Badosa entre
visillos
Mateo Rello
El poeta
Enrique Badosa (Barcelona, 1927) acaso sea un hombre feliz: alguien dijo alguna
vez su nombre y él escribió después así el verso de ese momento: “das nombre al gozo con
mi nombre”. Si no lo es, al menos la elegancia
y la ironía le asisten en el oficio de vivir. Gran frecuentador de griegos y
romanos, traductor de Horacio, su dirección es un acto de justicia poética y el
título de una de sus mejores obras: Marco Aurelio, 14. Desde allí, a vuelta de correo nos llegan sus respuestas, demasiado
discretas por poco impertinente que sea el inquisidor, pero envueltas, claro, por
el inconfundible aura de los laureles.
Pregunta. Tu maestría métrica es, sin exageraciones,
proverbial. Hasta cierto punto, se podría decir que, hoy, los poetas apenas
frecuentamos esa faceta del oficio; ¿qué le dirías a un poeta joven que te
preguntara por la necesidad de escribir en versos contados?
Respuesta.
En mi obra hay verso escandido y verso libre, siempre con una esencial exigencia
rítmica. No creo, pues, en la necesidad excluyente de los versos contados, sí
en la ineludible necesidad del ritmo, incluso en los poemas en prosa.
P. Has cifrado tu poética en este verso: “Yo no escribo el poema, el poema me escribe”,
señalando la escritura como una vía de conocimiento y autoconocimiento. Pero
¿no hay ahí un elemento intrusivo y casi ajeno que choca con el rigor formal?
R.
El poema me escribe porque es una suerte de “alguien” que se dirige a mí, y mediante la palabra colabora en mi
tarea de ser.
P. ¿Por qué has experimentado con versos infrecuentes
en la lírica española, como el decasílabo o el dodecasílabo? ¿Cualquier metro
es apto para cualquier lengua?
R.
Claro que cualquier metro es apto, aunque ahora no esté de moda. Todo depende
de la exigencia digamos que del mismo poema, de la intencionalidad creadora.
También soy de los pocos que empleamos el eneasílabo, que tantas posibilidades
ofrece, siempre que se use con rigor: esto es, que en un mismo poema todos los
versos ofrezcan las mismas tónicas, desde en cuarta y octava sílaba a quinta y
octava, entre otras posibles acentuaciones básicas. ¿Por qué prescindir de
posibilidades, y menos en aras de la moda, cuando no de la pereza?
P. No es menos proverbial tu mala leche literaria: ahí
están, si no, los Epigramas
confidenciales (1989), los Epigramas
de la Gaya Ciencia (2000) o los epitafios de Parnaso funerario (2002). Ser poeta epigramático debe entrañar sus
riesgos; aunque, siguiendo a Marcial, critiques el vicio y no a sus asiduos,
¿cómo andas de enemigos literarios?
R.
Si tengo enemigos literarios, la verdad es que por lo menos literariamente aún
no me han demostrado su enemistad. No se han dado a conocer, que yo sepa, con poemas
de réplica. Alguien hay que se ha manifestado, pero en prosa, haciendo crítica.
Y lo curioso es que se trata de alguien que se dio por aludido cuando en modo alguno
mi sátira iba contra él.
P. Acaso porque, turistas, ya no viajamos, la poesía
de viajes que tanto has cultivado (es de sobras conocido tu Mapa de Grecia (1979)) parece declinar.
R.
Poemarios “de viaje”, como mi Mapa de Grecia, Cuadernos de barlovento o Relación
verdadera de un viaje americano exigen, bien lo insinúas, no ser turista,
sino viajero, diferencia obvia. Con todo, si no abunda tal suerte de poesía, la
verdad es que tampoco falta.
P. Marco
Aurelio, 14 es un libro memorable. Deja al lector suspendido de la
inminencia, como pendiente de un desenlace cercano y acechado por una
inquietante compañía. Te volcaste entero en esa oración o letanía descoyuntada.
R.
La “inquietante compañía” siempre la
he sentido cerca, y mucho más ya en el “arrabal
de senectud”. En Marco Aurelio, 14
está muy explícita. El libro termina con una oración, lo mismo que Ya cada día es más noche, poemario que
viene a ser la otra cara de la moneda de Marco Aurelio...
P. El viento y el espejo. ¿Eres consciente de la
frecuencia con que esos dos símbolos aparecen en tus versos?
R.
Por supuesto que sí. No soy tan ajeno a la Naturaleza, sobre todo al mar, y desde
muy niño el viento ha sido algo que pronto se me convertiría en símbolo. Y qué decir
de ese por lo menos enigma, si no misterio..., que es un espejo.
P. ¿Te sientes cómodo con tu hipotética adscripción a
la generación poética de los 50? ¿Cuáles son, en todo caso, tus afinidades
electivas?
