viernes, 22 de noviembre de 2019

"Poesía: de Oriente a Occidente" de Czesław Miłosz (Letra Internacional, 19, otoño 1990)





Poesía: de Oriente a Occidente

Yo me pregunto si es posible hablar de poesía sin recurrir al lenguaje elaborado por generaciones de profesores. Es decir, de una forma simple, planteando cuestiones ingenuas. Aunque de entre mis colegas algunos sean especialistas en investigaciones, me arriesgaré a decir que existe un conflicto de intereses, un antagonismo permanente entre el poeta y el investigador de la literatura. Este último tiene un nombre en ruso que siempre me hace gracia, litieraturovied, creado por analogía al nombre ruso que designa al oso, miedvied, es decir, el que sabe dónde está la miel. Es cierto que yo he escrito cantidad de ensayos, pero ahora que soy viejo, en lugar de deliberar acerca de la poesía preferiría leer en voz alta algunos de mis poemas y los de otros poetas, lo que hago habitualmente en América. Forzado a discurrir, intentaré al menos limitar los estragos, adoptando una posición poco ortodoxa.

La poesía es hoy, en todas partes, más bien hermética y poco accesible al común de los mortales. Esta constatación es bastante evidente como para apoyarla con otros argumentos. Los poetas escriben en principio para sus colegas, y si yo he mencionado las lecturas de poemas en América, no dudo de que al menos la mitad del público está compuesto por aspirantes a poetas. Esta situación del poeta quizá chocase en la época en la que todos los que sabían leer y escribir se interesaban por la poesía. Aunque habría que añadir que los letrados no eran numerosos. Sin embargo, para obtener una perspectiva, merecería la pena reflexionar sobre las civilizaciones antiguas. Por ejemplo, en la civilización china, en tiempos de Du Fu, el gran poeta del siglo VIII, nos encontramos con los lamentos por la miseria impuesta por la indiferencia de la sociedad hacia él y sus amigos, aunque se les reconozca como los poetas más eminentes de su época. Se leen los unos a los otros y se consuelan en la certeza de conseguir el reconocimiento de la posteridad.

No obstante, a la civilización europea de los siglos XIX y XX ha llegado algo absolutamente específico, y la consunción de las fuentes de la poesía es testimonio de ello. Por citar las palabras de mi primo Oscar Milosz, que fueron escritas hace más de cincuenta años, pero que mantienen su actualidad:

Después de Goethe y Lamartine, el grande, el muy grande Lamartine de La muerte de Sócrates, la poesía, bajo la influencia de encantadores románticos alemanes de segunda fila y también la de Edgar Alian Poe. Baudelaire y Mallarmé, ha sufrido una especie de empobrecimiento y de encogimiento que la han orientado en el dominio del subconsciente, hacia investigaciones realmente curiosas, a veces incluso notables, pero enturbiados por preocupaciones de tipo estético, casi exclusivamente individuales. Este pequeño ejercicio solitario no ha dado resultados por otra parte, en 999 poetas sobre mil. más que en hallazgos puramente verbales, constituidos por asociaciones imprevistas de palabras que no traducen ninguna operación interior, mental o psíquica. Esta molesta desviación ha conseguido crear una escisión entre el poeta y la gran familia humana, un malentendido que pervive hasta nuestros días y que no tendrá fin hasta que aparezca un inspirado, un moderno Homero, Shakespeare o Dante, iniciado por la renuncia de un pequeño ego a menudo vacío y siempre recortado, en el secreto más profundo de las masas laboriosas, más que nunca vivas, vibrantes y atormentadas.

La música, la poesía y la forma

En realidad, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Cuáles son las causas de esta consunción? Hay una hipótesis que se refiere al poder autónomo de la forma que nos conduce sin piedad hacia una complicación cada vez mayor. No nos permite volver a trazar el camino, aunque volvamos los ojos cargados de nostalgia hacia la facilidad de nuestros predecesores. Mi difunto amigo Witold Gombrowicz parecía creer que la historia de la música era la que producía un modelo, ya que la música es esencialmente Forma. De hecho, hacia el año 1800, concluida la etapa más feliz de la música, Beethoven tuvo el privilegio de ser el último de una línea. Al hablar de Beethoven, en su diario de 1961, Gombrowicz asigna a la Forma un papel casi demoníaco.

