Última entrevista
Julián Marías
Académico
y filósofo
«Quien crea que cuando alguien muere se
acaba, no ha querido a nadie de verdad»
El
12 de enero de 2003 apareció en Los Domingos de ABC una entrevista con el
filósofo Julián Marías, fallecido esta semana en Madrid. Sus palabras siguen
tan vigentes como la serenidad de sus enfoques
Por César Alonso de los Ríos y Agapito Maestre.
Es
difícil imaginar un contraste mayor que el que hay entre el desorden del
estudio del filósofo y la claridad del pensamiento de éste. Uno avanza entre
mesas, con inmensas gibas de papel, hasta el sillón en el que se hunde el
escritor ya con la vista muy deficiente, pero con una mente de la que sigue
manando un discurso coherente, lúcido, con frecuencia irónico.
Hemos
venido a charlar con el maestro y. sobre todo, a rendirle homenaje. La vida le
ha deparado pocas gratificaciones. No se le ha perdonado nunca haber dicho
siempre lo que ha pensado: «El mérito mayor de los tres tomos de mis memorias
es no mentir nunca». La Universidad, tan acogedora para algunos, prevaricadora
casi en algún caso, le fue hostil siempre a Marías, desde el 39. No se le
permitió doctorarse hasta 1951. Demócrata de toda la vida, no ha gozado nunca
de la simpatía de los progresistas. «He sido siempre un perseguido». Desde
luego su obra ha sido minusvalorada. Reducido a exégeta de Ortega es el más
autorizado de sus intérpretes pero, además o sobre todo, es autor de títulos
inexcusables para la inteligibilidad de España y de una obra cumbre en la
filosofía española: «Antropología metafísica».
—Queremos
empezar por un hecho que llama la atención: cómo explicar que, habiéndose
mantenido siempre al margen del oficialismo franquista, no haya sido reconocido
por los progresistas.
—Eso
tiene una explicación muy racional. Nunca a lo largo de mi vida he abdicado de
decir la verdad. toda la verdad. Porque para mí decir la mitad es mentir.
—Usted
ha sido crítico con la República y con las posiciones de Ortega ante la
República.
—Ortega
no previo lo que iba a pasar y habría debido hacerlo. Había que haber sido
consciente de en qué manos se ponía el pandero. Es evidente que la situación
era mala en el año 30 y que había muchos motivos para el descontento pero, a la
vista de lo que sucedió, habría sido mejor que la Monarquía hubiera seguido con
sus defectos porque de la República salió la guerra civil.
—Intelectualmente,
usted es un hijo del clima de la República.
—La
Facultad en la que estudié estaba al más alto nivel europeo. Teníamos a Ortega,
a García Morente. a Sánchez Albornoz, a Menéndez Pidal... Ninguno de los
intelectuales estaba por la guerra. Tan sólo algunos de tercera fila (...).
—Ha
dicho que se debería haber tenido en cuenta quién Iba a tener el poder en la
República. ¿A qué se refería?
—En
la guerra civil la República quedó en manos de la Unión Soviética. De la guerra
yo salvo únicamente a Besteiro, que nunca tuvo poder. Lo tuvo, si, al final
para conseguir que la guerra pudiera terminar un poco más civilizadamente. En
la cárcel conocí a un militante del partido socialista, ex oficial del
Ejército, que se pasaba el día culpando a Besteiro de que él estuviera en la
cárcel. Un día me cansé y le dije: «Tiene razón, si no hubiera sido por él
usted estaría criando geranios».
—Usted
se ha enfrentado a las versiones tópicas de la guerra y el exilio.
—Al
hablar del exilio no se distingue entre el del 36 y el del 39. El primero se
produce con la llegada de la guerra y por temor a la pérdida de libertades. El
segundo tiene que ver con el desenlace de la guerra. (...)
