LA OPOSICIÓN EN HUNGRÍA, CONVERSACIÓN CON JÁNOS
KIS
Con el sistema más liberal de los países del este, la
atmósfera que se respira actualmente en Hungría presenta muchos síntomas de una
«situación de transición»: destape, nuevas libertades económicas,
relativo margen de opinión en la prensa, tolerancia hacia la oposición; cosas,
todas ellas, impensables en Checoslovaquia, Rumania o Alemania del este. ¿Transición hacia qué?, puede preguntarse. Con distintas expectativas y
desengaños acumulados por su experiencia en lo que respecta al alcance del
reformismo institucional, la oposición ha intentado en los últimos años ocupar
el mayor espacio de libertad posible, sin conseguir transformar la tolerancia
en reconocimiento de derechos, ni romper, en general, el calculado ritmo de una
reforma estrechamente controlada desde arriba, tal como se vio en las
elecciones del pasado junio.
En esta entrevista, János Kis expresa un pesimismo
prudente sobre la actual relevancia del reformismo institucional.
La oposición intelectual húngara, cuenta con dos órganos
«samizdat», el trimestral «Beszélő» («Discurso») y la
revista «Hírmondó» («El Mensajero»),
e interviene en el terreno pacifista, ecologista, la edición y publicación de
literatura y la elaboración periodística, científica y filosófica.
Tras la emigración, provisional o definitiva, de buena
parte de los discípulos de György Lukács a finales de los setenta (Agnes Heller,
Mihály Vajda, György Márkus (y otros), la nueva generación de filósofos de la
oposición ya no se preocupa tanto de revisar el marxismo como hiciera la «Escuela
de Budapest». Frente a aquel «revisionismo marxista» de la generación
anterior, se habla ahora de un «reformismo radical» mucho más preocupado
por los problemas concretos y cotidianos de la vida en el socialismo real.
Uno de los representantes más notables de esta generación
(a la que también pertenecen László Rajk y Miklós Haraszti, el único con obras
traducidas al español), János Kis es coeditor de «Beszélő» y autor de
diversas obras. En 1973 fue expulsado del Instituto de Filosofía de la Academia
de Ciencias Húngara por escribir un libro titulado, La economía crítica,
cómo hacerla posible. Considerado socialista sin definirse marxista,
trabaja en la actualidad en un ensayo sobre la reivindicación de los derechos
humanos en una sociedad de tipo soviético. Nuestra conversación transcurre en
la biblioteca del edificio de la Academia de Ciencias de Budapest.
M.V.— En sus proposiciones se puede observar que se habla
a la vez a la opinión pública y al gobierno. Puede usted explicar cuál es el «estatus»
de la oposición en Hungría, ¿existe acaso una tendencia al «compromiso
nacional» a causa de la experiencia histórica de 1956?
J.K.— Yo no diría que las proposiciones hechas desde «Beszélő»
estén doblemente dirigidas a la opinión pública y al gobierno. Se dirigen
sistemáticamente a la opinión pública. Lo que intentamos hacer es convencer a
ésta de la viabilidad de ciertas alternativas políticas. Intentamos demostrar
que hay cierto tipo de reivindicaciones que pueden ser exigidas y cuya
realización es perfectamente concebible en el actual cuadro húngaro. También
queremos demostrar que hay medios en forma de acciones cuya adopción no es
imposible en la actual situación política. Intentamos, pues, empujar un poco al
público crítico hacia reivindicaciones mejor definidas y también hacia
ejercicios de presión lo más nítidos posibles. Nuestra actitud obedece a que,
efectivamente, en Hungría, la voluntad de organizarse, de ejercer presión, de
reivindicar derechos concretos es relativamente débil en comparación a Polonia.
Sin duda eso es consecuencia del desarrollo histórico que siguió al
aplastamiento militar de la revolución de 1956. No sólo el «shock» de la
derrota militar o de la represión, que fue extremadamente dura entre 1956 y
1959, sino también la relajación inesperada que vino en los años sesenta,
contribuyó a la pérdida de la voluntad de participación, de asumir con éxito
riesgos políticos, etc. Queremos romper esta actitud, intentamos demostrar que
la autoorganización, que la exigencia de derechos concretos es en este momento
no sólo necesaria sino también posible.
M.V.—¿Podría explicar al lector peninsular quién fue István
Bibó y por qué su obra política es objeto de tanta atención en la Hungría de
nuestros días?
J.K.— Desde mi punto de vista la importancia de esta
persona tiene un triple origen. El primero es su leyenda. Viejo miembro del
partido campesino, un partido radical de izquierdas entre 1938/39 y 1948 que
fue reconstituido en los días de la ebullición de 1956, fue ministro del último
gobierno de Imre Nagy y el último de sus miembros que permaneció en el
Parlamento cuando los soviéticos llegaron. Allí, solo, dirigió una importante
declaración a la opinión pública mundial y otra al pueblo húngaro. Luego, fue
encarcelado desde 1958 hasta 1963. Fue una de las raras personas que no se
comprometió con el régimen, manteniéndose intransigente hasta su muerte. Todo
eso ha contribuido a su leyenda y por ello representa para la opinión húngara
una cierta continuidad de resistencia.