Pero ¿es cierto que lo que le ocurrió a la música proporciona la clave de las aventuras de la poesía o de la pintura? ¿Se trata solamente de la Forma y su dictadura tiránica? Además, las analogías entre las artes no son válidas más que hasta cieno punto. La poesía está demasiado ligada al mundo de las ideas, a las transformaciones en el seno de la religión, de la filosofía, para que se la pueda reducir a una forma. Quizá se pueda aplicar la misma objeción a la música, pero en un nivel mucho más misterioso.

Resultaría muy extraño que la poesía no expresase todas las inquietudes del hombre moderno que, a partir del siglo XVIII, pierde una tras otra sus convicciones básicas, empezando por su fe en la existencia de la realidad objetiva. El mundo extremadamente móvil, privado de sentido, totalmente arrebatado por el futuro, no puede favorecer las formas estables de la palabra escrita. La historia de la poesía no es más que una serie de revoluciones. Además, las profecías de Friedrich Nietzsche se han cumplido y nosotros estamos en el centro de lo que él llamaba «el nihilismo europeo». Como dice el crítico inglés George Steiner, intentando definir nuestra situación: «La epistemología vulgar, las teorías del conocimiento, al igual que la poética y la teoría literaria, están dominadas en un sentido literal por el nihilismo». Las consecuencias prácticas de este estado de cosas son visibles en la desaparición del verso capaz de captar la realidad del objeto y en la subjetivización extrema del arte del poeta. En este aspecto, la poesía de la Europa central, de Rusia, al menos la representada por algunos notables poetas, constituye quizá la única excepción. Esto no quiere decir que estos poetas no puedan estar expuestos a las tendencias planetarias, pero parece que las modifican a su manera.

Al tratar de traducir al inglés la poesía contemporánea polaca me he visto obligado a hacerme algunas preguntas. He observado los rasgos específicos que la diferencian de la poesía americana, también he prestado atención a las muy favorables y algunas veces entusiastas reacciones de los lectores americanos, para descubrir que lo que les atrae es precisamente la diferencia, algo que no encuentran en la poesía de su lengua. No se trata de un aspecto puramente formal. La rigidez del verso métrico y de la rima se han abandonado más o menos en todas partes. Es un fenómeno internacional y si la poesía rusa, por ejemplo, la de mi amigo Joseph Brodsky, tiende a salvaguardarlos, se explica en primer lugar por el carácter de la lengua rusa. Aparte de esto, hay probablemente una afinidad entre Brodsky y los poetas que yo traduzco. Debo incluirme a mí mismo en este lote, pero ser su propio comentarista es una tarea ingrata. Incluso trabajando en las versiones inglesas de mis poemas he reflexionado mucho sobre esta oposición Este-Oeste, real o imaginaria.

No es fácil definir qué es lo que los lectores americanos perciben como diferencia fundamental. Hablan del compromiso del poeta en las grandes luchas políticas y sociales de nuestro siglo como de un privilegio que ellos envidian, ya que el poeta americano permanece al abrigo de los terremotos históricos. O bien sucumben a la pasión por la filosofía que anima muchos de los poemas polacos e incluso incita a escribir ensayos en verso. Pero todas éstas son aproximaciones, y me parece que, en el fondo, se trata de dos clases distintas de relación entre la interioridad del hombre y el mundo exterior. La literatura de la Europa del Oeste y de América da testimonio del papel del individuo en la civilización de esta parte del planeta. La gran interrogación sobre el hombre y el universo es la del sujeto frente al objeto, el sujeto que cobra importancia y ocupa cada vez más el centro de la escena. Es lo que, por lo demás, Oscar Milosz encuentra excesivo cuando se rebela contra «las preocupaciones de un tipo estético casi exclusivamente individual».

La subjetivización de la poesía

Si se traza el camino recorrido por la poesía después del romanticismo, es visible la creciente subjetivización. Quizá el interés demostrado por los poetas por la distancia que nos separa de lo real y, por tanto, por los problemas de la epistemología, anuncia lo que se llama la poesía moderna. De hecho, se pueden citar aquí a los poetas románticos ingleses Keats y Wordsworth como ejemplos de la poesía del Oeste. En este aspecto, el romanticismo de la otra Europa (si ustedes me permiten utilizar este término) da testimonio de una tendencia opuesta. Me doy cuenta de la fluidez de los términos en este terreno y de la imposibilidad de ver claro en esta mezcla que representa la herencia del Siglo de las Luces, transformada en el romanticismo por impulsos progresistas y místicos. En cualquier caso, al buscar de dónde vengo como poeta, debo trazar las influencias decisivas en el comienzo del siglo XIX y por consiguiente en la obra de los románticos polacos. Allí, en aquella parte del continente, incluida Rusia, no es el individuo el punto de partida, sino la entidad nacional, cualquiera que sea el nombre que se le dé, Polonia, Rusia, Hungría, etc. El compromiso, la lucha, la esperanza, la expectativa de la nueva época, la muerte al tirano, el sufrimiento que clama el cielo y pide la retribución, etc. Nada más significativo que el recorrido póstumo de Byron en estas regiones. Para sus compatriotas ingleses no era más que un aristócrata excéntrico, pero entre nosotros se ha convertido en el abanderado del ataque contra la tiranía de los imperios gracias a su viaje a Grecia y a su consagración a la causa de la independencia griega.

