida, En el
artículo «Zu Friedrich Nietzsche's Tod», de F. Avenarius, publicado en la revista
Der Kunstwart en el año 1900, ya se destacaba este aspecto de su obra
como un elemento esencial de su capacidad de supervivencia: «El lenguaje de Nietzsche, que sólo se ve
animado por el objeto, pero ahíto de "yo, sin duda un instrumento
inapropiado para la ciencia lógica (…) pero
nunca se había hablado de las cosas del conocimiento de una forma más bella …
Sí, Nietzsche era ante todo un poeta»[4].
En una carta de Hermann Hesse, quien también compartía este apelativo de
Nietzsche como filósofo-poeta, se incluía una curiosa valoración relativa a la
juventud que no ha perdido vigencia: «Dicho
con sinceridad, tengo la sensación de que vosotros, los jóvenes, os lo ponéis
muy fácil. Habláis de Buda y amáis sus pensamientos, que no son de ninguna manera
suyos, y no veis en él por lo que ha vivido y se ha esforzado. Os hartan
rápidamente de todo, consumís con intensidad y a toda prisa las religiones y
las cosmovisiones, Buda o Nietzsche os parecen adecuados para, después de una
lectura superficial, otorgarles una censuras»[5].
Pero además, el estilo de Nietzsche, la «eternidad de su estilo», que nunca aburre,
adapta a un nuevo «estilo» de lectura. En una nación de tradición lectora tan
importante como Alemania, la Stiftung
Lesen, una fundación que fomenta la lectura y realiza análisis estadísticos
sobre distintos elementos sociológicos y culturales relativos a esta actividad,
ha constatado que no sólo desciende el número de lectores de libros, sino que
entre los lectores se observa una clara tendencia a la lectura superficial, a
prescindir de los pasajes que requieren un esfuerzo de concentración y de
comprensión. Se olvida que los libros que no nos ofrecen resistencia tampoco nos
proporcionan una ganancia. En las facultades de Filosofía de todo el mundo se
produce un fenómeno paralelo. Cada vez se estudian menos los filósofos sistemáticos
que requieren una larga ocupación y una intensa especialización, prefiriéndose los
filósofos «creativos», «aforísticos», de obras «desvertebradas», que no pretenden
alcanzar una rigurosidad lógica, sino estimular la imaginación. Por desgracia,
ese aspecto coincide con una fuerte relajación en el estudio filosófico, pues
las facultades de Filosofía se han convertido en el refugio de estudiantes
fracasados en otras disciplinas (por regla general de la denominadas Ciencias
de la Naturaleza), que al menos quieren asegurarse la posesión de un título
académico. Por temor a las reducciones de plantillas de profesores a causa de
la falta de alumnado, en la mayoría de estas facultades se exige una escasa capacidad
de trabajo, sobre todo si la comparamos con la exigida, por ejemplo, en las
escuelas de ingeniería. En parte se debe a esta circunstancia la pérdida de
prestigio de la filosofía en los debates actuales y el completo menosprecio de
que es objeto en el gremio «científico».
Por añadidura, en muchos países donde la universidad se encuentra en manos
privadas, desaparecen continuamente las cátedras de filosofía y de estudios
humanísticos en general, para ser sustituidas por otras con virtudes más «prácticas». Según la nueva política
universitaria que gana terreno en las denominadas «naciones culturales», la investigación
universitaria tiene que someterse a los intereses mercantiles. Así pues, el
dinero debe fluir en las ciencias de la vida y no de la muerte. Esto incide en
que la preocupación más urgente para muchos filósofos sea la de analizar su
propio futuro en la filosofía y no las nuevas tendencias que dan rostro al
planeta. Aún así, la filosofía se sigue «vendiendo», en el mercado editorial
encuentra todavía un público, aunque sea adoptando formas ensayísticas,
superficiales, infantiles o, incluso, esperpénticas. Entre los primeros puestos
de venta siempre se encuentran títulos como Séneca para estresados o Maquiavelo
para mujeres. No hace falta decir que en este ámbito Nietzsche resulta
imbatible.
Fidus (Hugo Hoeppener). Ceremonia matrimonial
combinada con una cita de Zaratustra. (1906).
Jugend 11 p. 369
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A estos
razonamientos habría que añadir la predilección de que goza el género
aforístico en los lectores actuales; esta predilección, advertida obviamente
por las editoriales, llega al extremo de someter la obra de pensadores
metódicos al troquel o a la guillotina de la moda intelectual. Así, se
desguazan los textos de pensadores señeros y se fabrican supuestos aforismos como
si fueran la quintaesencia de sus teorías. Ya Marshall McLuhan, en su célebre
libro La galaxia Gutenberg, asociaba la proliferación del género
aforístico con las culturas orales; en realidad, la predilección por el aforismo
es uno de los síntomas que anuncian el declive del libro impreso y el renacimiento
de una cultura oral que, como en los países latinos, nunca ha llegado a
desaparecer, más bien ha frenado la penetración y fuerza del libro. El
aforismo se interpreta como una llamada a la acción, exige agudeza y siempre deja
nuevas vías a la imaginación, posee el aura de lo «inacabado», esto, junto con
su concisión, hacen de él un género cibernético por excelencia, su nuevo
hábitat natural será la pantalla de ordenador. Su fusión con el eslogan
publicitario marcará esencialmente la cultura «hipermoderna»[6].
