JUAN-EDUARDO
CIRLOT
CON
SUS MISMAS PALABRAS
«Sólo
los simples pueden creer que, para ser social, la literatura ha de tener tema
social»
«Kafka
es un escritor social inmenso»
En la calle Herzegovina,
33 de Barcelona, donde reside, visito al poeta y crítico de arte Juan-Eduardo
Cirlot. Es la primera vez que me pongo delante de este hombre del que he leído
cuantos libros han caído en mis manos. Le visito con la certeza de que voy a
ver a un hombre distinto. Cada hombre es un hombre distinto pero este, además,
lo es por naturaleza de sus preocupaciones. Cirlot parece como si viviendo en
este mundo tuviera puesto sus ojos uno ante un paisaje del Egipto faraónico,
otro ante un paisaje lunar. Entro por un pasillo y sale a recibirme a mitad de
camino de despacho. Estoy ante un poeta. Y trato de descubrir en sus facciones,
en su mirada, la correspondencia con sus versos. Y poco después sentado frente
a frente contesta a mis preguntas.
—¿Los viajes, han
supuesto para usted una experiencia aprovechable?
—Los viajes, en general,
no me han servido. Pero algún viaje sí. En especial uno que realicé, hacia 1960,
a Carcassonne, solo, como llamado por algo o alguien (que luego no encontré
allí, en la ciudad murada). Al regreso, en el tren, me hice una profunda herida
en la mano derecha. ¿Auto-castigo por haber querido penetrar o llegar a donde
yo no debo?
—¿Cuándo empezó a
escribir y que le movió a ello?
—Empecé a escribir en la
guerra. Me movieron a ello dos razones, mejor dicho, dos causas: la necesidad
de expresión construida (en imposibilidad de manifestarme en música, que
estudiaba en 1936 y era entonces, creía, mi vocación) y el amor. Antes, de
todos modos, había hecho ensayos, versos ocasionales, relatos de sueños.
Escribí un Diario entre 1937 y la actualidad, que destruí, por
fracciones en diversas épocas.
—¿Qué lugar cree que
ocupa la literatura en la sociedad, y en su vida.
—La literatura, en la
vida, ocupa el lugar del confesionario. En la sociedad el del sismógrafo. Sólo
los simples, en todos los sentidos, pueden creer que, para ser social, la
literatura ha de tener tema social. Kafka, profeta, es un escritor social
inmenso. Y nadie más ausente de toda sociedad, de todo mundo.
—¿Cuál cree que debería
ocupar?
—El que ocupa.
—¿Qué opinión le merece
la literatura española contemporánea? ¿Cree que hay un avance respecto a la que
se hacía treinta y cinco o cuarenta años atrás? ¿Qué lugar ocupa la literatura
española actualmente respecto a la mundial y respecto a la hispanoamericana?
—Creo que la literatura
española es más triste que la extranjera; menos valerosa metafísicamente. La
actual todavía acentúa estas condiciones negativas. La fuga es hacia lo místico
o hacia lo retorcido. Puede ser hacia lo hermético, como en mi caso.
—En caso de que se viera
en la precisión de salvar cinco o seis libros únicamente, ¿cuáles elegiría?
¿Cuáles sentiría especialmente no salvar?
—De salvar los consabidos
libres que “deben” ser salvados, elegiría un tratado de matemáticas muy
completo, los Evangelios, el Zohar, los poemas de Edgar Poe y mi Diccionario
de Símbolos.
—Además de en la
literatura, ¿en qué otra cosa le gustaría destacar?
—Me gustaría destacar en
la guerra. Es decir, en la guerra anterior a Hiroshima. Más que ser Horacio
hubiera querido ser un jefe de legión, romano. Más que ser Dante, el rey San
Luis en las cruzadas. Ya más cerca, me hubiera conformado con ser general de la
Wehrmacht, con la cruz de hierro con brillantes y espadas, a pesar de la
derrota alemana.
—¿Trabaja despacio o
deprisa? ¿Cuál es su método?
—Escribo deprisa. Maduro
muy despacio los libros, en especial los de poesía. Con frecuencia sin saber
que esto sucede. A veces, los libros de prosa (ensayos, crítica, historia del
arte) los proyecto años antes de hacerlos. Se van estratificando, casi diría
petrificando antes de cristalizar.
—¿Piensa dejar de
escribir algún día? ¿Por qué? ¿Cuándo?
—Pienso dejar de escribir
antes de darme cuenta de que la muerte se acerca. Por dignidad.
—¿Le interesa la
literatura de vanguardia?
—Sólo me interesa la
literatura de vanguardia. Pero procuro insertarla en la tradición. O hacer que
reaparezca lo tradicional en lo vanguardista.
—¿Cree que la literatura
está en decadencia y que cederá el puesto a cualquier otro medio de expresión?
—La literatura no está en
decadencia. Si es substituida por otro medio de expresión, ella no le habrá
cedido su puesto. Ese puesto es único, central entre la plástica y la música,
entre la ciencia y la pasión de vivir.
—¿Qué piensa de su propia
obra? ¿Dónde la sitúa?
—Mi propia obra es sólo
un “resto” de lo que creo hubiera podido hacer. No me identifico con mi
cerebro. Mi alma es superior: hubiera querido disponer de más inteligencia, de
más pureza, de más locura además. Por ejemplo, el Nerval de Aurelia es
superior al de Las Quimeras. Mis obras se mueven al nivel de estas, no
de aquélla. En presa, es importante (me figuro) con el Diccionario de
Símbolos haber dado nueva vida a un género, los tratados, alfabetizados por
lo común, de simbolismo, emblemática, etc., que cuenta con más de 3.000 títulos
entre 1500 y 1750, y que luego se perdió, hasta que yo lo reencontré
presionando por la necesidad de explicarme hechos -como el que antes cito de
Carcassonne, o sueños (muy corrientes en mí, extraordinarios) o imágenes
poéticas o pictóricas.
—¿Qué opinión le merece
la literatura autobiográfica?
—Puede ser buena. No para
mí. Por eso destruí el Diario. No hay que dar explicaciones.
—¿Cuál es el escritor de
cualquier país y de cualquier época, que más le interesa?
—Me interesan: Novalis,
Poe, Hölderlin, Chrétien de Troyes, Wolfram de Eschenbach, William Blake.
—¿Si no pudiera escribir,
que haría?
—Escribiría aunque no
pudiera.
Al despedirme de este
poeta tengo la sensación de que he estado por algún tiempo al lado de un hombre
que habita otros pensamientos y piensa otros lugares. Desciendo a la superficie
y deambulo, un poco al azar, por las calles laterales hacia el centro de
Barcelona.
ANTONIO MOLINA, Baleares,
5 Noviembre 1967 - Pág. 28.