martes, 19 de abril de 2022

Entrevista a Leszek Kołakowski (Leviatán 4, Junio de 1981)

 


Alto, seco, anda apoyándose en un bastón y se toca con un sombrero negro de anchas alas. Nacido en Radom, en 1927, toda su parábola intelectual se inscribe bajo el signo de la herejía política y filosófica. Cabeza visible del revisionismo polaco, entró en conflicto con el establishment pseudo-liberal de Gomułka desde 1957. En 1956 los estudiantes fijaron a las puertas de la Universidad de Varsovia su manifiesto sobre el movimiento revisionista, como las tesis de Lutero en la iglesia de Wittenberg. Se formó en la escuela del empirismo lógico polaco, de Kotarbiński y Ajdukiewicz, y nunca fue filosóficamente ortodoxo. Schöngeist, un espíritu brillante y paradójico, prefirió siempre la forma breve del essai, afrontando las tensiones y las contradicciones de nuestra época sin ceder jamás a la tentación de reducirlas a uno de sus términos. Se halla igualmente cómodo con la temática existencialista y fenomenológica de Husserl y Heidegger que con las racionalistas de Popper, y su filosofía vive de la tensión permanente entre el pensamiento y la vida, en el rechazo constante de cualquier forma de saber absoluto. En 1968 deja Polonia y se instala en Inglaterra en 1970, después de un período de enseñanza en Berkeley y en Montreal. Hoy enseña filosofía teorética en el All Souls College de Oxford.

—Trata de plantear, como filósofo, las cuestiones fundamentales de nuestro tiempo. Considera no superadas las cuestiones clásicas de la filosofía. Se identifica con los valores socialistas, pero reconoce la pertinencia de cierta forma de espíritu conservador ante las aberraciones del espíritu revolucionario. ¿Se reconoce en este retrato de Jacques Dewitte?

KOŁAKOWSKI. —Existe alguna exageración. Por lo demás, como en todas las formulaciones elípticas, marcada por la afición a la paradoja. Con respecto al pensamiento filosófico, repetiría quizá la frase de Whitehead: «Toda la filosofía se resume en las notas a pie de página en Platón». Somos siempre prisioneros de las cuestiones formuladas por los griegos. Incluso si tratamos de encontrar un nuevo vocabulario, de refrescar de manera incesante nuestro modo de expresamos de acuerdo con los cambios de civilización; creo, sin embargo, que el corazón de la filosofía sigue estando constituido por algunas cuestiones permanentes que no envejecen.

—Usted nunca ha sido perfectamente ortodoxo en la filosofía, sino sólo en la práctica. ¿Qué buscaba un joven filósofo, crecido en la escuela de Kotarbiński y perteneciente a la filosofía analítica polaca, en el marxismo?

KOŁAKOWSKI. —En el marxismo siempre es difícil distinguir claramente las motivaciones políticas de las propiamente intelectuales y filosóficas. El marxismo no era una corriente importante en la tradición intelectual polaca. No obstante, mi generación encontró en él bastantes elementos atrayentes: creíamos que representaba la continuación del iluminismo, en contraste con la tradición conservadora que prevalecía en nuestra cultura. Mientras que, políticamente, después de la guerra y de los horrores de la ocupación nazi en Polonia, creímos que constituía la única fuerza capaz de contraponerse al fascismo y al nazismo. Además, pensábamos que era la única vía para crear una sociedad justa e igualitaria. Nuestros móviles, después de todo, no eran tan distintos de los que encontramos invariablemente entre los jóvenes de varias generaciones.

—Sin embargo, usted nunca se ha adherido plenamente a la filosofía del marxismo.

KOŁAKOWSKI. —En el tiempo en que fui miembro del partido, se me criticó muchas veces, tildándome de hereje. En los años 40 ya se dedicaron muchas reuniones políticas a mis herejías. Por lo demás, al igual que todos los de mi generación, crecidos en una tradición intelectual distinta, toleraba mal el increíble primitivismo del marxismo que enseñaban Pospelov y Alexandrov. Comparándolo con ellos Suslov, hoy, es un águila. La filosofía, como las ciencias sociales, habían desaparecido prácticamente. Sobre todo en la Unión Soviética, adonde nos enviaron para alcanzar las verdaderas fuentes del marxismo. Aun no siendo particularmente críticos, nos dábamos cuenta de este pavoroso vacío. Pero todavía encontrábamos algunas justificaciones. Pensábamos que debía ser el precio que había que pagar por defender el bastión del socialismo.