En segundo lugar, para comprender su importancia hay que
saber que desde los años treinta, los medios progresistas intelectuales y
políticos en Hungría estaban divididos en dos campos fuertemente enfrentados
entre sí: los populistas y los urbanistas. Los urbanistas eran los partidarios
de la democracia liberal, a veces también socialistas, pero lo importante era
su vinculación a los valores occidentales; democracia, liberalismo, desarrollo
industrial, respeto de la ley y de los derechos individuales..., mientras que
los populistas eran radicales campesinos por regla general muy demócratas en el
sentido social del término, es decir querían la distribución de los grandes
latifundios y la igualación de la situación social de las clases del país, pero
al mismo tiempo muy poco sensibles al problema procesal jurídico de una
democracia. Además, los populistas estaban fuertemente infectados por el
antisemitismo que como tendencia estaba entonces muy arraigada entre ellos. Bibó
representaba al ala del movimiento populista que estaba al mismo tiempo
fuertemente comprometida en una democracia campesina y por la democracia
liberal, que era, además, muy sensible al problema nacional y absolutamente
intransigente contra el antisemitismo. Por eso su personalidad es hoy un punto
de reencuentro para todas las tendencias que se refieren a ambas tradiciones y
una personalidad que hace posible la superación de las disensiones y
divisiones.
En tercer lugar, su importancia viene de que entre 1945 y
1948 desarrolló ideas muy interesantes concernientes a la posibilidad de hacer
compatibles, los intereses geopolíticos de la Unión Soviética y los intereses
de la nación por tener un sistema democrático. Una revolución social por un
lado y un sistema parlamentario democrático con prensa libre etc., por el otro.
Esos son los tres elementos que le hacen extremadamente importante y actual.
M.V.—¿Cuál es la situación y el poder de las fuerzas reformistas
en el interior del partido y del actual gobierno? ¿Se puede hablar de «corrientes»
y de una verdadera tensión entre ellas?
J.K.— Creo que en todos los sistemas de partido único hay
a menudo corrientes, fracciones y tensiones internas. Lo importante es saber si
esas tensiones tienen una importancia también para el público del exterior del
aparato o no, si existe un grupo que represente reformas económicas y políticas
suficientemente importantes para el gran público o no. En el momento actual yo
no veo una corriente de este tipo en el interior del partido y del gobierno. A
principios de los años ochenta era de la opinión, y así lo escribí, que la
presión de la crisis económica era tan grande que la formación de una corriente
así no podía ser excluida. Para ello debían cumplirse determinadas condiciones
que no se cumplieran. En este momento tengo la impresión de que aquella ocasión
se ha frustrado y que las luchas que tienen lugar ahora en el interior del
partido no tienen por objeto la realización o no de una reforma económica o
política suficientemente importante para el gran público.
M.V.—¿No puede cambiar eso con la coyuntura
internacional? Se dice, por ejemplo, que Gorbachov es un reformista. ¿Qué se
puede prever para Hungría a partir de tal posibilidad?
J.K.— Mucho depende de Moscú, evidentemente, pero no
todo. De todas formas, en lo que concierne a la evolución de la situación
interna en la URSS, no creo que se sea capaz de prever los macroresultados del
nombramiento de Gorbachov a la cabeza del PCUS. En primer lugar no estoy
suficientemente bien informado sobre sus concepciones reformistas; lo que
entiende por una reforma, lo que quiere decir reformar en efecto y lo que no...
pero incluso suponiendo que sea un arduo reformador con gran visión, estaría
todavía por ver de qué forma será capaz de convencer a esa burocracia
extremadamente vasta e inmovilista para que le siga en la realización de
reformas que son, eso sí, absolutamente necesarias en el país. En esto soy
bastante pesimista.
M.V.— El escritor checo Milan Kundera publicó el año
pasado un artículo muy polémico titulado «La Tragedia de Europa Central».
En aquel artículo se dice algo así como que al este de Polonia, Hungría y
Checoslovaquia empieza el mundo «bárbaro», el mundo soviético con su
cristianismo ortodoxo, su alfabeto cirílico y su ausencia de tradiciones
democráticas. Tengo la impresión de que a veces se idealiza el pasado de países
como Polonia y Hungría, un pasado lleno de generales y dictadores. Teniendo en
cuenta que de la civilizada Europa han salido las dos mayores carnicerías de la
historia de la humanidad, ¿qué ve usted de positivo en esta idealización de
Europa y qué es lo que se puede todavía reivindicar de esa idea de la Europa
Central?