R.
Nací en 1927 y, por lo tanto, pertenezco a la Generación del 50, pero en modo
alguno a un Grupo del 50 barcelonés, cuya ética y cuya estética nunca compartí,
por más que en él he tenido amigos y compañeros.
P. Entre otros autores catalanes, incluyendo a los
medievales, has traducido a Salvador Espriu. ¿No crees que, en los últimos
años, este autor es observado con cierta conmiseración, casi con desprecio?
R.
Por lo visto, Salvador Espriu no resulta ni literaria ni políticamente correcto
en ámbitos políticos y literarios catalanes. Peor para quien piense así. “Ai posteri l’ardua sentenza”. No
conseguirán quitarle un ápice de su valor e importancia al autor de La Pell de Brau.
P. Has traducido también a Horacio. En un país que
desprecia tanto la cultura humanística, ¿goza hoy de buena salud, pese a todo,
la traducción de la poesía grecolatina?
R.
A pesar de ese desprecio, si no de buena salud, sí de salud goza, lo mismo en
Cataluña que en el resto de España, tal traducción. En todo caso, puede que
decir “desprecio” resulte exagerado,
aunque después de todo recuerdo el machadiano “desprecia cuanto ignora” y no sólo limitado a Castilla. ¿Tal vez me
acaba de salir la veta satírica?...
P. Háblanos de tu experiencia como director literario
en Plaza & Janés.
R.
La resumo en un adjetivo que no por tópico es menos real: magnífica, acompañado
de otros sinónimos de complacencia. Se me otorgaron digamos plenos poderes para
decidir acerca de las publicaciones, y el cargo duró más de veinte años a
satisfacción de la casa, y mía también. Ahí es nada poder publicar poetas en
los que crees, incluso cuando no son de la propia cuerda estética. Pude llevar
a cabo un gran ejercicio de libertad y de liberalismo, que me consta que aún se
me agradece. Claro que seguramente me creé enemigos, pero... mi tarea de editor
fue una de mis buenas satisfacciones literarias.
P ¿Hay perspectiva para la publicación de tus obras
completas?
R.
Se está preparando mi digamos Obra Completa. “Deo volente”, llevará por título Trivium, debido a que en mi poética hay tres caminos o registros:
el lírico, el satíricoepigramático y la poesía de viajes. Espero su aparición
para finales de este año. La publica la nueva y ya muy acreditada firma barcelonesa
“Funambulista”, que con lo mío inicia
la edición de poesía.
P. Volviendo a tus famas proverbiales, lo es también
la de tu discreción por lo que hace a tu vida. ¿Nunca has tenido tentaciones
memorialísticas?
R.
Sin duda no soy el único en decir que mi biografía se halla en mi bibliografía.
No creo que para saber de la obra de un autor sea necesario conocer su vida y
sus nada existentes milagros. Que la biografía puede ayudar incluso al goce de
la obra, pues por qué no. Pero respecto a mí, o soy muy vanidoso o muy humilde
al pensar que con mis poemas hay, si es que hay..., suficiente. En más de una
ocasión se me han pedido las memorias. No me atrae escribirlas, lo que supondría
un esfuerzo de casi imposible superación: me falta memoria, y carezco de un diario
o de unas notas que me pudieran ayudar. O sea que...
P. Y, en cuanto a la tentación de la palabra, de la
que has hablado alguna vez, ¿sigue viva en ti?
R.
Constantemente. La tentación de la
palabra será el título de un conjunto de ensayos, más o menos largos, ya
aparecidos en diversas publicaciones. A lo mejor a alguien le interesan mis
puntos de vista acerca de algunos aspectos de la poesía. Textos como Primero hablemos de Júpiter (La poesía como
medio de conocimiento), contra la teoría de la poesía como comunicación. O Agresión postmoderna a la poesía, en
este caso también contra algo: esta lamentable, ya tan extendida, tan me temo
que imparable moda de ponerles música a los poemas. ¡Como si el poema careciera
de ella! En fin... En cuanto al título, no me refiero al aspecto peyorativo del
término, sino a la primera definición que de él nos da el diccionario
académico: “Instigación o estímulo que induce al deseo de algo”. Instigación o
deseo que en este caso se deben a que la palabra es medio de conocimiento y de
belleza. Tentación, pues, al margen de toda maldad, pero que conlleva sumas
responsabilidades: a la palabra –no ajena al Dabar hebráico, al Logos,
al Verbum, al Verbo– se la ofende con
el mal uso, ético y estético. La tentación que seduce a todo lector y
especialmente el escritor, máxime al poeta.
Caravansari. Revista de
poesía contemporánea en lenguas peninsulares, nº
3. pp. 54-57
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