miércoles, 27 de noviembre de 2013

Adiós a todo eso. La Caída del Muro. XXIV años después. (2).



El gran reencuentro [y 2]

[GABRIEL ALBIAC_
Enviado especial

BERLIN.—]


«No hay nada tan desolador como el anhelo cumplido». La fórmula de Stevenson repiquetea en mí cabeza al día siguiente, mientras aguardo cola para pasar al Este. Son las tres de la tarde y es hoy ya mi segundo paseo. Hermann, mi contacto occidental con los grupos opositores de Berlín Este, es muy joven. Probablemente casi un crío cuando la dinámica envenenada del postsesenta y ocho alemán empujó a los sectores más radicales del potente movimiento estudiantil hacia su propio muro: la criminalización y el exterminio. «Deutschland im Herbst».«Alemania en otoño». «Llegamos —suelen decir ahora los supervivientes de aquellos años de plomo, que acabaron por configurar la primera generación de los Verdes— hasta la puerta misma de la cárcel, pero supimos bordearla».

NUEVA GENERACION.- Ahora, tras los tiempos oscuros, una nueva generación radical, prácticamente sin pasado ni memoria políticos, ha consolidado su presencia en Alemania Occidental —y, de un modo particular, en esta extraña ciudad desterritorializada que es Berlín—, el muro se derrumba. Para gentes como Hermann corren ciertamente tiempos fascinantes, más aún que para el resto de sus compatriotas. Tal vez sea cierto, a fin de cuentas, que están viviendo «su» 68. Y tal vez éste no termine en derrota.

Pasan del otro lado casi a diario en estas últimas semanas, para introducir panfletos y establecer contactos, tal vez más generacionales que políticos, en el sentido tradicional del término. Envueltos en la marea humana que diariamente se agolpa sin control en los pasos fronterizos. Como en este de los pasillos del S-Bahn -el metro de superficie berlinés- de Friedrichstrasse, por el cual el caudal humano es encauzado en un caos comparable sólo al del pabellón de deportes del Madrid en noche de concierto de Radio Futura.

«¿Dónde he visto yo todo esto?», me pregunto. Imágenes de Saigón en vísperas del abandono americano. Masas imposibles de cifrar, pugnando por llegar hasta algún sitio, aeropuerto, embajada, desde donde poder huir adonde fuera, al infinito... Pero no. Aquí, en Friedrichstrasse, hoy 14 de noviembre, a las tres y media de la tarde, las masas apelotonadas no tratan de fugarse, sino de volver a casa.

RETORNO AL ESTE-La jornada de compras ha terminado por hoy. Y los entre dos o tres millones de ciudadanos del Este, que están practicando sus diurnas incursiones en los supermercados de Occidente, tienen que retomar a la hogareña madriguera, para tratar de adoptar allí el fenomenal acopio de mercancías que arrastraran trabajosamente por los pasillos del metro, como buenamente pueden. Un hormiguero humano, pienso. Y recuerdo haberme cruzado esta mañana, muy temprano, con una joven pareja de la RDA que emergía desde el metro a Occidente con un amplio cochecito de bebé... vacío. Me imagino que, en algún punto del hormiguero, ahora rehace a la inversa el recorrido y que el carrito tal vez le evite el esfuerzo del hombretón que, a mi lado, carga con un enorme televisor en color, o el del chavalín que se aferra al paquete de su ordenador personal Commodore. De dónde han podido salir los marcos federales para poder adquirir todo este bazar ya es algo bastante menos claro. Años de mercado negro de marcos federales acumulados —diez a uno sobre el mercado oficial—, seguramente. También, en parte al menos, obsequios de los familiares occidentales... El hecho es que la ilusoria moneda RDA no es susceptible de justificar todas estas transacciones. Pero nadie en el control de fronteras va a poner dificultades. Todo el mundo se sabe en el simulacro y se respetan las reglas de su juego.

«Pero, ¿qué es lo político aquí?» Me pregunto mientras Hermann se desvía trabajosamente hacia la entrada exclusiva para ciudadanos federales, tras haberme pedido que me haga cargo —sigue siendo más seguro, pese a todo— de un par de folletos troskistas para los compañeros del otro lado, y me deja en la cola variopinta de "periodistas japoneses, italianos, gentes de la BBC o «Franco Inter». ¿Qué es aquí lo político?

