martes, 28 de agosto de 2018

Luis de Armiñan entrevista a Camilo José Cela sobre la venta del patrimonio español (ABC, 14 de noviembre de 1963)


ESPAÑA HACE ALMONEDA DE SU HERENCIA
CAMILO JOSÉ CELA HABLA SOBRE LAS PIEDRAS QUE SE LLEVAN
EL ESTADO VENDIO UN MONASTERIO EN TRES MIL PESETAS
UN ALCALDE, BUDA Y NUESTRO SEÑOR
Por LUIS DE ARMIÑÁN
Años viejos, ¿recuerdas? íbamos por donde podíamos, y ya hablábamos de piedras. Un gracioso de Málaga un día quiso hacemos reír preguntándonos algo sobre el barroco porque, según él, todo era barroco desde hacía tres meses.
Otro hombre muy serio, allá por las Asturias, púsose a señalar puntos en los que el románico estaba.
Y luego tú, en una carta que publicas en un sobretiro de los "Papeles de Son Armadans”, recuerdas aquello de “É preciso pasar sobre las ruinas —Como quem vai pisando un cháo de flores”.
Ya cada uno por su lado, tú por el tuyo y yo por el mío, pero sobre piedras, llegamos a juntamos para charlar de las que se llevaron de España. Hay una capillita en Nueva York, ¿recuerdas?, que tiembla de espanto cuando empina su espadaña y ve el tremendo y horrible mamotreto de las Naciones Unidas. Es como una viejecita limpia y bella que mirara desde su brevedad a ese negro que da puñetazos y deshace campeones. Un horror, Camilo José Cela.
Pero hay algo más. Ahora eres tú el que sabe de las piedras que se fueron, ¡Mira, mira lo que dices aquí! Dices: "No me moteje usted—escribes a Philip Polack—de chinche, sino con mayor clemencia tan sólo de partidario de eso que si no fuera tan solemne pudiéramos llamar la verdad histórica, la con tanta frecuencia amarga—estúpida e inútilmente amarga—verdad histórica de la España contemporánea, país que, como ciertas familias que no saben ser pobres, hace almoneda de la herencia, tabla rasa del recuerdo y caldo de todos sus pudores.
—¿Por qué has escrito esto?
—Porque el monasterio de Santa María de Ovila, al lado de Trillo, fue rendido por el Estado a un señor por tres mil pesetas.
—Hace años.
—No muchos: en 1930. Y aquel señor lo revendió a Mr. William Randolph Hearst. Le vendió las piedras, no las piedras y el suelo. Y el americano las puso un número, las encerró en cajones y las trasladó al Castillo de San Simeón, en California.
—Pude ver aquel espanto, ya imposible de reconstruir.
—Lee ese libro titulado ''Citizen Hearst”, y verás cómo dice que las piedras fueron llevadas a Madrid a lomo de mula, en carromatos y ferrocarril de vía estrecha y doce barcos las trasladaron a San Francisco.
—Y allí están.
—Cuando el hombre del dinero se cansó de gastar sus dólares ofreció las piedras a un estudio de cine, y luego, ante la falta de compradores, las regaló al museo de San Francisco. Después los gamberros quemaron las tablas de los embalajes y borraron los números, y ahora parece que un alcalde, cansado de estorbos, se las ofrece a una Congregación budista. Con muchas y para él buenas razones.
—¿Publicadas?
—¡Claro! Publicadas el veintidós de febrero de este año. A la vuelta de ellas se dice: “Una Comunidad budista de Middleber, en la región de Mother Lode, quiere restaurarlo allí...” Lo que saben pocos y deben saberlo todos es que ese alcalde, que se llama George Christopher, posiblemente sólo por el dinero que valen los portes devolvería el monasterio convertido en puzle.
—Juzga como sé que has juzgado en tu carta a Mr. Polack.
—Yo le dije que a los españoles, primero los fusiles de Napoleón, después los desmanes vernáculos, más tarde los dólares americanos y siempre nuestra irresponsabilidad y nuestra estulticia, nos están dejando en porreta y en los vivos cueros. Eso dije y digo.
—Otras piedras se fueron.
—El ábside románico de la ermita de San Fermín de Fuentidueña, de la provincia de Segovia, salió por Bilbao el 13 de febrero de 1958, en el navío “Monte Navajo", para los Estados Unidos. De ese me hablabas, porque se reconstruyó en el Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York, en 1960. En el ‘'Boletín" del Museo hay bastante para que se nos suba el pavo a los españoles.
Hace una pausa, busca y rebusca entre revistas y libros. Acude al teléfono, que llama. Y pide a Mallorca, a quien allí está, le ayuda y aguarda, lo que no encuentra en esta su casa de Madrid. Y añade:
—Pero ni el monasterio que puede ser templo budista ni el ábside de Fuentidueña convertido en mojama histórica han tenido el triste fin del también segoviano monasterio de Sacramento. Las 35.785 piedras románicas las compró también el caprichudo señor Hearst por medio millón de dólares. Cuando se quedó sin blanca guardó las piedras, pero los herederos no tenían ni la cabeza tan dura ni el corazón tan blando, y se los cedieron a Raymond Moss y a William Edgemon. quienes los tienen en Miami para que las vean los curiosos a tanto la visita explicada y con un comercio de 'recuerdos” y objetos religiosos. Allí tienes el folleto... “Fabulous! Amazing! Magnificent!”, anuncia. Idioma que no entendieron ni Alfonso VII ni el abate Bertrand.
—También se fueron cuadros...
—No entremos en ellos, que no acabaríamos ni dándonos Torcuato todas las páginas de ABC. Yo me honro en pertenecer a la Híspanic Society de Nueva York. Entre otras varias piezas recuerdo los sepulcros de Don Suero de Quiñones y de su esposa, doña Elvira de Zúñiga; estaban en el monasterio de San Esteban de Nogales, en León. Los sepulcros de Don Gutierre de la Cueva y de doña Mencía Enríquez, quienes creyeron eterno su reposo en San Francisco de Cuellar, de Segovia; algunas esculturas de San Pedro de Ocaña, iglesia toledana. En el museo de San Luis te enseñan el salón mudéjar de Santa Isabel de los Reyes, de Toledo, la portada de San Miguel de Uncastillo, de Zaragoza, está en Boston; los sepulcros de los condes de Urgel, en el Metropolitano de Nueva York...
—No sigas. A veces siente uno un nudo en el gañote al ver piedras desmoronadas en las tierras de España, sin que nadie procure sostenerlas. Llegar a la venta del patrimonio no es peor...
—Pero es más bello imaginar a la amada viva, aunque sea moribunda, que no embalsamada y con colorete en las mejillas.
Y es entonces cuando Cela habla de cómo sería mejor que el lamento aplicarse con amor a salvar lo que nos queda.
L. de A., ABC, 14 de noviembre de 1963, pp. 29 y 32-33


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