Digamos con toda sinceridad que los poetas asediados por multitud de deberes hacia la sociedad, simplemente no tenían tiempo para profundizar en la cuestión de la fidelidad de nuestras percepciones del mundo visible. La epistemología parece estar fuera de sus intereses, mientras que el individuo, incluso entre los admiradores e imitadores de Byron, se define por su acción al servicio de los valores colectivos.

Todo esto puede reducirse al fenómeno del retraso, de manera que ciertas formas e incluso ciertos géneros épicos que ya no eran posibles en la Europa del Oeste permiten siempre a algunos poetas del Este con genio crear obras maestras. El ejemplo evidente es Pan Tadeusz de Mickiewicz, o bien El caballero de bronce y Poliava de Pushkin. Cuando se pasa a las escuelas literarias y grupos del siglo XX, este retraso significa la falta de algunos eslabones en el pasado que determina el carácter de la poesía moderna. Lo cual no supone una desventaja. A esta especificidad de «la otra Europa» hay que añadir la experiencia del comunismo y del nazismo, y de nuevo la presión de la colectividad y el hiato creado por el aislamiento, es decir, por la comunicación rota con el Oeste.

Me parece que algunas técnicas de escritura dan testimonio de una fe en la realidad autónoma de lo que se describe, y que desaparecen allí donde falta esta fe. La poesía de la que yo me ocupo en cuanto traductor o crítico parece preservar su humildad frente a lo real y, hasta cierto punto, se la puede llamar poesía descriptiva. Entre los nombres más o menos conocidos, citaría a los polacos Tadeusz Różewicz, Zbigniew Herbert, Aleksander Wat, Adam Zagajewski, a los rusos Joseph Brodsky y Alexandre Kushner. Pero hay otros, los bálticos, los checos, los yugoslavos. Yo no excluyo la posibilidad de que asistamos en esta parte de Europa a un episodio en la historia de la poesía mundial y que la corrosión, o si prefieren, el poder demoníaco de la Forma, va a llegar pronto también a los países protegidos hasta hoy por las tragedias de la historia. O bien, una vez tomada conciencia de lo que constituye su fuerza, los poetas en cuestión conseguirán mantener su línea de defensa contra la purificación esterilizadora que avanza después de Mallarmé.

Dicho esto, no quiero que se me considere un clasificador. Busco respuestas donde quizá no existen. Es un poco como interrogarse sobre las oportunidades de la pintura figurativa ahora, al final de nuestro siglo. Y la existencia de los grandes poetas del Oeste que eran omnívoros, glotones de lo real y que celebraban el mundo visible, me aconsejó desconfiar de las rúbricas. Walt Whitman, Blaise Cendrars, Guillaume Apollinaire, para no mencionar más que a los glotones innegables, aunque otros pretendientes a este título reclaman su parte, tales como Constantin Cavafis, Robinson Jeffers o Allan Ginsberg, completamente diferentes los unos de los otros, pero unidos en su rebelión contra la consunción académica.

He revelado mi postura; no es una postura profesoral, porque yo la necesito para continuar escribiendo y traduciendo poemas. Busco la poesía objetiva por todas partes donde la pueda encontrar. Desgraciadamente, la descubro poco entre los poetas que me son contemporáneos, más bien entre los antiguos poetas chinos y los poetas japoneses zen. No oculto que el filósofo que me empujó en esta dirección fue Schopenhauer, que veía el ideal del arte objetivo en las naturalezas muertas holandesas. Lo que Schopenhauer aconseja al artista es, por lo demás, idéntico al consejo de los maestros zen.

Czesław Miłosz, Letra Internacional, 19, otoño 1990, pp. 57-59.

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