JUAN PERUCHO: «El PÚBLICO HA DESBARATADO EL ARTE»
No
es posible embotellar en una entrevista los mundos prodigiosos de Juan Perucho.
Perucho es un raro. Se escapa con el primer fantasma que pasa. Se pierde por
los siglos de los siglos de sus incunables. Se relame como un niño con «esas
patatitas recién cogidas del huerto con un chorrito de aceite de oliva».
Descubre
en los baúles cadáveres exquisitos. Es poeta. Escribe historias inverosímiles.
Su mirada sobre el arte sobrecoge. Luego está el énfasis, el entusiasmo y el
asombro con los que habla de sus pasiones, y el sosiego de sus melancolías.
Juan
Perucho publica estos días «Presencias
secretas. Historia gráfica de lo invisible», y al mismo tiempo ve
reconocida, hoy mismo, su trayectoria de escritor disparatado y culto. De
ejemplar libre único que afirma, por ejemplo, que descubrió a Tápies en el
levantamiento de un cadáver o que antes, en arte, el público no existía. Son
las historias naturales de Perucho, que esta semana ha cumplido setenta y cinco
años.
HUBO
siempre dos peruchos en Perucho. Dos peruchos radicalmente distintos: estudiaba
Derecho para agradar a su padre mientras escribía versos. Ejercía de abogado
sin vocación mientras ganaba el Premio de poesía Ciudad de Barcelona Vivió
durante un tiempo pendiente de la ley Hipotecaria, aborreciéndola. mientras se
ensimismaba entre fantasmas y artilugios mecánicos.
Juan
Perucho ha sido juez cuarenta y cuatro años, siempre en pequeños pueblos
catalanes, y escuchándole y leyéndole, la verdad es que nadie lo diría. Lo fue,
en parte, por consejo de don Eugenio d’Ors. «No sé si le gustara esto que le voy a decir», me dice que le dijo,
«pero para hacer esta literatura que
usted hace es necesario que tenga un segundo oficio». Vio d'Ors claramente,
añade ahora Perucho, que nunca iba a poder vivir de la literatura, y acertó. «Me hice juez y gracias a esto he tenido
libertad. Libertad para escribir lo que me daba la gana. He sido todo el tiempo
el dueño de mí mismo». Y asesta. «Soy
mucho más humano que un juez. El juez tiene que ser equitativo La equidad es
fundamental, cosa que está casi olvidada».
Salvado por las lecturas
(No
cree, por cierto, Perucho en los jurados, quizá por deformación profesional y,
seguro, por su certeza de que siempre será mejor que juzguen tos jueces
asistidos por la virtud de la equidad).
Así
que, por la mañana, en el juzgado y por la tarde... ¿cómo se salta desde el
juzgado, o el casino, de Gandesa a Lovecraft?
-Por
las lecturas a mí me han salvado las lecturas. Mi literatura nunca ha salido de
la vida. Sale de las lecturas. Por eso dicen que mi literatura es culturalista
Efectivamente lo es. En uno de sus cuentos dice Azorín que le más misterioso de
Ja vida es la realidad de la que formarnos parte. Bueno, pues a mí lo que me
interesa es saber qué hay detrás de esa realidad. qué hay detrás de los
espejos. A mí me impulsa lo maravilloso, lo misterioso, lo fantástico, las
cosas imposibles busco la verdad revelada, las verdades inducidas por la razón
no me interesan.
-Los
racionalistas rara vez ven fantasmas, ¿no?
-Nunca,
no los ven nunca. Es cuestión de causa-efecto. Hay que estar predispuesto. Las
normas, las convenciones, los hombres sujetos a reglas... no me dicen nada literariamente.
¿Para qué voy a contar yo la historia de Pepito que se enamora de Pepita y se
quieren mucho y ahorran para comprarse un piso en Tarrasa, si esto sucede todos
los días a todo el mundo? Yo busco los personajes ingrávidos, que rompen
moldes, que hablan de cosas maravillosas en cien idiomas. que vienen del más
allá...
-Pero
supongo que la historia de Pepita se puede contar de muy diversas formas...
-Pues
que las cuenten otros. A mí Pepita no me interesa cuando me pongo a escribir.