—Pero usted ya poseía anticuerpos. En los años 40 se integraba en la tradición critica del empirismo lógico polaco.

KOŁAKOWSKI. —Sólo durante cierto período. De estudiante me he formado en la escuela de lógica polaca de Tarski, Kotarbiński y Ajdukiewicz. Al cabo de tantos años, mirando las cosas retrospectivamente, nunca he encontrado totalmente satisfactoria esta tendencia. Siempre he estado tentado por cuestiones filosóficas tradicionales, que desde el punto de vista riguroso del empirismo lógico aparecen carentes de sentido, insolubles, falsamente planteadas. De todos modos, respeto siempre la tradición analítica como antídoto de la irresponsabilidad filosófica, del vaniloquio, como vínculo para formular los problemas en el modo más preciso posible y para controlar, con instrumentos lógicos, la especulación filosófica.

—Sólo en los confines occidentales del bloqueo comunista, la crítica democrática se ha transformado con frecuencia en revuelta. ¿No cree que la persistencia del pasado ha podido desempeñar un papel en ello? Entiendo por ello no solamente las tradiciones culturales, sino también las democráticas de estos países.

KOŁAKOWSKI. —No sólo en Polonia, sino también en Checoslovaquia y en Hungría, en los primeros decenios del siglo, ha habido una tradición democrática, aunque sea más frágil, de tipo europeo. Sin duda, estos elementos han contribuido, junto con las tradiciones culturales que también eran de tipo europeo, a la inquietud de estos países. Incluso aunque se tienda a olvidarle. Polonia nunca ha sido un país despótico. La falta de un poder central fuerte y sus instituciones parlamentarias, fundadas en el principio famoso de la unanimidad, contribuyeron a la caída del Estado polaco hacia finales del siglo XVIII. Las formas despóticas de gobierno se han importado del exterior.

Al principio, las minorías intelectuales han tenido un papel preponderante en la crítica democrática. ¿Cómo lo explica?

KOŁAKOWSKI. —En la posguerra, los movimientos de rebelión antitotalitaria empiezan por las minorías intelectuales y se difunden después en la publicación. Por el simple hecho de que empiezan siempre dentro del partido reclamando más democracia en el aparato. A todo esto ha contribuido no sólo la tradición católica, sino también la autonomía cultural que fue preservada por las minorías intelectuales.

—¿Quiere decir la tradición cultural europea?

KOŁAKOWSKI. —Desde que se inició el poder comunista en Polonia la población se sentía a disgusto, en una situación no natural. El país había sido arrancado por la fuerza de un ambiente histórico natural, imponiéndonos una forma de vida contraria a nuestra tradición. A pesar de todos los horrores de la guerra y de la ocupación, a pesar de la destrucción masiva de la intelligentzia polaca por parte de los nazis y después por los soviéticos, no se ha roto la continuidad cultural.

—¿Y la devastación del estalinismo?

KOŁAKOWSKI. —En Polonia, el estalinismo no ha adquirido formas extremadas y destructivas. De ahí que para los polacos haya sido relativamente fácil el desembarazarse mentalmente de sus presiones. En cambio, en Rusia ha sido bastante más difícil, donde purgas, matanzas y destrucción cultural han alcanzado una forma más consecuente e intransigente. Incluso en los años oscuros, del 50 al 53, han existido elementos de continuidad cultural en Polonia. El estalinismo nunca llegó al grado de consecuencia que alcanzó en Checoslovaquia. Sin embargo, el papel de las minorías intelectuales polacas hay que enjuiciarlo sobre el fondo de una resistencia pasiva de toda la población, que ha encamado sobre todo la Iglesia.

—Usted ha dado una voz a la crítica polaca de los años 50. Pero su crítica se ha expresado tan sólo en sentido negativo: como definición de lo que el socialismo no debe ser. ¿No era un límite de la cultura revisionista de la época?

KOŁAKOWSKI —Los revisionistas se rebelaban sobre todo contra el socialismo tal como era definido y practicado en los años del estalinismo. La forma negativa, crítica, por lo tanto, era natural. No poseíamos una clave de lo que el socialismo pudiera ser. Pero sabíamos perfectamente lo que el socialismo no es: el socialismo no es una sociedad donde hay más espías que enfermeros. No es un Estado que conoce la voluntad del pueblo antes, incluso, de preguntársela. No es un Estado al que le preocupa poco el ser odiado, con tal de que se le tema. Estas cosas las dije en una conferencia en 1956, cuyo texto fue fijado sobre la puerta de la Universidad de Varsovia.

