“2.
La manipulación de las masas y los individuos
De
vinculis in genere («De
los vínculos en general») de Giordano Bruno, pertenece a estos escritos
oscuros cuya importancia en la historia de las ideas supera de buen trecho la
que tienen ciertas obras célebres. Por la franqueza, e incluso el cinismo, que
demuestra en el análisis de su materia, podría compararse al Príncipe de Maquiavelo; además el tema
de las dos obras está emparentado: la de Bruno se interesa por la manipulación
psicológica en general, la de Maquiavelo se ocupa más especialmente de la
manipulación política. Pero ¡qué pálido y ridículo se ve, hoy en día, al príncipe-aventurero
maquiavélico comparado al mago-psicólogo de Bruno! La popularidad del Príncipe
ha favorecido su consideración durante sucesivos siglos, y le ha llevado,
recientemente, hasta la moderna teoría del «Príncipe»
—el partido comunista— lanzada por A. Gramsci. Inédito hasta una fecha tardía,
poco leído y siempre mal entendido, el De
vinculis in genere es sin embargo el escrito que merecería ocupar, hoy en
día, el verdadero y único puesto de honor entre las teorías de manipulación de
las masas. Sin saberlo, los trusts de
inteligencia que dominan el mundo se han inspirado en él: han llevado a la
práctica las mismas ideas de Bruno. Podría existir una cierta continuidad ya
que Bruno parece haber ejercido su influencia sobre el movimiento ideológico, a
principios del siglo XVII, conocido bajo el nombre de rosacruz, cuya
repercusión fue enorme. Pero, por lo que sabemos, no ha existido, ni antes de
Bruno ni después de él, ningún autor que haya tratado esta materia bajo su
aspecto empírico, dejando de lado cualquier consideración de orden ético,
religioso o social. De hecho, a nadie se le hubiera ocurrido tratar un tenía
como éste desde el punto de vista del
mismo manipulador, sin poner primero, como principio fundamental de su
investigación, algún derecho divino o humano intangible en el nombre del cual
la manipulación estaría condenada.
En
el siglo XIX, podemos encontrar, claro está, a unos ideólogos como Karl Marx o
Friedrich Engels que creen que la religión es como un «opio para el pueblo». En este sentido, además, sólo repiten un
enunciado del De vinculis bruniano
donde la religión está considerada únicamente en su calidad de instrumento de
manipulación de las masas. Pero, mientras que Marx y Engels tienen unos ideales
humanitarios y utópicos, Bruno no manifiesta ninguna preocupación por
salvaguardar la dignidad humana: el único derecho que tiene ante sus ojos no
pertenece ni a Dios ni a los hombres, sino al mismo manipulador.
Hacia
finales del siglo XIX, G. Le Bon sentó las bases de la disciplina llamada «psicología de las masas» (Psychologie des foules, editado en
1895). Más tarde, Sigmund Freud la desarrolló en su obra Psicología de las masas y análisis del yo (1921) que tuvo grandes
repercusiones. Pero tanto Le Bon como Freud tenían por objetivo determinar
cuáles son los mecanismos psicológicos que actúan dentro de una masa y dirigen
su composición, y no enseñar cómo
dominar una masa. La ciencia, con sus escrúpulos de orden moral, se
niega a seguir un punto de vista que gustosamente deja a cargo del hombre
político (de un Adolf Hitler, autor del Mein
Kampf, por ejemplo). Se deja al Príncipe
lo que le pertenece, aunque después se proteste -como lo hizo Freud- contra los
abusos de un Stalin y el «nuevo orden»
establecido en la Unión Soviética.
Toda
la humanidad ha oído hablar del Príncipe de
Maquiavelo, y numerosos políticos se han esforzado en seguir su ejemplo. Pero
sólo hoy en día podemos apreciar lo mucho que el De vinculis supera al Príncipe,
tanto por su profundidad como por su actualidad e importancia: hoy en día, ya
ningún jefe político del mundo occidental pensaría en actuar como el Príncipe de Maquiavelo, pero, en cambio,
podría utilizar los recursos de persuasión y manipulación tan sutiles como los
que los trusts de inteligencia son capaces
deponer a su disposición. Para comprender y poner de relieve la actualidad de De vinculis, deberíamos estar informados
acerca de la actividad de estos trusts,
de los ministerios de Propaganda; deberíamos poder echar un vistazo a los
manuales de las escuelas de espionaje, aunque ya podamos hacernos una idea de
lo que contienen viendo lo que, a veces, se trasluce de estas organizaciones
cuya finalidad ideal es garantizar el orden y el bienestar común, allá donde ya
existe.