J.K.— Sin caer en esa idealización, hay que decir en
primer lugar que es cierto que la Europa Central está más próxima de Europa
Occidental que la Europa del Este o del Sureste. También es verdad que para
todos los países de Europa Central y muy probablemente también para los países
de Europa del Sureste, la sovietización ha sido un choque cultural. A
diferencia de Milan Kundera creo que en ciertos países, como Hungría, este
choque tenía un doble sentido porque no sólo se nos arrancó del contexto
cultural europeo y se nos trasplantó a otro contexto con la importación del
marxismo-estalinismo, sino que también en ciertos ámbitos, sobre todo en el
pensamiento político, económico y social, esa sovietización nos trajo una
cierta europeización, porque por muy primitivo, simplificado y dogmatizado que
fuera el marxismo soviético, nos aportó por lo menos la visión de la sociedad
como ausencia de clases, visión que no era habitual en la «gran cultura»
de este país. No digo que no hubiera una tradición, socialdemócrata por
ejemplo, que estaba también ligada al marxismo, pero en lo que concierne a la
gran cultura, no se sabía nada de la visión moderna de la sociedad de la que el
marxismo, incluso rusificado, era una versión. Así pues, los efectos fueron
contradictorios.
Pero el punto que me separa de Kundera no concierne a la
idealización de la región sino a los fundamentos en base a los que se
reivindica la atención de Europa. No creo que los fundamentos correctos sean
nuestra pertenencia a Europa porque los derechos que se reclaman no están
ligados a la cultura europea sino que son universales: son derechos que
conciernen a todos los hombres independientemente de que éstos sean europeos o
asiáticos. Los derechos que reclamamos son indivisibles y son debidos tanto a
los rusos como a nosotros.
M.V.— En 1982 usted dijo que en las relaciones entre las
oposiciones de Europa del Este, «el principal problema es el de las minorías
nacionales». ¿Podría explicar esta afirmación?
J.K.— No diría que es el problema principal pero sin duda
es un problema mayor que resulta del hecho de que en esta región las fronteras
fueron trazadas de una forma muy arbitraria. Polonia fue corrida hacia el
Oeste, los polacos tienen un problema con la URSS y también con Checoslovaquia;
Checoslovaquia tiene bastantes problemas con Alemania y Alemania con
Checoslovaquia; Bulgaria con Rumania y Yugoslavia y ésta a su vez con otros
etc. Nosotros somos el país que ha perdido más. Hungría tiene problemas con
casi todos sus vecinos exceptuando, quizá, a Austria, porque un tercio de su
población, que se define como húngara, ha sido agregada a países vecinos. El
problema no es sólo la secesión, sino también, y sobre todo, el trato que esta
población sufre. Creo que sin un compromiso muy claro de las oposiciones
democráticas de los países vecinos, en favor de soluciones democráticas para la
situación de las minorías húngaras que sufren una campaña de asimilación y
presión, no es posible un buen entendimiento entre el movimiento democrático de
todos estos países. En general creo que se debe elaborar una plataforma sobre
este problema de fronteras y minorías, una plataforma realista —en mi opinión
las fronteras no deben cambiar— pero que contemple los derechos de las
minorías. Es un problema que ustedes comprenderán bien con la cuestión de los
vascos y los catalanes...
M.V.— En el diálogo independiente y de base Este/Oeste,
cuyos interlocutores del Oeste suelen pertenecer a las naciones más ricas de
Europa Occidental, se habla siempre de la democratización de Europa del Este
pero apenas de la democratización socialista en Europa Occidental. En España
tenemos democracia formal pero con tortura [sic.] y un 20% de paro, mientras
que aquí se considera que ustedes disfrutan de una cierta democratización
económica [sic.]. ¿Cómo concibe usted un auténtico diálogo independiente entre ambas
partes de Europa, ambas deficitarias de democracia? [sic.]
J.K.— En lo que concierne a la necesidad de democratizar también la economía estoy totalmente de acuerdo. La democracia política no basta. Pero no veo exactamente la forma de equilibrar esa realidad con la exigencia de una democratización política en Europa del Este, porque lo que usted dice implica que en Europa Occidental hay democracia política pero no económica mientras que aquí, en los países con sistema soviético, no tenemos democracia política pero sí económica. Yo no diría eso. Aquí tenemos pleno empleo, es verdad pero yo creo que esta realidad, por importante que sea —y es extremadamente importante—, es un indicador de bienestar y no de democracia. La democracia es la participación en las decisiones políticas y económicas. En este sentido, la democracia económica no existe de ningún modo en los países del Este, todavía menos que en el Oeste, porque no hay libertad sindical, no hay comités de empresa libremente elegidos como hay en la RFA o en Italia por ejemplo, y en general el derecho de organización es tan inexistente que la expresión de la voluntad colectiva, su mera formación, es extremadamente difícil de realizar. Dicho esto, estoy de acuerdo en que ése es uno de los temas que debe ser objeto de diálogo.
Mario Vila, La puça y el general. Revista
antimilitarista y de contrainformación nº46, septiembre-octubre de 1985.
pp. 13-16.
pp. 13-16.
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