—Carecían, sin embargo, de un proyecto.

KOŁAKOWSKI. —En un periodo que no duró mucho, pero que marcó una época, pensábamos que se podría cambiar el comunismo partiendo de sus propios principios. Pero no estaba claro qué es lo que pertenecía a los principios y qué, por el contrario, constituía las distorsiones o los accidentes históricos. No obstante, aparecía cada vez más claro que si el comunismo es lo que ha sido no sólo en su práctica sino también en su autodefinición, entonces la idea de un comunismo democrático es una contradicción en sus términos.

—Los movimientos de oposición en los países del Este siempre han oscilado, no sólo tácticamente, sino también por ambivalencias intrínsecas, entre la opción por la democracia representativa y la opción por la democracia directa, entre el revisionismo de derecha y el revisionismo de izquierda. ¿Esto no ha sido también una debilidad?

KOŁAKOWSKI. —Al querer delimitar una fenomenología política más precisa, hallamos orientaciones que se mantienen constantes en el tiempo. En este sentido, tenemos una preferencia por la democracia directa en Hungría, una tendencia a la democracia representativa en Checoslovaquia y otra tendencia a la creación de contrapoderes en Polonia. Estos movimientos, empero, no tenían ninguna visión comprensiva de nuestra sociedad, ni una verdadera cultura política alternativa. Pero, como ya he dicho, cuanto más claro se revelaba que era absurdo contraponer el leninismo al estalinismo, habida cuenta de que éste era la continuación de aquél, tanto más se revelaba incoherente la posición revisionista.

—Pero, ¿la eficacia del revisionismo no se debía, precisamente. al hecho de que se invocaba a los mismos estereotipos ideológicos del partido?

KOŁAKOWSKI. —Sin duda ésta era su fuerza, puesto que la cohesión del sistema depende de la cohesión del partido. Hasta el momento en que el partido tiene en este sistema, lo que la población sienta o diga cuenta poco. En cambio, la desintegración del partido causa la desintegración del sistema. El revisionismo podía ser eficaz mientras el cimiento ideológico continuara funcionando en el partido. Pero, más tarde, esta ideología ha ido haciéndose cada vez más irreal, hasta el punto de que nadie creía va en ella. En estas condiciones el revisionismo no podía desempeñar ya su papel. Cortaba sus propias raíces precisamente por el hecho de que había sido eficaz, contribuyendo a la erosión de la ideología oficial. Ahora bien, justo en la medida en que era eficaz en este sentido, se hacía por esto mismo inútil.

—Con rodo, el revisionismo no ha tenido nunca una conciencia clara de la democracia. Se ha limitado, fundamentalmente, a favorecer procesos de reforma económica.

KOŁAKOWSKI. —No es verdad, no se ha planteado únicamente la exigencia de un cambio de las formas de planificación y de introducción de mecanismos de mercado en una economía socialista. También los valores democráticos y culturales han desempeñado un papel considerable. En un principio, muchos creyeron que se podía democratizar el partido sin una reforma democrática de las instituciones. Pero el partido no podía quedar como un enclave de democracia en medio de una sociedad gobernada, en todo caso, de manera despótica.

—Pero, ¿si ya habían llegado a estas conclusiones, por qué permanecer en el partido?

KOŁAKOWSKI. —Fui expulsado en 1966. Pero ya hacía tiempo que seguía en el partido sabiendo que tenía muy poco que compartir con su ideología. Seguimos dentro porque sabíamos, mis amigos y yo, que en este sistema existen más posibilidades de expresarse y de participar en la vida política estando dentro del partido. Durante años hemos permanecido dentro como un cuerpo extraño.

—Es una fatalidad: a partir de Trotski, nos damos cuenta de la esencia del comunismo sólo cuando acabamos triturados por sus engranajes.

KOŁAKOWSKI. —No es un fenómeno peculiar del comunismo. Nos damos cuenta mucho mejor de la naturaleza de los movimientos y de las ideologías políticas cuanto más dentro estamos de ellas.

—En los años 50 usted escribió un libro sobre las siete herejías cristianas no conformistas. ¿De dónde venía ese interés por el pensamiento protestante?