Para
apuntalar sus razones. Perucho recurre a Platón que también habló lo suyo de
fantasmas, a San Pablo, a Juan Ramón. Todo menos quedarse en lo cotidiano, lo
chato, lo obvio. Perucho nació en una biblioteca que ahora tiene treinta mil
volúmenes. Es hijo de un comerciante catalán y de una castellana y creció en un
ambiente bilingüe y convencional, nada propicio para que naciera en él su
pasión por la literatura fantástica poblada de monstruos, fantasmas e ingenios
mecánicos con vida propia. Muy pronto, sintiéndose ya poeta -«no soy más que
eso, un poeta»— Perucho hace toda una reflexión filosófica sobre los monstruos.
Desde entonces hay dos peruchos en Perucho que conviven como un matrimonio
estable y asombrosamente bien avenido. Una vida muy normalita. muy ordenada,
muy conservadora, y una literatura disparatada y prodigiosa.
-Hábleme
de esas primeras lecturas, tan decisivas
-Desde
el principio simultaneé clásicos con modernos. Heródoto y Píndaro con, por
ejemplo, las revistas francesas más vanguardistas. Sentía una curiosidad enorme
por todo lo nuevo. La del surrealismo, de la mano de aquella fantástica
antología de Gerardo Diego, fue la primera puerta que abrí y. de ahí, salí
disparado a Eluard, Bretón... Era una máquina devoradora de toda letra impresa.
Luego, poco tiempo después, paseando por París di con un libro de Lovecraft. «El color caído del cielo», traducido, me
acuerdo, por un hijo de François Mauriac, que me fascinó. Ha sido una de las
lecturas más maravillosas de mi vida, por ella entró en el mundo onírico.
Lovecraft pudiera parecer un escritor barato, facilón. . peto no. Era un hombre
que no vivía en la realidad, y eso me fascinaba.
Literatura escapista
-No
le gusta que le comparen con Tolkien, verdad?
-No.
no me gusta. Tolkien es demasiado un autor de dibujos animados. Me interesa muy
poco.
-¿Y
con Cunqueiro?
-Sí,
me siento más próximo al mágico Cunqueiro, aunque sé que nunca llegaré a escribir
como él. Nuestros mundos, de todos modos, no son los mismos. Yo soy
mediterráneo y él céltico, sus sueños son más brumosos y desdibujados que los
míos. Mi misterio es más corpóreo.
Los
temas de Perucho han resultado ser, con los años, los temas de muchos
escritores europeos de vanguardia. Pero nacieron en los años cuarenta y
cincuenta en Barcelona, cuando la llamada literatura social se enseñoreaba de
la mayor parte de las cuartillas de los escritores de entonces.
-Entonces,
efectivamente, imperaba la literatura de combate, que a mí me ha aburrido
siempre. También aburrían a los demás mis fantasmas y mis historias
fantásticas, no creas. No me leía nadie. Es más. me acusaban de hacer una
literatura escapista. Y tal vez. Pero yo creo que toda literatura es escapista.
Toda gran literatura. El caso es que estábamos arrinconados. ¿Quiénes? Pues
Luján, Néstor Luján. por ejemplo, y yo. y otros muchos escritores entonces
jóvenes que comenzamos a escribir en «Alerta».
Nunca nos consideramos diletantes, sino auténticos trabajadores. Todos los días
escribíamos, paso a paso, nada espectacularmente, pero sin desmayo. Siempre
supimos que no iba a tener gran resonancia lo que escribiéramos, estábamos bien
seguros de que seguiríamos en la sombra por los siglos de los siglos, o, al
menos, hasta esta edad bíblica que ya tengo...
Español siendo catalán
Hace
dos años Juan Perucho escribió sus memorias, que tituló «Los
jardines de la melancolía» y que para sus
más fieles resultaron decepcionantes. Decepcionantes por cortas y estrechas,
por no contener ni mucho menos el caldo peculiar y prodigioso que empapa y
destila su mundo. Perucho dice que, efectivamente, apenas habla de él porque
son memorias intelectuales. «Y por pudor, claro». En «Los jardines...» se
detiene Perucho en su infancia, en su familia, en su formación, en esa manera
suya de ser esparto) que es siendo catalán, de viajes, de autómatas, de
gastronomía, bibliofilia... Y de tos otros. Ni un retazo de su formación
jurídica, ni un sentimiento, apenas alguna creencia... «Al final, dice,
destilan desencanto, porque el tiempo ha ido ensuciando y marchitando todos los
valores en los que creíamos».
-Esa
mirada trascendente, incluso religiosa, sigue presente en casi toda su obra,
¿no?
-Nunca
he abandonado el sentido de la sacralidad de la vida. Siempre he tenido
instinto religioso. Me he distanciado muchas veces, pero siempre vuelvo.
Después de tanto leer, he sabido que lo más importante del mundo es la bondad.
