El gran reencuentro [y 2]
[GABRIEL ALBIAC_
Enviado especial
BERLIN.—]
«No hay
nada tan desolador como el anhelo cumplido». La fórmula de Stevenson
repiquetea en mí cabeza al día siguiente, mientras aguardo cola para pasar al
Este. Son las tres de la tarde y es hoy ya mi segundo paseo. Hermann, mi contacto
occidental con los grupos opositores de Berlín Este, es muy joven.
Probablemente casi un crío cuando la dinámica envenenada del postsesenta y ocho
alemán empujó a los sectores más radicales del potente movimiento estudiantil hacia
su propio muro: la criminalización y el exterminio. «Deutschland im Herbst».«Alemania en otoño». «Llegamos
—suelen decir ahora los supervivientes de aquellos años de plomo, que acabaron
por configurar la primera generación de los Verdes— hasta la puerta misma de la cárcel, pero supimos bordearla».
NUEVA GENERACION.- Ahora, tras los tiempos oscuros, una nueva generación
radical, prácticamente sin pasado ni memoria políticos, ha consolidado su
presencia en Alemania Occidental —y, de un modo particular, en esta extraña
ciudad desterritorializada que es Berlín—, el muro se derrumba. Para gentes
como Hermann corren ciertamente tiempos fascinantes, más aún que para el resto
de sus compatriotas. Tal vez sea cierto, a fin de cuentas, que están viviendo
«su» 68. Y tal vez éste no termine en derrota.
Pasan del otro lado casi a diario en estas
últimas semanas, para introducir panfletos y establecer contactos, tal vez más
generacionales que políticos, en el sentido tradicional del término. Envueltos
en la marea humana que diariamente se agolpa sin control en los pasos
fronterizos. Como en este de los pasillos del S-Bahn -el metro de superficie
berlinés- de Friedrichstrasse, por el cual el caudal humano es encauzado en un
caos comparable sólo al del pabellón de deportes del Madrid en noche de
concierto de Radio Futura.
«¿Dónde he visto yo todo esto?», me pregunto.
Imágenes de Saigón en vísperas del abandono americano. Masas imposibles de cifrar, pugnando por llegar hasta algún sitio, aeropuerto,
embajada, desde donde poder huir adonde fuera, al infinito... Pero no. Aquí, en
Friedrichstrasse, hoy 14 de noviembre, a las tres y media de la tarde, las
masas apelotonadas no tratan de fugarse, sino de volver a casa.
RETORNO AL ESTE-La jornada de compras ha terminado por hoy. Y los
entre dos o tres millones de ciudadanos del Este, que están practicando sus
diurnas incursiones en los supermercados de Occidente, tienen que retomar a la
hogareña madriguera, para tratar de adoptar allí el fenomenal acopio de
mercancías que arrastraran trabajosamente por los pasillos del metro, como
buenamente pueden. Un hormiguero humano, pienso. Y recuerdo haberme cruzado
esta mañana, muy temprano, con una joven pareja de la RDA que emergía desde el
metro a Occidente con un amplio cochecito de bebé... vacío. Me imagino que, en
algún punto del hormiguero, ahora rehace a la inversa el recorrido y que el
carrito tal vez le evite el esfuerzo del hombretón que, a mi lado, carga con un
enorme televisor en color, o el del chavalín que se aferra al paquete de su
ordenador personal Commodore. De dónde han podido salir los marcos federales
para poder adquirir todo este bazar ya es algo bastante menos claro. Años de
mercado negro de marcos federales acumulados —diez a uno sobre el mercado
oficial—, seguramente. También, en parte al menos, obsequios de los familiares
occidentales... El hecho es que la ilusoria moneda RDA no es susceptible de
justificar todas estas transacciones. Pero nadie en el control de fronteras va
a poner dificultades. Todo el mundo se sabe en el simulacro y se respetan las
reglas de su juego.
«Pero, ¿qué es lo político aquí?» Me pregunto mientras Hermann se
desvía trabajosamente hacia la entrada exclusiva para ciudadanos federales,
tras haberme pedido que me haga cargo —sigue siendo más seguro, pese a todo— de
un par de folletos troskistas para los compañeros del otro lado, y me deja en
la cola variopinta de "periodistas japoneses, italianos, gentes de la BBC
o «Franco Inter». ¿Qué es aquí lo político?