KOŁAKOWSKI. —Se ha querido ver, entre líneas, en aquel libro, un paralelo entre el cristianismo no institucional y el marxismo no institucional, más allá de la validez intrínseca de la obra. Sin embargo, el libro no se escribió como una especie de alusión. Era un libro de historia que no pretendía ser un sustituto o una expresión oculta de pensamiento político. Es más, de aquellas páginas se desprendía un interés por la heterodoxia en general. Por otra parte, todos los organismos ideológicos poseen ciertos rasgos comunes. Hay fenómenos análogos que se repiten en todas las formaciones sociales con fuertes nexos ideológicos. Se da entonces, en todas partes, el fenómeno de la ortodoxia y de la heterodoxia, el papa y el antipapa. Las infinitas querelles acerca de la interpretación correcta de las escrituras canónicas, las inquisiciones, etc. Se trata, pues, de fenómenos paralelos, pero también de diferencias entre iglesias y partidos.

—Usted fue expulsado del partido en 1966, después de un discurso sobre el octubre polaco. ¿Qué es lo que dijo tan terrible como para precipitar el acontecimiento?

KOŁAKOWSKI. —Hablé de la insurrección de Varsovia del 56, diez años después, criticando con violencia los resultados de diez años de promesas no mantenidas, de decadencia cultural, social y económica. Pero me limité tan sólo a expresar un estado de ánimo muy extendido. Fue, únicamente, el último eslabón de una larga cadena de acusaciones. Anteriormente había sido interrogado por la Comisión de Control del Partido varias veces, y otras tantas fui acusado por aquella Comisión. El comienzo de aquellas acusaciones c interrogatorios fue el ataque que me dirigió Gomułka en 1957.

—¿Cuál era la base de la acusación?

KOŁAKOWSKI. —En la primavera del 57, Gomułka desencadenó la batalla contra el revisionismo, y se identificó como el jefe de aquel movimiento.

—Pero, ¿Gomułka no había llegado al poder gracias a la ola revisionista?

KOŁAKOWSKI. —En el otoño del 56 había gozado de un apoyo casi universal en Polonia. Se creía que personificaba la resistencia nacional contra el dominio soviético. Si alguno había creído —yo no me encontraba entre ellos— que Gomułka era un liberal que institucionalizaría las reformas democráticas, quienes así pensaban alimentaban tontas ilusiones. Disfrutamos de la máxima libertad en el 56. Pero no porque lo hubieran querido los dirigentes del partido, sino porque ya no controlaban la situación.

—¿Eso quiere decir que la llegada al poder de Gomułka ha supuesto el comienzo de un proceso de estabilización?

KOŁAKOWSKI. —Ha sido el principio de una marcha hacia atrás. Entre tanto, Gomułka ha empezado a reconstruir el aparato de poder. Esta operación no podía realizarse de un día para otro. Ha sido un proceso bastante largo, pero consecuente. Quedaba cierto margen de libertad, pero de un año a otro iba restringiéndose progresivamente. Sin embargo, Gomułka era muy consciente de lo que hacía. Tuve una conversación con él bastante larga en el 57, después de su ataque contra mí, que no dejaba la menor duda acerca de sus intenciones. Quería suprimir toda libertad de expresión, volver a asumir el control del partido en la cultura y en todos los campos de la vida social. Yo recibí una dura admonición.

—Acaso no le perdonaron nunca su ensayo sobre el antisemitismo. que ha afectado profundamente al establishment polaco.

KOŁAKOWSKI. —En aquella época sólo una fracción del partido trataba de servirse del antisemitismo como se utiliza, por lo demás, en otras circunstancias. De acuerdo con el mismo modelo. Había muchos dirigentes de origen hebreo en el partido, en los años precedentes al 56, a los cuales determinada fracción ha pretendido atribuirles las monstruosidades del estalinismo, mostrando a los hebreos como enemigos de Polonia. No era tanto un movimiento ideológica y políticamente definido cuanto un clima de opinión, o de prejuicio. Ahora bien, este tipo de antisemitismo no es comparable, en la intensidad, con lo que vendría luego, en el 67-68, cuando una fracción del partido ha creado verdaderamente una atmósfera de progrom. Se ha desencadenado una propaganda antisemita disfrazada de antisionismo. Pero los verdaderos objetivos no eran los hebreos sino el equipo del partido que tenía el poder. Se trataba, en fin, de la lucha de las fracciones en el interior del partido.

—Usted dejó Polonia hacia finales del 68 para dedicarse a la enseñanza en Berkeley, en los Estados Unidos. ¿Cómo ha vivido las dos contestaciones, en el Este y en el Oeste?