El
Principe de Maquiavelo era el antepasado del aventurero
político cuya figura está desapareciendo. Por el contrario, el mago del De vinculis es el prototipo de los
sistemas impersonales de los medios de comunicación, de la censura indirecta,
de la manipulación global y de los trusts
que ejercen su control oculto sobre las masas occidentales. Desde luego, no
es el modelo seguido por la propaganda soviética porque a esta última le falta
la sutileza que tan bien se aplica en Occidente. Por el contrario, el mago de
Bruno es del todo consciente de que, tanto para atar a las masas como para atar
a un individuo, debe tener en cuenta toda la complejidad de las expectativas de
los sujetos, y debe crear la ilusión total de que está ofreciendo unicuique suum. Por esta razón, en la
manipulación bruniana se necesita tener un conocimiento perfecto del sujeto y
sus deseos: sin tenerlo, no puede haber ningún «vinculo». También por esta razón, el mismo Bruno admite que se
trata de una operación extremadamente difícil que sólo puede realizarse
desplegando unas facultades de inteligencia, perspicacia e intuición que estén
a la altura de esta labor. Su complejidad en nada queda disminuida porque la
ilusión debe ser perfecta para satisfacer las múltiples expectativas que se ha
propuesto. Cuantos más conocimientos tenga el manipulador sobre aquellos que
quiere «vincular», mayor serán sus
probabilidades de éxito puesto que sabrá escoger el momento propicio para crear
el vinculum.
Vemos
que la magia erótica bruniana se propone ofrecer a un manipulador los medios
para que controle a unos individuos aislados así como a unas masas. El supuesto
fundamental es que existe un gran instrumento de manipulación: el eros en su sentido más amplio, aquello que se quiere, que va desde
el placer físico hasta las cosas más insospechadas, pasando probablemente por
la riqueza, el poder, etc. Todo puede definirse en relación con el eros, puesto que la repugnancia y el
odio sólo representan el lado negativo de la misma atracción universal: «Todos los afectos y vínculos de la voluntad
se reducen y se refieren a dos: la repugnancia y el deseo, o el odio y el amor.
Sin embargo, el odio se reduce él mismo al amor, y por ello resulta que el
único vínculo de voluntad es el eros.
Está demostrado que todos los olios afectos que una persona puede sentir sólo
son, tanto formalmente como fundamental y originalmente, amor. Por ejemplo, la
envidia es amor de alguien por sí mismo, y no soporta ni la superioridad ni la
igualdad del otro; el mismo principio se aplica a la emulación. La indignación
es amor por la virtud [...]; el pudor y el miedo [verecundia, timor] no son más que amor por la honestidad y por
lo que da miedo. Se puede decir lo mismo para los otros afectos. Por lo tanto,
el odio no es más que amor por el contrario o por lo opuesto, y así mismo, la
ira sólo es una especie de amor. Para todos aquellos que están destinados a la
filosofía o a la magia, es del todo evidente que el vínculo más elevado,
más importante y el más general [vinculum
summum, praecipuum et generalissimum]
pertenece al eros: lo que explica que
los platónicos llamaran al amor el gran demonio, daemon magnus».
La
acción mágica tiene lugar por un contacto
indirecto (virlualem seu otentialem),
a través de sonidos y figuras
que ejercen su poder sobre los sentidos de la vista y el oído (Theses de Magia, XV, vol. III. pág.
466). Pasando por las aberturas de los sentidos, imprimen en la imaginación
ciertos afectos que son de atracción o repulsión, de goce o repugnancia (ibid.).
Sonidos
y figuras no han sido escogidos sin falta de criterio: provienen del lenguaje
oculto del espíritu universal (De Magia.