Se
puede decir también que la obra de Nietzsche es eminentemente futurista, no
requiere (otra vez, aparentemente) un dominio de la historia de la filosofía,
pues Nietzsche, como ha destacado Sloterdijk, es un «anunciador», un
evangelista que pretende acompañar al hombre a una dimensión en que ya no tiene
sentido mirar hacia atrás. Como veremos más adelante, esto supone una quiebra
de la memoria colectiva y cultural, que se plasma en el desprecio por la
Historia o en su descuido, pero también supone una promesa, la promesa de
escapar de un mundo viejo y corrompido hacia, como lo expresó Pascal, el
«horizonte de lo infinito». En Nietzsche este deseo de futuro se plasma con una
intensidad fascinante en la metáfora náutica: «¡Hemos abandonado la tierra y nos hemos embarcado! ¡Hemos dejado atrás
los puentes, aún más, hemos roto con la tierra!»[7].
Otro
motivo que podemos aducir para explicar la actualidad de Nietzsche es que el
filósofo alemán basó su obra en un tipo de lenguaje y en una ética que domina
nuestra época. Me refiero a la ética (si puede denominarse como tal) y al
lenguaje biológicos. Si en la Europa de la Edad Media la Teología era la reina
de las ciencias, hoy lo son la Biología y la Economía, ellas imponen las
legitimaciones y son el motor de eso que se suele llamar «progreso». En realidad, lo social ya no interesa se ha producido
una desvalorización de lo socio-filosófico en favor del binomio
biología-economía, dominado por un mercado que fomenta fantasías colectivas
como la creación de un superhombre, la supresión del sufrimiento o la
inmortalidad, con el objetivo de alimentar expectativas, aumentar la demanda,
atraer al capital y obtener más beneficios. En nuestra época, tal y como quería
Nietzsche, se ha comenzado a someter la moral a los criterios biológicos. En el
debate actual en el ámbito de la ética no cesa de ganar adeptos la teoría de
una ética surgida de la evolución o implícita en el genoma (el «gen egoísta»),
de una ética cuya fuente se encuentra en la naturaleza y no en la razón humana
o en otras «entelequias». Nos enfrentamos a problemas como los siguientes: si
en el futuro resultará «inmoral» permitir el nacimiento de niños con taras
físicas o psíquicas y de si estos niños, cuando crezcan, podrán denunciar, por
sí mismos o mediante mentores, a sus progenitores por el hecho de no haber
impedido su nacimiento...
José Rafael Hernández Arias. Nietzsche y las nuevas utopías. Valdemar Madrid, 2002. pp. 11-21
Ver: "Nietzsche y las nuevas utopías" de José Rafael Hernández Arias (II)
[1] «Un mundo termina cuando muere su metáfora».
[3] «Nietzsche har mich kapurrgernacht». Vid. Hans-Georg Gadamer, Die Lektion des Jahrhunderts,
Heidelberg, 2000, p. 144.
[4] Aquí podríamos trazar un
paralelismo con Kafka y su lenguaje que sólo aparentemente se puede catalogar
como antitético al de Nietzsche. Es muy probable que Kafka conociese este
artículo de Avenarius, pues estuvo suscrito a la revista Der Kunstwart durante el periodo en que se publicó. Kafka conoció
la obra de Nietzsche y se interesó con roda seguridad por su lenguaje y estilo,
al igual que por los de Schopenhauer, al que consideraba digno de leer aunque
sólo fuese por su estilo. Janouch nos cuenta en su libro Conversaciones con Kafka (Gespräche
mit Kafka, Frankfurt/M, 1961, p. 55) que el escritor dijo: «Schopenhauer es un artista del lenguaje. De
él surge su pensamiento. Se le debe leer sólo por su lenguaje».
[5] Hermann Hesse, Ausgewdhlte Briefe, Frankfurt/M, 1971. p
31,
[6] Con esto no se quiere decir ni
mucho menos que el estilo defina lo que es filosofía y lo que no. En la
filosofía hay cabida para el aforismo y la metáfora siempre que rengan una
función sustantiva y se integren en un pensamiento que aspira a una rigurosidad
discursiva e imaginaria.
[7] La gaya ciencia III, 124.
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