KOŁAKOWSKI. —La rebelión de los estudiantes en Polonia ha tenido muy poco en común con la de la nueva izquierda en Occidente. Los estudiantes polacos protestaban contra las autoridades comunistas en nombre de esas libertades e instituciones democráticas que eran objeto, precisamente, de los ataques de los estudiantes americanos, franceses o italianos.

—Sus escritos en la New Left (pienso en Los intelectuales contra el intelecto, La dictadura de la verdad, etc.), están impregnados de un sentimiento de cólera.

KOŁAKOWSKI. —De este movimiento me ha afectado su antiintelectualismo, la incapacidad de expresarse, de discutir, en las fronteras de la afasia. El culto de la violencia por la violencia. Incluso ha habido un fenómeno importante, digno de tomárselo en serio. Un síntoma de cierto malestar de la civilización, de un cul de sac. Las generaciones adultas se mostraban incapaces, en buena medida, de transmitir sus valores a los jóvenes.

—Usted que lleva diciendo, desde hace tiempo, que el marxismo ha dejado de interesarle. Hasta ha dedicado a este tema una obra monumental reciente, Mains Currents of Marxism. ¿Cómo se explica esta paradoja?

KOŁAKOWSKI. —He tratado de comprender cómo es posible que todos los temas humanísticos, prometidos del marxismo hayan terminado por llegar a una de las tiranías culturalmente más destructivas de nuestro siglo. Acabado este estudio, hace tres años, he alcanzado por fin un punto de saturación.

—Pero, ¿qué significa su afirmación de que todo lo que había de interesante en el marxismo ha sido absorbido por las ciencias humanas?

KOŁAKOWSKI. —Nunca he negado la contribución importante de la obra de Marx a la historia intelectual europea. Gracias a Marx nos hemos acostumbrado a pensar en la historia y en la cultura como conflictos sociales. Pero, para admitir esto, no hay necesidad de ser marxista. El marxismo, como sistema que pretende la coherencia y que busca una visión comprensiva del pasado y del porvenir, es una construcción ilusoria.

—Pero, ¿no existe una censura entre los términos ideológicos del joven Marx y los científicos del Marx de El Capital?

KOŁAKOWSKI—Marx era un filósofo alemán. Y el marxismo está subtenso por un único proyecto filosófico. Es un intento de síntesis de corrientes de pensamientos anteriores y contradictorios. Está centrado sobre el tema romántico de la unidad de la esencia y de la existencia, que se traduce en el de la unidad entre sociedad civil y política. Y sobre el tema prometeico de la autocreación del hombre a través del trabajo. Es decir, una conciliación forzada de temas tradicionales de la filosofía.

—O sea, que, ¿en una conferencia con la filosofía contemporánea, el marxismo queda disuelto?

KOŁAKOWSKI. —El marxismo no ha superado las cuestiones tradicionales de la filosofía, como por ejemplo la oposición existencia/libertad; no ha suministrado respuestas nuevas. Se da una vuelta del pensamiento contemporáneo a la tradición a través de la disolución del marxismo.

—En definitiva, no ha logrado la superación de la historia ni de la filosofía.

KOŁAKOWSKI. —Las dos tareas son imposibles.

—Pero, ¿en qué consiste la actualidad de los temas tradicionales de la filosofía?

KOŁAKOWSKI. —E1 marxismo no pretendía resolver los problemas tradicionales de la filosofía, sino anularlos. Creía que el verdadero sentido de estas cuestiones eran los conflictos sociales. Su pasión era desenmascarar el sentido auténtico, oculto, tras el sentido aparente. Pero yo estoy convencido de que la vida misma de la filosofía está animada por algunas cuestiones eternas. Aunque éstas cambien el modo de expresarse en función de las vicisitudes de la civilización, el espíritu humano jamás puede desembarazarse de la cuestión de si existe o no un sentido de la existencia del hombre; si el universo como totalidad posee o no un sentido oculto; si todo lo que es transitorio, mortal, corruptible, puede ser comprendido con referencia a lo que es inmutable y eterno.

—Usted ha dicho que Lenin y Stalin derivan de Marx; que minimizar este vínculo equivaldría a instituir una especie de distinción entre nazismo y hitlerismo. Y ha escrito un artículo de política-ficción en el New York Times respecto a este tema. ¿No le parece un poco exagerado?