III, pág. 411). Entre los sonidos, el manipulador debe saber que las armonías
trágicas provocan más pasiones que las cómicas (ibid., pág. 433) porque son capaces de actuar sobre las almas que
dudan (ibid., pág. 411).”
…
“A
su vez, las figuras son
capaces de provocar la amistad o el odio, la pérdida (pernicies) o la disolución (ibid.,
pág. 411). De hecho, este fenómeno artificial puede comprobarse cada día cuando
los individuos o las cosas que vemos provocan espontáneamente nuestra simpatía
o antipatía, repugnancia o atracción (ibid.,
pág. 447).
La
vista y el oído sólo son las puertas secundarias por las que el «cazador de almas» (animarum venator), el mago, puede introducir sus «vínculos» y sus cebos (De vinculis in genere. III. pág. 669). La
entrada principal (porta et praecipuus
aditus) de todas las operaciones mágicas es la fantasía (De Magia.
III, pág. 452); ésta es la única puerta (sola
porta) de todos los afectos, o afecciones, internos y es el «vínculo de los vínculos» (vinculum vinculonun) (ibid., pág. 453). La fuerza del
imaginario se multiplica por dos cuando interviene la facultad cogitativa
poique esta es capaz de subyugar al alma (ibid.).
Sin embargo, el «vínculo» tiene que
pasar obligatoriamente por la fantasía porque «no hay nada en la razón que no haya sido anteriormente percibido por
los sentidos [quod prius nonfuerit in sensu], y no hay: nada que, partiendo de los sentidos, pueda llegar hasta la
razón sin pasar por la fantasía» (Theses
de Magia, XLIII, vol. III, pág. 481).”
…
“Ésta
sería la voluntad del manipulador, que debe ser de tipo especial. En efecto,
Bruno avisa a cualquier operador de fantasmas —en este caso al artista de la
memoria— para que regule y controle sus emociones y sus fantasías de manera
que, creyendo ser su dueño, no sea, por el contrario, la víctima de sus
habilidades. «Procura no transformarle de
operador en instrumento de los fantasmas», éste es el mayor peligro que el
discípulo tiene ante si (Sigillus
sigillorum, 11,2, pág. 193). El verdadero manipulador debe ser capaz de «ordenar, corregir y disponer la fantasía, componer
sus especies según su voluntad» (Theses
de Magia, XLVIII, vol. III, pág. 485).
Parece
ser que el hombre está dotado de un cerebro extremadamente complejo y
desprovisto de cualquier tipo de dispositivo especial que le permita analizar
los estímulos según su lugar de origen: resumiendo, no es capaz de distinguir
directamente entre las informaciones oníricas y las que le transmiten los
sentidos, la imaginación de lo tangible. Bruno exige del operador una labor
sobrehumana: primero debe guardar inmediatamente y sin equivocarse las
diferentes informaciones según su origen y. después, debe hacerse completamente
inmune frente a cualquier emoción provocada por causas externas. En definitiva,
se supone que ya no reacciona ante ningún estímulo externo No debe dejarse
conmover ni por la compasión, ni por el amor del bien y de lo verdadero, ni por
nada, para evitar ser «vinculado» a
su vez. Para ejercer el control sobre los demás, hay que estar protegido ante
cualquier control que venga de los demás (Theses
de Magia, XLVIII).
Con
una lucidez, extraordinaria, Bruno expone una clara distinción entre la
teología (con los fundamentos de la moral que era, no lo olvidemos, una materia
exclusivamente teológica) y la «especulación
laica» (civilis speculatio), para
la cual se ofrece personalmente como representante. Para la teología hay una
religión verdadera y creencias falsas, hay un bien y un mal, y en gran parte
tienen una naturaleza ideológica. En estas condiciones, no se puede realizar
ningún tipo de manipulación de
los individuos ni de las masas, sino que se trata más bien de cumplir una
misión cuya finalidad es convertir a la única verdad. Por el contrario, para
Bruno, sólo existe un principio válido, sólo hay una verdad: todo es manipulable, no existe nadie en absoluto que pueda librarse de
las relaciones intersubjetivas, ya sea un manipulador, un manipulado o
un instrumento (De vinculis, III,
pág. 654). Incluso la teología, la fe cristiana y cualquier otra fe sólo son
convicciones de masas instauradas por operaciones de magia.