—Fue
a la cárcel por una denuncia. En la última novela de su hijo Javier se habla de
ese episodio, pero usted se ha negado siempre a desvelar la personalidad del
denunciante.
—¿Para
qué? Lo curioso del caso es que era un amigo, un compañero del bachillerato, al
que yo estimaba y con el que jamás había tenido una discusión. Ni siquiera pudo
haber una rivalidad profesional ya que él se había dedicado a la Historia... Se
inventó todo lo que quiso en contra mía.
—Usted
no se exilió.
—A
mí me había impresionado, de joven, una frase de Danton en la en la que se dice
que «a la patria no se la puede llevar uno en la suela de los zapatos». Al
salir de la cárcel mi preocupación era sobrevivir. de qué vivir. No podía
dedicarme a la enseñanza, así que me dediqué a traducir y a escribir libros.
—Su
«Historia de la Filosofía» era una cátedra ambulante.
—Que
nadie recomendaba a los alumnos. Se publicó en enero de 1941 y enseguida hubo
que hacer una segunda edición y una tercera. Gracias a ese libro pude casarme.
Por ahora van 41 ediciones.
—Entra
en contacto con Laín y comienza a escribir en «Escorial», la revista de los
intelectuales falangistas.
—Laín
quiso conocerme. Era el subdirector de la revista y en ese momento era
consejero nacional de Falange. Nos hablamos con sinceridad y nos entendimos.
Naturalmente me dijo que escribiera sobre temas culturales. Nuestra amistad
duró treinta años.
—Se
le cierra la Universidad hasta el punto de que no pudo hacer el doctorado hasta
1951.
—Fui
realmente un perseguido. No pude escribir en los periódicos durante doce años,
hasta que Luis Calvo, director de ABC. me pidió una colaboración.
—Por
eso resulta muy notable que usted defendiera la tesis de la continuidad
cultural por encima de la guerra y de la censura. En uno de los ensayos que
usted recoge en «Los españoles» reivindica el alto nivel de la cultura española
entre el 39 y el 59. ¿No cree que esa ha sido una de las cosas que no se le
iban a perdonar?
—Vuelvo
a lo mismo. Yo digo lo que pienso, y lo que defiendo en «La vegetación del
páramo» es esa brillantez de la cultura que se pone de manifiesto en la lista
de libros —libros impresionantes—entre 1941 y la muerte de Ortega.
—Otra
de las razones de la minusvaloración de su personalidad como filósofo se ha
debido, quizá, a haberle reducido al papel de exégeta de Ortega (...).
—Yo
he escrito dos tomazos sobre la obra de Ortega, de quinientas páginas cada uno.
que me complacen mucho. Ahí están, pero mi obra es mucho más que eso. (...)
—Tampoco
Ortega ha tenido el reconocimiento debido. ¿Qué fue para usted?
—Mi
gran maestro, mi amigo, mi mejor amigo, una persona admirable. Al poco de
morir, alguien me preguntó que cómo era. Le contesté: «Como el sol, luminoso y
cálido». No pude decir nada mejor.
—Una
preocupación constante en su obra ha sido la idea de España: «Los españoles», «España inteligible»...
—Libro
que cumple lo que promete en el título.
—Usted
publicó una serle de artículos en «La Vanguardia»...
—Quince.
—En
los que se acercaba con respeto al hecho catalán...
—Y
con amor.
—Y
tuvo una respuesta mala de Maurici Serrahima....
—Poco
acertada, diría yo.
—
¿En qué se equivocaba el juicio de Serrahima?
—En
que para mí Cataluña es España. una parte de ella, una pieza inseparable del
todo y no se puede entender a Cataluña al margen de España. Había en Serrahima
una voluntad de apartismo. En todo caso, nada comparable con la situación
actual. Mucho peor.
—A
Serrahima le dolía que usted hablara sobre Cataluña.