Nada fácil decirlo. Hacer, en este hormiguero claustrofóbico, abarrotado de gentes cargadas de bolsas de la compra, literatura acerca de la perversidad intrínseca del consumismo, sería cinismo puro. Los cientos de miles de ciudadanos orientales del subterráneo —¡y ahora sí lo recuerdo, «Metrópolis», la subterránea ciudad de los hombres máquina que Fritz Lang soñara!—, esos cientos de miles de rostros, pese a la angostura y los apretujamientos, sonrientes, felices casi, han logrado al fin hoy adquirir parte mínima de todo aquello que les ha sido negado durante exactamente cuarenta años. Para ellos, por muy paradójico que pueda parecernos, consumir ha sido, en estas últimas semanas uno de los muchos modos espontáneos de decir no, de mandar al diablo todos los códigos ascético productivistas del viejo Gran Hermano Honecker.

Consumir no será quizás particularmente revolucionario. Es, por lo menos, elemental. Y, en medio de esta masa, incontrolable pero dócil, de los pasillos del metro de Friedrichstrasse, mientras aguardo el paso de una frontera colapsada, me viene a la memoria que fue Brecht quien mejor ha hablado quizás, en este siglo de lo terrible, de un tiempo en el cual es preciso reivindicar lo más elemental, lo evidente...

«Lo más elemental...». He visitado el cementerio contiguo a lo que fue la casa de Bertold Brecht, en Berlín Este, esta mañana. El paso de frontera era a las ocho mucho más sencillo. Todos iban en sentido contrario. El cementerio de la Friedrichstrasse es mínimo, poco más que un jardín. Desde la ventana de su biblioteca, Brecht hubiera podido ver su tumba. Encuentro imposible. Como inverosimil la relación de hombres solemnísimos de la cultura alemana —de la cultura universal— agrupados por el azar y el tiempo en estos cuatro palmos de terreno: Jacob Burkhardt, Fichte, Hegel, John Heartfield... Es mi Alemania, la única que amo, la de los hermosos fantasmas que dieron a un mundo inútil palabras de comprensión o de consuelo, en su perfección inapreciables...

COLAPSO EN El METRO.- Pero no existe manera de escapar en fantasía a la apertura de la frontera del metro de Friedrichstrasse. He atravesado esta frontera hace diez años. Cuando apenas si unos pocos turistas extranjeros pasaban bajo la mirada escrutadora de los «vopos». Ahora la estructura de control, laberinto minucioso de pequeños compartimentos estancos, hechos para la identificación exhaustiva del viajero, provoca un colapso majestuoso. No es probable que exista ahora frontera menos eficazmente controlada en el mundo que esta que fuera concebida como absolutamente impermeable.

Una vez fuera ya, remonto la Avenida Bajo los Tilos. Mi acompañante del Este se despista bastante, a pesar del plano que lleva encima. Conoce bastante peor que yo una ciudad en la cual ha nacido. Del otro lado del muro, eso sí. Una exclamación de veneración casi, extasiada, al pasar frente al Pergamon Museum, el cual conoce por los libros. Es algo así como haber vivido durante toda la vida en la calle de Alcalá y saber el Museo del Prado más inaccesible y ajeno que el Taj Majal.

     La iglesia de Getsemaní no ha abierto aún su diaria asamblea opositora cuando llegamos. Getsemaní ha sido el núcleo germinal de buena parte de lo que está pasando. Sus locales sirvieron durante años a la configuración lenta de esta oposición política al despotismo estaliniano del gobierno de Honecker, que hoy se ve quizás desbordado por una aceleración y profundización de los acontecimientos, probablemente no prevista por nadie.

GRUPOS CONTRA LA DICTADURA-Cinco son hoy los grupos organizados que vertebran la compleja batalla contra la dictadura tambaleante del Partido Socialista Unificado.

De ellos, el más importante es, de lejos, Nuevo Forum, una organización abierta que puede llegar a articular a unas entre 150 y 200 mil personas, de orígenes sociales y políticos muy diversos, desde cristianos de izquierda hasta ex militares desencantados del Partido.

Democracia Ahora e Inicio Democrático son, en términos generales, muy cercanos a las tesis de NF, aunque su programa queda casi exclusivamente limitado a la exigencia de elecciones libres.

Más a la derecha, el SUP, la sección socialdemócrata de la RDA. Curiosamente, ni siquiera esta última plantea una modificación de la estructura «socialista» del país.

   Al igual que los tres grupos anteriores, se trata más bien de adaptar esa estructura a un sistema de libertades» políticas similar al de los países occidentales. No de un retomo al capitalismo, insisten todos ellos.