Para
que salga con éxito una operación —Bruno no se cansa nunca de decirlo—, tanto
el operador como los sujetos deben estar plenamente convencidos de su eficacia.
La fe es la condición
previa de la magia: «No existe operador —sea
mago, médico o profeta— que pueda desempeñar nada si no existe una fe previa en
el sujeto» (De Magia, III, pág.
452); lo que también explica la frase de Hipócrates: «El médico más eficaz es aquél en quien más gente confía» (ibid., pág. 453). «El primer fundamento de la unión universal […] es que haya credulidad no solamente en nosotros, los que operamos,
sino también en los pacientes. Ésta es la condición necesaria ya que sin ella no
se puede obtener nada […]» (De Magia
mathematica. VI. vol. III, pág. 495). «La
fe es el mayor vinculo, el vínculo de los vínculos (vinculum vinculorum); de él provienen lodos los demás: la
esperanza, el amor, la religión, la piedad, el miedo, la paciencia, el goce, la
indignación, el odio, la ira, el desprecio etc. » (Theses de Magia, LIII,
vol. III, pág. 490). «Es necesario que el
operador posea una fe activa y el sujeto de la operación una fe pasiva. Esta
última, sobre todo, es un requisito para cualquier sujeto, porque sin ella,
ningún operador, ya sea natural, racional o divino, puede desempeñar nada [...]»
(ibid.).
Resulta
evidente que los ignorantes serán las personas mejor dispuestas a dejarse
convencer por los fantasmas de la teología y los de la medicina: «Vincular [vincire] a estas personas resulta todavía más fácil cuantos menos conocimientos
tienen. En ellos, la fuerza del alma se dispone y se abre de tal manera que
deja el paso libre a las impresiones provocadas por las técnicas del operador,
abriendo así ampliamente aquellas ventanas que, en otras personas, siempre se
mantienen cerradas. El operador tiene libres las vías para crear todos los
vínculos que quiera: la esperanza, la compasión, el miedo, el amor, el odio, la
indignación, la ira, la alegría, la paciencia, el desprecio de la vida, de la
muerte, de la fortuna ...» (De Magia,
III, págs. 453-454). El hecho de mencionar al profeta junto al mago y al
médico, no es una casualidad. La consecuencia más evidente de las
especulaciones de Bruno consiste en que toda religión es una forma de
manipulación de las masas. Utilizando técnicas eficaces, los fundadores de
religiones han sabido influir, de una manera duradera, en la imaginación de las
masas ignorantes: han podido canalizar sus emociones y utilizarlas, provocando
sentimientos de abnegación y autosacrificio que no hubieran manifestado de
manera natural.
Enunciados
como éste se prestan con facilidad a los malentendidos; el más común sería
considerar que Bruno realiza aquí una crítica sociológica de la religión. Y en
verdad, Bruno se sitúa más lejos de la religión que de la teología, a la que no
intenta «desenmascarar», sino que
únicamente procura mirarla desde un punto de vista operativo más amplio. No
condena en absoluto a la religión en nombre de unos principios humanitarios que
lo son completamente ajenos. De hecho, no se interesa por la religión en sí,
sino por la manera que emplea cualquier religión para instaurarse, siempre y
cuando, por un lado, las masas estén dispuestas a aceptarla y, por otro, el
mensaje sea conveniente y tenga la capacidad de realizar la conversión de las
masas. En cuanto al manipulador, será todavía más persuasivo, más firme en su
fe y en su fuerza de convicción, cuando consiga apagar en él y en los demás la philautia, el amor por uno mismo, el
egoísmo (De vinculis. III. págs.
652,675). Todo es manipulable, enseña Bruno: pero el manipulador no tiene
derecho a utilizar su poder sobre las masas con fines egoístas. Además, parece
ser que la existencia del amor propio en el sujeto facilita de alguna manera la
creación de «vínculos».