Hay que ser bueno. Luego, la belleza, que también es buena, y lo último, es
decir, lo tercero, la inteligencia. Pero la inteligencia puede ser diabólica.
Ahora lo que más me emociona es la lectura de los primitivos religiosos: San
Procopio, San Macario... Te voy a contar una historia bellísima de San Macario…
Navega
Perucho entusiasmado por las historias más viejas e inverosímiles que uno puede
imaginar. Son historias que solo conoce él, rarísimas, que le hacen subir y
bajar de la butaca impetuosamente, correr a la biblioteca, acertar con el libro
exacto y regodearse en el asombro que produce a su interlocutor el relato. Pero
no hace falta llegar hasta los primitivos religiosos. Juan Perucho es crítico
de arte desde hace cuarenta artos. Sus opiniones y descubrimientos en la
revista Destino han
hecho escuela: Gaudí, Ponç, Cuixart. Tápies... Sabe mucho de arte, porque ha
visto mucho, porque siempre le ha interesado lo visual, le ha intrigado lo que
no entendía. ha buscado el secreto y el porqué de cada trazo. Habla Perucho de
arte y comienza por la superficie de las cosas, pero luego baja y baja tanto,
que sobrecoge.
-Desde
que era chico compraba revistas de arte para saber, para entender. Me las
traían de Francia, de Inglaterra, estudiaba, leía... hasta que paulatinamente
me fui adentrando al otro lado del espejo e instalándome en la esencia.
-En
la esencia del arte abstracto
-Sí.
La esencia de la abstracción es, a mi modo de ver, la renuncia de lo aparente
para ir a la interioridad de las cosas, a sus esquemas, a la esencia geométrica
de la realidad, a lo permanente. Cada tiempo tiene su arte, desde luego, pero
yo siempre he admirado más el arte del pasado. El arte moderno no busca la
belleza. busca el carácter, la expresión y no es, en contra de lo que yo creía
en un principio, imperecedero. Muchas obras de arte modernas no van a resistir
ese implacable cedazo que es el tiempo.
-Usted
fue el descubridor de Tápies, su gran valedor durante años
-Descubrí
a Tápies haciendo una exhumación de cadáveres.
-¿...?
-Si,
en mis tiempos de juez tenía que presenciar junto al forense el levantamiento
de cadáveres y un día me dí cuenta de que la tapa de la caja que salía era un
Tápies. Una tapa desconectada de la realidad de la muerte con unos bermellones
rarísimos como sartales de zarpa que han arañado la superficie, una tapa
castigada por el tiempo de la que penden unas cenefas... una tapa que, en
definitiva, si la cuelgas de la pared es un Tápies.
-Que
no te sorprenda tanto lo que te digo, continúa
Perucho, porque Tápies descubrió el misterio de la muerte a través de la
materia degradada. Puede ser un féretro. una pared castigada por la lluvia o un
cubo de materiales de desecho. Tápies ha sido el primer pintor que ha hecho de
la materia degradada una obra de arte.
Un arte demasiado fácil
-¿Qué
dice Tapies de esta teoría?
-La
rechaza un poco, claro. Le cuesta creerme. Pero para mí es la verdad. Es mi
revelación de la obra de Tápies.
Perucho
fue también el descubridor del arte más joven de los años de posguerra, se ha
interesado por el cómic, ha escrito de cartelismo, de técnicas de reproducción
masiva, de las tendencias más vanguardistas. Pero ahora cree que el arte ha
tomado el sendero de la facilidad y que eso es malo.
-El
arte de hoy es demasiado fácil. Gran parte del arte que se hace ahora es pura
gratuidad, es un producto que no es humano, en el que además se ha impuesto el
criterio de la mayoría. Ahora todo se hace en función de la masa, lo mismo en
arte que en literatura. Y antes el público no existía. El gran público ha
desbaratado la función del arte y de la literatura. Y el comercio los ha herido
de muerte. Ya sé que esto no lo debiera decir, pero es la verdad. Y la crítica
se limita a hacer elucubraciones con un lenguaje expresivo profesional. Pero no
hay un «quid divinum». Sin misterio
no hay gran arte. Por eso los mejores críticos de arte son los poetas. Desde
Baudelaire a Juan Manuel Bonet. Son los poetas los que mejor captan la verdad
revelada en el arte, los que intuyen, que es lo más que se puede hacer. El gran
arte no se puede explicar.
Blanca
BERASÁTEGUI, ABC Cultural, 10 de noviembre de 1995, pp.16 y 18
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