También el movimiento germanoriental tiene su corriente izquierdista, que ha ido cobrando peso en las últimas semanas, pese a ser, de todos los grupos citados, el único que permanece aún en una clandestinidad que se adivina, sin embargo, relativamente tolerada. Izquierda Unida, que tendrá su congreso constituyente a partir del próximo día 25 de noviembre, se quiere, casi instintivamente, heredera de esa nueva izquierda histórica del estalinismo. Su apuesta por un comunismo, ahora y en libertad, resulta tan conmovedora como probablemente irrealista.

Una cosa en común, en todo caso. Nadie aquí quiere ni oír hablar de reunificación alemana. Es un tema tabú que sólo desestabilizaría el equilibrio internacional y en nada favorecería al movimiento mismo, repiten. Y sin embargo, no se ve muy bien cómo una apertura de fronteras podría compaginarse con la serie de ficciones económico monetarias del régimen de la RDA. «Es, en todo caso, una dinámica que habrá de desarrollarse por sí sola», me contestan. No tiene sentido planteársela como tesis de estrategia política.

Me viene a la memoria, mientras les oigo hablar, la sesión de la Volkskammer, la Asamblea Popular, órgano parlamentario de la DOR, cuya retransmisión televisiva siguiera desde el Oeste.

El derrumbe moral de algunos delegados, la confesión pública de algo que todos suponíamos, pero que, hasta ahora ningún organismo oficial había osado confirmar: la RDA está en plena bancarrota.

RUINA AMENAZANTE-La imagen de una economía socialista modélicamente eficiente era una farsa. El déficit económico es ya insostenible y sólo una masiva inversión de capital exterior puede salvar la ruina amenazante. El occidente capitalista comprenderá —estoy seguro— muy bien el mensaje.

Me pregunto, mientras escucho las tesis de la aún medio clandestina Izquierda Unida, hasta qué punto ésta comprensión no se acabará saldando al precio de sus cabezas.

La impresión es aún más fuerte al pasar de Getsemaní a la cercana iglesia de Sión. Allí, en el sotanillo anejo al kindergarden parroquial, se reúnen los más jóvenes —también más radicales— de la Gründungsinitiative für sine Grüne Parei, los hermanos menores de los Verdes del otro lado de la frontera.

No puedo evitar, al visitar este sotanillo repleto de fotocopias, carteles, fotos, pintadas, libros..., el recuerdo de las delegaciones de alumnos del clandestino SDEUM del Madrid de finales de los años sesenta. Y la sensación de estar de nuevo —a pesar de la enorme barrera de la edad— entre los míos: los hermosos perdedores.

La edad es allí muy baja y la actividad, caótica y exultante. Todo el mundo habla de las manifestaciones unitarias celebradas en la ciudad de Leipzig. Una ciudad que se ha destacado por sus movilizaciones antes y después de la apertura del muro.

Llegan los primeros rumores sobre la intención del gobierno de Modrow de abrir el paso de la puerta de Brandemburgo —el símbolo material de la unidad alemana— para conmemorar, el jueves
16, el aniversario del partido.

«VOPO» PACIFICO.- Nadie acaba de creérselo mucho pero, tal como van las cosas, nunca se sabe...

Acaba de salir el último número de «Telegraph», el boletín ciclostilado de los ecologistas de Berlín Este. 

En la publicación hay dos platos fuertes: las declaraciones de un «vopo» explicando por qué ha decidido negarse a reprimir a los manifestantes democráticos y un detenido llamamiento a las fuerzas opositoras para evitar un simple deslizamiento hacia posiciones políticas electorales que olvidara la necesidad de una esencial democracia de base...

Nadie sabe, en el fondo qué es lo que va a pasar en este país sacudido entre la esperanza y el recelo. Nadie. Las apuestas han ido ya demasiado lejos. La provisionalidad no puede prolongarse.

De retomo a la frontera, paso de nuevo ante la verja del pequeño cementerio de la Friedrichstrasse. Me vienen a la cabeza, como en un fogonazo, las palabras del Bertolt Brecht cansado y escéptico de los últimos años:

Estoy sentado al borde de la carretera.
El conductor cambia la rueda.
No me gusta el lugar de donde vengo.
No me gusta el lugar hacia el que voy.
¿Por qué contemplo el cambio de rueda 
con impaciencia?(*)


EL MUNDO, Suplemento 7 días. 19 de noviembre de 1989. Págin.1-4.

(*)El cambio de rueda (1953) (Poemas y canciones, trad. J.López Pacheco y V. Romano, Alianza Ed.)

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