De
manera general, resulta más fácil ejercer una influencia duradera en las masas
que en un individuo. Para las masas se emplean unos vínculos que son de orden
más general. En el caso de un individuo, es necesario conocer primero muy bien
sus placeres y sus fobias, lo que suscita su interés y lo que le deja
indiferente: «Resulta, en efecto, más
fácil manipular [vincire] a varias
personas que a una sola» (ibid., pág. 688).”
…
“3.
Vinculum vinculorum
La
fórmula «vinculo de los vínculos»,
Bruno la aplica —ya lo hemos visto— a tres cosas distintas: el eros, la fantasía, la fe. Ciertamente,
como sabemos que el eros es una
operación fantástica, podemos reducir la lista a dos términos. Después,
aprendemos que la fe sólo puede formarse y prosperar en el terreno de la
imaginación, lo que viene a significar que, en el fondo, el vinculum vinculorum es el sintetizador
receptor y productor de fantasmas.
Sin
embargo, Bruno suele reservar esta fórmula para describir la fuerza
extraordinaria del eros, daemon magnus, que preside todas las
actividades mágicas. Estas últimas sólo son, finalmente, una explotación
extremadamente hábil de las propensiones y actitudes individuales, para crear
vínculos duraderos cuya finalidad es someter al individuo, o al grupo, a la
voluntad del manipulador.
El
postulado de esta operación es que nadie puede librarse del círculo mágico:
cada persona o bien está manipulada, o bien es un manipulador. Para poder
ejercer sus técnicas, después de conseguir un dominio extraordinario sobre su
propia fantasía, y habiendo dejado de lado su amor propio, que le hacía
vulnerable frente a las adulaciones y las injurias de los demás, el manipulador
se dedica a conocer y penetrar, gracias a la intuición, tanto las propiedades
como las reacciones y las emociones del sujeto que quiere vincularse...”
…
“¿Cuál
es el objetivo de esta descripción del vinculum
cupidinis, del vínculo libidinal? Esta pregunta resulta ser más compleja de
lo que parece porque el tratado bruniano, en más de una ocasión, no resulta ser
muy explícito, ni mucho menos. Como ya le hemos dado una respuesta, todavía nos
queda justificarla.”
...
“Una
tercera hipótesis, que no pone en cuestión la idea de manipulación, consiste en
decir que el conocimiento de la fenomenología erótica le sirve, al operador, no
tan sólo para ejercer su influencia sobre el mundo exterior sino también para
obtener una inmunidad perfecta en relación con los «vínculos» de cualquier tipo. Esto es muy probable, y vendría a
decir que el operador bruniano es aquel que sabe todo sobre el amor, para
aprender a no amar. En efecto, el que ama está vinculado: «El amor del amante es pasivo, es un vínculo. El amor activo es otra
cosa, es una fuerza activa en las cosas, y es el que vincula [est ille qui
vincit]» (ibid., pág. 649).”
Ioan P. Culianu. Eros y magia en el Renacimiento, ed.
Siruela 1999. pp. 131-140.
…
“5.
De la magia como psicosociología general
Aunque
la magia erótica de Bruno sea poco ortodoxa, su estudio nos ha permitido
conocer un poco mejor las consecuencias extremas a las que puede llegar la
identidad, tanto sustancial como operacional, entre eros y magia.
Tendremos
que volver hacia atrás para considerar nuevamente cuál puede ser el parentesco
entre eros y magia: ¿dónde acaba el eros?,
¿dónde empieza la magia? Parece que la respuesta sea sencilla: en cuanto se
manifiesta el eros, la magia también
se manifiesta. Por esto, finalmente, la magia erótica representa el grado cero
de cualquier magia.
Todavía
nos queda precisar la definición de la magia como operación espiritual. En cualquier caso, se trata de un
postulado transitivo, y podemos afirmar que toda operación espiritual es al
mismo tiempo una operación mágica. Como el eros viene a ser la actividad
pneumática natural más
sencilla (aquella que interviene en cualquier proceso intersubjetivo), resulta
que todos los fenómenos eróticos son al mismo tiempo unos fenómenos mágicos en
los que el individuo interviene en calidad de manipulador, de manipulado o de
instrumento de manipulación.