Nada fácil decirlo. Hacer, en este hormiguero
claustrofóbico, abarrotado de gentes cargadas de bolsas de la compra, literatura acerca de la perversidad intrínseca del
consumismo, sería cinismo puro. Los cientos de miles de ciudadanos orientales
del subterráneo —¡y ahora sí lo recuerdo, «Metrópolis», la subterránea ciudad de
los hombres máquina que Fritz Lang soñara!—, esos cientos de miles de rostros,
pese a la angostura y los apretujamientos, sonrientes, felices casi, han
logrado al fin hoy adquirir parte mínima de todo aquello que les ha sido negado
durante exactamente cuarenta años. Para ellos, por muy paradójico que pueda
parecernos, consumir ha sido, en estas últimas semanas uno de los muchos modos
espontáneos de decir no, de mandar al diablo todos los códigos ascético
productivistas del viejo Gran Hermano Honecker.
Consumir no será quizás particularmente
revolucionario. Es, por lo menos, elemental. Y, en medio de esta masa,
incontrolable pero dócil, de los pasillos del metro de Friedrichstrasse,
mientras aguardo el paso de una frontera colapsada, me viene a la memoria que
fue Brecht quien mejor ha hablado quizás, en este siglo de lo terrible, de un
tiempo en el cual es preciso reivindicar lo más elemental, lo evidente...
«Lo más elemental...». He visitado el
cementerio contiguo a lo que fue la casa de Bertold Brecht, en Berlín Este,
esta mañana. El paso de frontera era a las ocho mucho más sencillo. Todos iban
en sentido contrario. El cementerio de la Friedrichstrasse es mínimo, poco más
que un jardín. Desde la ventana de su biblioteca, Brecht hubiera podido ver su
tumba. Encuentro imposible. Como inverosimil la relación de hombres
solemnísimos de la cultura alemana —de la cultura universal— agrupados por el
azar y el tiempo en estos cuatro palmos de terreno: Jacob Burkhardt, Fichte,
Hegel, John Heartfield... Es mi Alemania, la única que amo, la de los hermosos
fantasmas que dieron a un mundo inútil palabras de comprensión o de consuelo,
en su perfección inapreciables...
COLAPSO EN El METRO.- Pero no existe manera de escapar en fantasía a la
apertura de la frontera del metro de Friedrichstrasse. He atravesado esta
frontera hace diez años. Cuando apenas si unos pocos turistas extranjeros
pasaban bajo la mirada escrutadora de los «vopos». Ahora la estructura de
control, laberinto minucioso de pequeños compartimentos estancos, hechos para
la identificación exhaustiva del viajero, provoca un colapso majestuoso. No es
probable que exista ahora frontera menos eficazmente controlada en el mundo que
esta que fuera concebida como absolutamente impermeable.
Una vez fuera ya, remonto la Avenida Bajo los Tilos. Mi acompañante
del Este se despista bastante, a pesar del plano que lleva encima. Conoce
bastante peor que yo una ciudad en la cual ha nacido. Del otro lado del muro,
eso sí. Una exclamación de veneración casi, extasiada, al pasar frente
al Pergamon Museum, el cual conoce por los libros. Es algo así como haber vivido
durante toda la vida en la calle de Alcalá y saber el Museo del Prado más
inaccesible y ajeno que el Taj Majal.
La iglesia de Getsemaní no ha abierto aún su diaria asamblea opositora
cuando llegamos. Getsemaní ha sido el núcleo germinal de buena parte de lo que
está pasando. Sus locales sirvieron durante años a la
configuración lenta de esta oposición política al despotismo estaliniano del
gobierno de Honecker, que hoy se ve quizás desbordado por una aceleración y
profundización de los acontecimientos, probablemente no prevista por nadie.
GRUPOS CONTRA LA DICTADURA-Cinco son hoy los grupos organizados que vertebran
la compleja batalla contra la dictadura tambaleante del Partido Socialista
Unificado.
De ellos, el más importante es, de lejos, Nuevo Forum, una organización abierta
que puede llegar a articular a unas entre 150 y 200 mil personas, de orígenes
sociales y políticos muy diversos, desde cristianos de izquierda hasta ex militares
desencantados del Partido.
Democracia Ahora e Inicio Democrático son, en términos generales, muy cercanos a las
tesis de NF, aunque su programa queda casi exclusivamente limitado a la exigencia de
elecciones libres.
Más a la derecha, el SUP, la sección socialdemócrata de la RDA. Curiosamente, ni
siquiera esta última plantea una modificación de la estructura «socialista» del
país.
Al igual que los tres grupos anteriores,
se trata más bien de adaptar esa estructura a un sistema de libertades»
políticas similar al de los países occidentales. No de un retomo al
capitalismo, insisten todos ellos.
También el movimiento germanoriental tiene su
corriente izquierdista, que ha ido cobrando peso en las últimas semanas, pese a
ser, de todos los grupos citados, el único que permanece aún en una
clandestinidad que se adivina, sin embargo, relativamente tolerada. Izquierda Unida, que tendrá su congreso
constituyente a partir del próximo día 25 de noviembre, se quiere, casi instintivamente,
heredera de esa nueva izquierda histórica del estalinismo. Su apuesta por un
comunismo, ahora y en libertad, resulta tan conmovedora como probablemente irrealista.