—En
una ocasión di una conferencia sobre el poeta Maragall. Uno de los asistentes
dijo, en el coloquio. que yo no estaba capacitado para entender a Maragall
porque yo no soy catalán. Le respondí que nunca había llegado a pensar que se
tratara de algo tan misterioso como el alma tibetana.
—A
la vista del ascenso de los nacionalismos y el agravamiento de los problemas,
¿ha valido para algo tanto esfuerzo apologético y de pura racionalización?
—También
han aparecido soluciones.
—¿En
el País Vasco también?
—El
problema del País Vasco es ETA. Lo de Cataluña tiene sus pegas. pero lo que
está mal es el País Vasco. Porque hay miedo, y donde hay miedo no se puede
votar con libertad y no puede hablarse de elecciones libres.
—Usted
ha escrito que no hay vida «vividera» sin libertad.
—La
gente vota por miedo al PNV. El temor no lleva a ninguna parte.
—Volviendo
a los rechazos que su obra ha producido en el mundo progresista hay que
recordar su posición en relación con EE.UU., con el Imperio.
—¿Imperio?
Los EE.UU. mandan menos de lo que tendrían que mandar para la responsabilidad
que tienen. A EE.UU. no se le perdona que nos haya librado de Hitler y de
Stalin. Hay otros factores... Por ejemplo, los complejos de Europa ante EE.UU.
Europa está muy floja.
—También
en el pensamiento.
—También.
Piensen que Francia es un país que no ha tenido jamás decadencia, hasta ahora,
desde finales de los sesenta no ha aparecido nada nuevo. Es algo que nunca
había ocurrido en Francia. Pero la crisis alcanza a Alemania. Gadamer. que no
era de la talla de los más grandes, murió en el 2000 con 102 años... ¿Qué queda
de aquel pensamiento fantástico que va de Wittgenstein a Heidegger?
—Habermas
y poco más.
—Muy
poquita cosa.
—El
neokantismo es hegemónico. y eso lleva a un alejamiento de la realidad. ¿Usted
no cree que una filosofía al margen de la vida acaba matando la vida y el
pensamiento?
—La
filosofía consiste en hacer transparente la vida.
—Hablamos
antes del sentido de la trascendencia en Ortega. ¿Y el suyo?, ¿cómo define su
religiosidad en estos momentos?
—Yo
soy profundamente religioso y cada vez más específicamente católico. Las
visiones más profundas del catolicismo están en las oraciones básicas. Lo malo
es la faramalla con que se las rodea, las oraciones básicas son de una gran
perfección. El credo, por ejemplo: hay que decirlo despacio. palabra a palabra.
(...) La idea del hombre que se deriva de esa creencia, la idea del hombre como
responsable, como esencialmente libre, que tiene que responder de lo que hace,
que es libre, y que puede elegir, que está destinado a seguir viviendo…
—Habla
usted de la muerte y de la otra vida.
—La
gente admite con frivolidad increíble que cuando alguien muere acaba. ¿Cómo se
va a acabar? El que crea eso es que no ha querido a nadie de verdad. La idea de
que las personas se aniquilan es incomprensible, monstruosamente inverosímil...
Si lo más grande que hay en el mundo es la persona, es lo más real que
conocemos. decimos que nada se destruye, que se transforma, pero admitirnos que
se aniquila el ser que somos cada uno. El hombre tiene que imaginar cómo puede
vivir después de la muerte. En mi libro «La felicidad humana» hay un capítulo
titulado «La imaginación de la vida perdurable». Yo digo que no será así, como
digo, sino que será mucho más interesante pero basta con eso para desearlo.
—¿Es
Europa para usted un hecho culturalmente cristiano?
—No
se podría entender de otra manera.
—¿Y
el Islamismo?
—Cuando
cayó el muro de Berlín yo dije, al día siguiente, que el gran problema que nos
acechaba era el islamismo.
ABC
(Los domingos), 18 de diciembre de 2005, pp. 60-61.
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