KOŁAKOWSKI. —No hay que tomar demasiado en serio el artículo. Era una blague, un feuilleton. Con alusiones a la política americana más que a la historia de las ideologías. Todo depende, en cualquier caso, del sentido en que se habla de continuidad. Yo no he dicho nunca que hubiese una especie de inevitabilidad infernal que hubiera de llevar necesariamente de Marx al Gulag. Son exageraciones de nouveaux philosophes. Sin embargo, el leninismo, sin ser la única interpretación posible del marxismo, era, de todos modos, una interpretación legitima y no carente, por supuesto, de un fundamento doctrinal. Tampoco puede decirse que se tratase de una evolución que nadie era capaz de prever. Ya en la época de Marx, hubo quien dio prueba de clairoyance. Los anarquistas, por ejemplo. Y, más tarde, Kautsky, Rosa Luxemburgo, etc.

—En sus ensayos se advierte una insistencia sobre el tema de la responsabilidad individual en la historia. ¿Esto significa, para usted, que los valores van siempre por delante del progreso histórico?

KOŁAKOWSKI. —No cabe derivar las normas del comportamiento moral de cualquier teoría del proceso histórico. Este es un principio que he conservado de mi maestro Kotarbiński. Ninguno de nosotros es propiedad de la historia, de la providencia o de una ideología. Esta manera, por lo demás, humanamente comprensible, de remitir la responsabilidad de nuestros actos a fuerzas ajenas c impersonales, a las supuestas necesidades de nuestra biología o a razones ideológicas o religiosas; esta actitud, insisto, ha producido muchos estragos. A este respecto no he dicho nada original. Me he limitado a subrayar un tema tradicional. Kafka lo ha hecho mejor que yo. Los hombres no son dioses —escribía— y la historia se hace con los errores y el heroísmo de todos los momentos insignificantes. Cuando se arroja una piedra en un río se forman círculos. La mayoría de los hombres, por el contrario, viven sin la conciencia de una responsabilidad y esto es el núcleo de la miseria.

—Usted ha escrito que el racionalismo es la edad adulta, un desafío a todo valor y a toda verdad, la renuncia a toda ortodoxia. Y ha definido su filosofía como una filosofía de la permanente condición incompleta del mundo. Pero ha afirmado, al mismo tiempo, que todo relativismo histórico se destruye a sí mismo en la medida en que destruye la posibilidad de argumentos no puramente históricos en su apoyo. ¿No hay una contradicción entre estas posiciones?

KOŁAKOWSKI. —No lo creo. Quizá renunciara al término racionalismo porque contiene demasiados significados diversos. No acepto el racionalismo si esto significa renunciar a tener opiniones, creencias, si éstas no están sostenidas por razones análogas o idénticas a las que actúan en la ciencia. En este sentido, el racionalismo es cientificismo, una posición totalmente arbitraria basada en presupuestos o prejuicios que no acepto. Lo acepto, en cambio, como regla del escepticismo; invito a buscar siempre las razones de cada posición, instrumento merced al cual podemos decir en un momento dado que ya no existen razones, es decir, que hay una opción, una elección arbitraria, que conocemos pero ni más ni menos arbitraria que la opción opuesta.

—Sus ensayos suelen tener un carácter incompleto. Nos ofrecen más bien esquisses que resultados exhaustivos. ¿Por qué esta condición incompleta de la forma?

KOŁAKOWSKI. —Siempre he tenido una preferencia por el ensayo breve y, en general, estoy menos interesado por la filosofía en el sentido tradicional. Prefiero una filosofía que se hace al margen y bajo la forma de un comentario, de glosas sobre temas históricos.

—Usted no ha desdeñado nunca los temas marginales. Pienso en su ensayo sobre La epistemología del striptease, en los monólogos, en la conferencia sobre el diablo, en las pequeñas comedias y en los cuentos bíblicos.

KOŁAKOWSKI. —En la cultura se dan fenómenos marginales que, sin embargo, permiten ver mejor lo que es importante. Además, siempre me he interesado por las posiciones extremistas, marcadas por la afición a la paradoja, sin que haya necesariamente de compartirlas. Siento cierta simpatía por el que se esfuerza en extraer todas las consecuencias de su posición inicial y se aproxima necesariamente al absurdo. Un esprit de suite llevado hasta el extremo produce, indefectiblemente, fenómenos interesantes por su extremismo. Porque, en estas posiciones, se puede seguir el camino del pensamiento que no busca el compromiso.