Una cosa en común, en todo caso. Nadie aquí
quiere ni oír hablar de reunificación alemana. Es un tema tabú que sólo desestabilizaría el equilibrio internacional y en nada
favorecería al movimiento mismo, repiten. Y sin embargo, no se ve muy bien cómo
una apertura de fronteras podría compaginarse con la serie de ficciones
económico monetarias del régimen de la RDA. «Es, en todo caso, una dinámica que
habrá de desarrollarse por sí sola», me contestan. No tiene sentido
planteársela como tesis de estrategia política.
Me viene a la memoria, mientras les oigo hablar,
la sesión de la Volkskammer, la Asamblea Popular, órgano parlamentario de la DOR, cuya retransmisión televisiva siguiera
desde el Oeste.
El derrumbe moral de algunos delegados, la confesión
pública de algo que todos suponíamos, pero que, hasta ahora ningún organismo oficial
había osado confirmar: la RDA está en plena bancarrota.
RUINA AMENAZANTE-La imagen de una economía socialista modélicamente eficiente era una farsa. El déficit económico es ya insostenible y sólo una masiva inversión de capital exterior puede salvar la ruina amenazante. El occidente capitalista comprenderá —estoy seguro— muy bien el mensaje.
Me pregunto, mientras escucho las tesis de la aún
medio clandestina Izquierda Unida, hasta qué punto ésta comprensión no se
acabará saldando al precio de sus cabezas.
La impresión es aún más fuerte al pasar de
Getsemaní a la cercana iglesia de Sión. Allí, en el sotanillo anejo al
kindergarden parroquial, se reúnen los más jóvenes —también más radicales— de
la Gründungsinitiative für sine Grüne Parei, los hermanos menores de los Verdes
del otro lado de la frontera.
No puedo evitar, al visitar este sotanillo
repleto de fotocopias, carteles, fotos, pintadas, libros..., el recuerdo de las
delegaciones de alumnos del clandestino SDEUM del Madrid de finales de los años
sesenta. Y la sensación de estar de nuevo —a pesar de la enorme barrera de la
edad— entre los míos: los hermosos perdedores.
La edad es allí muy baja y la actividad, caótica
y exultante. Todo el mundo habla de las manifestaciones unitarias celebradas en
la ciudad de Leipzig. Una ciudad que se ha destacado por sus movilizaciones
antes y después de la apertura del muro.
Llegan los primeros rumores sobre la intención
del gobierno de Modrow de abrir el paso de la puerta de Brandemburgo —el símbolo material de la unidad alemana— para
conmemorar, el jueves
16, el aniversario del partido.
16, el aniversario del partido.
«VOPO» PACIFICO.- Nadie acaba de creérselo mucho pero, tal como van las
cosas, nunca se sabe...
Acaba de salir el último número de «Telegraph»,
el boletín ciclostilado de los ecologistas de Berlín Este.
En la publicación hay dos platos fuertes: las declaraciones de un «vopo» explicando por qué ha decidido negarse a reprimir a los manifestantes democráticos y un detenido llamamiento a las fuerzas opositoras para evitar un simple deslizamiento hacia posiciones políticas electorales que olvidara la necesidad de una esencial democracia de base...
En la publicación hay dos platos fuertes: las declaraciones de un «vopo» explicando por qué ha decidido negarse a reprimir a los manifestantes democráticos y un detenido llamamiento a las fuerzas opositoras para evitar un simple deslizamiento hacia posiciones políticas electorales que olvidara la necesidad de una esencial democracia de base...
Nadie sabe, en el fondo qué es lo que va a pasar
en este país sacudido entre la esperanza y el recelo. Nadie. Las apuestas han
ido ya demasiado lejos. La provisionalidad no puede prolongarse.
De retomo a la frontera, paso de nuevo ante la
verja del pequeño cementerio de la Friedrichstrasse. Me vienen a la cabeza,
como en un fogonazo, las palabras del Bertolt Brecht cansado y escéptico de los
últimos años:
Estoy sentado al
borde de la carretera.
El conductor cambia
la rueda.
No me gusta el
lugar de donde vengo.
No me gusta el
lugar hacia el que voy.
¿Por qué contemplo
el cambio de rueda
con impaciencia? (*)
con impaciencia?
EL MUNDO,
Suplemento 7 días. 19 de noviembre de 1989. Págin.1-4.
(*)El cambio de rueda (1953) (Poemas y canciones, trad. J.López Pacheco y V. Romano, Alianza Ed.)
ADENDA:
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