Para
que un sujeto participe de las operaciones mágicas, la idea misma de magia no
debe pasar el límite de su consciencia. De hecho, puesto que ningún acto tiene
lugar sin un movimiento del pneuma,
se puede decir que toda la existencia de un individuo queda circunscrita en la
esfera de la magia natural. Y como las relaciones entre individuos están
condicionadas por criterios «eróticos»,
en el sentido más amplio de la palabra, resulta que la sociedad humana, en sus
diferentes niveles, no es más que obra de magia. Por mucho que no sea
consciente de ello, todo ser que, debido a la constitución del mundo, esté
integrado en un relevo intersubjetivo también está participando en un proceso
mágico. Únicamente el operador puede, primero, situarse como un observador de
las relaciones intersubjetivas poique ha entendido el conjunto de este
mecanismo, y puede realizar, simultáneamente, un conocimiento con la finalidad
de sacarle provecho.
Todo
esto recuerda curiosamente el concepto de «proceso
de transferencia» estudiado por Jacques Lacan: según él, el mundo es un
inmenso aparato de intercambios intersubjetivos, donde cada uno hace a su vez
el papel de paciente o el de analista, En cuanto al facultativo, aunque Lacan
no lo diga expressis verbis, se sitúa
en una posición parecida a la del operador de Bruno: ha aprendido los
mecanismos del mundo, sabe que el mundo no es más que una máquina de
transferencias, y observa todo esto para poder aprovecharlo. Ciertamente,
también se supone que debe transferir en el paciente el provecho que haya
sacado para poder curarlo.
Las
posibilidades del mago son más amplias: las del médico están relativamente más
limitadas. Si tenemos dos individuos. A y B, y la relación entre ellos, que
podemos llamar Y, y suponemos que A quiere a B pero que B no le corresponde,
resulta que su relación, Y, queda definida con estos términos. La labor del
mago es modificar Y: si ofrece sus servicios a A, conseguirá para él los
favores de B. Pero supongamos que la familia de A decide que, por algún motivo
de interés, A debe abandonar su intensa pasión por B: poniéndose a su servicio,
el operador modifica Y y «cura» a A.
Ésta sería la labor del médico. También podemos imaginar que A es un
manipulador mágico que quiere conseguir los favores de B. Es mago, y no médico.
De estos tres casos, dos pertenecen a la magia y uno a la medicina. ¿Cuál es,
exactamente, la frontera entre estas dos disciplinas? Podemos damos cuenta de
que las competencias del médico se limitan, jurídicamente, a los casos que
presentan el afecto de A en conflicto con los intereses de la sociedad, lo que
significa que el afecto se situaría fuera de la normalidad. Por el contrario,
el operador de la magia erótica en general puede utilizar sus conocimientos en
contra de la sociedad y en contra de la voluntad de un individuo.
Supongamos
ahora que A es un individuo múltiple, una masa que tiene reacciones uniformes.
B es un profeta, el fundador de una religión o un jefe político que subyuga
utilizando procedimientos mágicos de persuasión. Sus prácticas, como las del
médico, se admiten porque al conseguir el consenso social, el mismo operador
dicta las reglas de la sociedad.
Tres
hipóstasis: mago, médico, profeta. Su vínculo es indisoluble, y sus límites no
quedan bien definidos. El «psicoanalista»
también pertenece a este círculo porque sus actuaciones están en el límite de
lo ilícito y lo sobrehumano. (Reconozcamos que, hoy en día, su situación sigue
siendo la misma: un cirujano nunca dirá que un psicoanalista es su «colega», aunque tenga el diploma de
médico.)
Como
hoy en día se han especializado y delimitado las competencias, podríamos decir
que los otros dos operadores de la magia bruniana (el mago, propiamente dicho,
y el profeta) han desaparecido. Es más probable, sin embargo, que sencillamente
se hayan camuflado tras unas apariencias sobrias y legales: el analista sólo
sería una de ellas, y no precisamente la más importante. Actualmente, el mago
se encarga de las relaciones públicas, de la propaganda, de la prospección de
mercados, de las encuestas sociológicas, de publicidad, de la información, la
contra información y la des-información, de la censura, de operaciones de
espionaje c incluso de criptografía (esta ciencia fue, durante el siglo XVI,
una rama de la magia). Esta figura clave, para la sociedad contemporánea, sólo
representa la continuidad del manipulador bruniano, cuyos principios va
siguiendo, procurando presentarlos con fórmulas técnicas c impersonales. Los
historiadores concluyeron sin razón que la magia había desaparecido con la
llegada de la «ciencia cuantitativa».