—En política, su relativismo filosófico llega aúna concepción pragmática y reformista. Se ha dicho que usted ha dado un fundamento ontológico al reformismo. ¿Comparte esta valoración?

KOŁAKOWSKI. —En sentido propio, el reformismo no es una doctrina. No dice nada sobre los contenidos de una acción reformadora. Es sólo una actitud que cobra sentido en contraposición con ideas utópicas, con un modelo de perfección futura. Mi referente es la tradición socialista, pero no creo que ésta haya formulado soluciones definitivas para nuestra época. Ni tampoco quiere decir que esta opción, demasiado genérica, implique una solución concreta. Todo depende de las circunstancias. Por ofrecer un ejemplo vulgar, no está demostrado que el mejor modo de afrontar los problemas de nuestra economía sea la vía de las nacionalizaciones. Estas no pasan de ser una técnica que puede ser eficaz en determinadas condiciones, pero no en otras. No son una clave metafísica. Conviene siempre distinguir con gran sentido entre las ideas muy generales y la tradición socialista.

—Entre los principios fundamentales del socialismo, el principio de libertad y el de igualdad, ¿no existe tal vez una contradicción insoslayable?

KOŁAKOWSKI. —Todas las ideas socialistas admiten cierto número de valores que se limitan recíprocamente. Es inevitable. Cuando se pretende aplicar uno de estos valores de manera absolutamente consecuente, el resultado es que no sólo el uno destruye al otro, sino que se autodestruye.

—¿En qué sentido? ¿Puede explicarse mejor?

KOŁAKOWSKI. —La igualdad, por ejemplo, entendida de modo absolutamente consecuente, es una idea autodestructiva, más por razones empíricas que teóricas. La igualdad perfecta en la distribución de los bienes, por limitarnos únicamente a este aspecto, no sólo es económicamente desastrosa, sino que es posible sólo en condiciones de despotismo. Y el despotismo es, por definición, no igualitario, porque priva a la mayoría de la población de bienes tan importantes como el acceso a la información y a la participación en el poder. El igualitarismo total desemboca forzosamente en una sociedad no igualitaria. Cabe decir lo mismo respecto de la idea de libertad, y siempre por razones empíricas más que teóricas. La libertad total, en el sentido en que la prevén los extremistas del anarquismo, responde a una idea de una sociedad donde la última decisión de todo reside en la fuerza. Si concibiésemos en nuestra imaginación la posibilidad de semejante sociedad, la traducción inmediata de ello sería la ley del más fuerte.

—Así pues, ¿no cabe ninguna solución?

KOŁAKOWSKI. — Este conflicto de valores puede resolverse tan sólo mediante compromisos más o menos insatisfactorios. No existe ninguna solución perfecta y última. Del mismo modo, existe también un conflicto entre otros valores que pertenecían igualmente a la tradición socialista: la necesidad de seguridad y la de expresión individual. No podemos tener al mismo tiempo la seguridad en la vida y en la creatividad. El lado seductor del totalitarismo consiste en prometemos la seguridad, al precio de renunciar por ello a toda creatividad y a toda expresión individual, loque se transforma en fuente de inseguridad.

—Entonces, ¿lo que justifica una actitud pragmática en política es la insolubilidad de estas contradicciones?

KOŁAKOWSKI. —Yo no usaría el término pragmático, porque una vez más podría entrañar confusiones; puede tener más significados, no necesariamente compatibles entre sí. Yo hablaría de pragmatismo sólo en antítesis a la expectativa de una solución definitiva, pero no en el sentido de una actitud que renuncia a valores generales.

—En su filosofía se aprecia una nueva atención al mito y a la transcendencia. ¿En qué sentido entiende estos términos, cargados de connotaciones metafísicas?

KOŁAKOWSKI. —Hace doce años escribí un opúsculo, La presencia del mito, donde trataba de destacar la presencia inalienable, eterna, de cierto estrato mitológico en la cultura. Pensaba en el mito no tanto en el sentido de fabulación, narración, sino como todo tipo de ideas o arquetipos no empíricos que forman el sistema de referencia gracias al cual las realidades empíricas o los hechos están dotados de sentido. El concepto mismo de la verdad le pertenece. Todas las formas de la vida y de nuestra conciencia que nos sirven para atribuir un sentido suplementario a los hechos, a los acontecimientos, un sentido que se nos escapa desde planteamientos empíricos. Todo lo que deriva de esta esfera que yo he llamado, tal vez con el riesgo de que pueda prestarse a equívocos, de la conciencia mítica.

