domingo, 6 de enero de 2008

Robinson Jeffers y la "magnitud terrible del mundo."

Teniendo en mente la estupenda entrada que Borja ha escrito desde la Patagonia para Feacios, sobre la civilización y la “magnitud terrible del mundo”, me he animado a buscar en mis papeles un poema de Robinson Jeffers.
Quienes me conocen, saben que mis ideas no pueden andan muy cercanas a un escritor que se apoya en autores tales como Darwin o Nietzsche. Pero no hay duda que es un gran poeta, capaz de trasladar en palabras la realidad, y alejarse, de esta manera, de esa obsesión, tan moderna, de no escribir más que del magnifico y pesadísimo ego del magnifico y pesadísimo poeta.

Noche cubierta
De noche, hacia el amanecer, todas las luces de la playa han muerto
y el viento se mueve. Mueve en la oscuridad
el poder durmiente del océano, no más bestial que humano
no debe compararse; lo suyo y lo suyo.
Su aliento soplando a tierra confunde el mundo con niebla; no
hay estrellas
danzando en el cielo; no se distingue la luz de ningún barco.
Veo los pesados cuerpos de granito de las rocas del
promontorio,
antiguas ya cuando Egipto tuvo pirámides,
abultarse en el gris del cielo, y tras ellas los chorros de los
árboles jóvenes
que planté en el año de la paz de Versalles.
Pero aquí está la paz final y sin ridículo. Antes que el primer
hombre
aquí estaban las piedras, el océano, los cipreses,
y la pálida región en el tosco domo de niebla, como piedra, en
donde la luna
cae al oeste. Aquí está la realidad.
Lo otro es un episodio espectral; tras aquietarse las diversiones
del animal inquisitivo: la oscura gloria.
Traducción de Pablo Soler Frost

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