—Me parece entender que los propios valores pertenecen a la esfera de la trascendencia y del mito.

KOŁAKOWSKI. —Digamos a la esfera de la tradición, que es la fuente de todo lo que tiene sentido para nosotros. De otro modo, caemos en un relativismo histórico que excluye cualquier referencia a una racionalidad que transciende la contingencia. Ahora bien, la tradición no es una totalidad compacta, monolítica, sino muy al contrario un campo abierto. El punto de partida de muchas vías.

—Usted ha sido definido como un ateo inconsecuente, porque subraya la realidad de los valores religiosos en la vida humana y deplora el ateísmo beligerante.

KOŁAKOWSKI. —Me he convencido de que la autodefinición del hombre como ser religioso no sólo es un elemento permanente de la cultura, sino de que la cultura no podría sobrevivir sin este tipo de autodefinición. La religión no es sólo una esfera aparte, que por combinación subsiste a través de toda la historia de la civilización, sino que es la raíz misma de la vida espiritual, incluso en su transfiguración secularizada. Las ideologías de nuestro siglo han presentado al hombre como un Prometeo, una fuerza que se autocrea, para despertarse transformando, como el Samsa de Kafka, en una grosera cucaracha negra. No es posible abolir la transcendencia, como quisiera el sueño prometeico. Queda siempre una dimensión incondicionada, transcendente del actuar y del querer humanos, la posición originaria de un sentido que es ya presupuesto de todo lo que se puede decir y emprender.

—Es raro encontrar a un filósofo que se halle tan cómodo con Kierkegaard y con Heidegger, que con Bridgman y Popper. ¿Su negativa a considerar como errores, sin sentido, la especulación metafísica o los problemas de valor, procede de esta duplicidad filosófica?

KOŁAKOWSKI. —Yo diría que sí. Aunque no sea un lógico, un filósofo de la ciencia, atribuyo gran importancia a la tradición analítica. Pero creo además que los hombres no pueden desembarazarse de las llamadas cuestiones metafísicas, a pesar de que en ellas se encuentren innumerables aspectos probablemente insolubles. En la cultura existen fuerzas opuestas que se encuentran forzosamente en conflicto, pero cada una es necesaria. Esto es válido también para la filosofía. Atribuyo gran importancia a la tradición escéptica, que —en filosofía— es una especie de fuerza destructiva. Pero también en el extremo opuesto existe una tradición filosófica que busca necesariamente los fundamentos últimos del pensamiento. Una especie de fondo indestructible sobre el cual todos los conocimientos humanos pueden construirse y que nos garantizarían una certidumbre. De Descartes a Husserl.

—En su ensayo sobre la Búsqueda de la certidumbre, usted dice que esta aspiración a la certidumbre, a la verdad última, proviene de una actitud religiosa.

KOŁAKOWSKI. —Hay quien busca la certidumbre última, y hay el escéptico. El escepticismo consecuente roza un inmovilismo cognoscitivo. La búsqueda de la certidumbre última se aproxima, finalmente, a la ilusión de haber encontrado el fundamento incontrolable. Se trata de dos actitudes extremadas, cada una de las cuales, repito, es necesaria a la cultura. Pero no se puede hacer una síntesis. Yo tengo una actitud un poco esquizofrénica al respecto. Porque al admitir esto se dice que nos encontramos, al mismo tiempo, ante dos extremos irreconciliables.

—En definitiva, la búsqueda de la certidumbre es una búsqueda en el fondo legitima, porque nuestra cultura seria poca cosa si se la dejara enteramente en las manos de los escépticos. ¿No?

KOŁAKOWSKI. —Las respuestas no son sino deseos y promesas; pero esto no constituye certidumbre ninguna, decía Kafka. Contra la necesidad de ideología de nuestro tiempo, hay que oponer la necesidad de respuestas últimas y definitivas. Es ésta una perpetua tentación a la que no nos es posible sustraemos enteramente. Todo lo que entra en el campo de la comunicación humana es inevitablemente incierto, siempre objetable, frágil, provisional y mortal. Y, sin embargo, no es probable que se renuncie a la búsqueda de la certidumbre, y es lícito dudar de que interrumpirla fuera algo deseable.

Mario BACCIANINI

Mondoperaio Traducción: J. A. Matesánz

Leviatán revista de pensamiento socialista. - II Época, n. 4 (Junio, 1981), p. 97-105