Esta sólo ha sustituido una parte de la magia, prolongando sus sueños y sus
finalidades, recurriendo a la tecnología. La electricidad, los medios de
transporte rápidos, la radio y la televisión, el avión y el ordenador no son
más que las realizaciones de aquellas promesas, formuladas por la magia, que
respondían a los procedimientos sobrenaturales del mago: producir luz,
desplazarse instantáneamente de un punto a otro del espacio, comunicarse con
regiones lejanas del espacio, volar por los aires y disponer de una memoria
infalible. Podemos sostener que la tecnología viene a ser una magia democrática
que permite a todo el mundo gozar de las facultades extraordinarias de las que,
hasta ahora, sólo podía presumir el mago.
Por
el contrario, nada ha reemplazado a la magia en el terreno que le es propio: el
de las relaciones intersubjetivas. Al mantener una función operacional, tanto
la sociología como la psicología y la psicosociología aplicada representan, hoy
en día, la continuación directa de la magia renacentista.
¿Qué
se pretendía conseguir con el conocimiento de las relaciones intersubjetivas?
Una
sociedad homogénea, ideológicamente sana y gobernable. El manipulador de Bruno
tenía la responsabilidad de impartir a sus sujetos una educación y una religión
correctas: «Ante todo, hay que cuidar
mucho la manera de educar a alguien, vigilar el lugar donde sigue sus estudios,
vigilar el tipo de pedagogía, de religión, de culto, los libros y los autores
estudiados. Pues lodo esto genera por sí mismo, y no por casualidad, todas la
cualidades del sujeto» (Theses de
Magia, III). El control y la selección son los pilares del orden. No hace
falta tener mucha imaginación para entender que la función del manipulador
bnuniano la ejerce, ahora, el estado: este nuevo «mago integral» se encarga de producir los instrumentos ideológicos
necesarios para conseguir una sociedad uniforme. Cualquier educación crea unas
expectativas que ni el mismo estado es capaz de satisfacer. Para los
frustrados, existen unas centrales ideológicas que crean expectativas
alternativas. Digamos que si el estado produce la «cultura», estos otros centros manipuladores producen la «contracultura» que va dirigida, ante
todo, a los marginales.
No
hay que engañarse en lo que respecta al carácter de las modas culturales
alternativas: en ciertas circunstancias, pueden resultar ser más potentes que
la cultura del estado: en tal caso, acabarán sustituyendo a esta última, ya sea
siguiendo la evolución, ya sea creando una revolución. Por esta razón, el
estado que quiera subsistir, debe tener la capacidad necesaria para asegurar a
sus ciudadanos una educación infalible, y, si puede, debe satisfacer sus
deseos. Si no lo consigue, debe procurar producir él mismo su contracultura,
cuyos componentes ideológicos deben estar organizados de tal manera que impidan
la cohesión de los marginados así como el aumento de su poder. El método más
sencillo y más eficaz, pero también el más inmoral, consiste en dejar que vaya
prosperando el mercado de los fantasmas destructivos y autodestructivos de todo
tipo, al mismo tiempo que se va abonando la idea de que existen fuentes
alternativas de poder, entre las cuales la más importante sería el «poder mental». Los efectos de la
violencia se vuelven contra los agresores, la autodestrucción anula otra parte
de los marginados, y, mientras tanto, el tercio restante está ocupado meditando
y extasiándose ante las posibilidades desconocidas, pero siempre inofensivas,
claro está, de la psique humana. Aunque, en ciertos casos, algunos ritos
violentos vayan asociados con prácticas mentales, resulta poco probable que
realmente consigan atacar la cultura del estado. La ventaja de estas
operaciones sutiles consiste en no recurrir a la represión directa para salvar
la idea de libertad, cuya importancia no debe ser desestimada. Por otro lado,
las modas alternativas también representan una fuente considerable de prestigio
y riqueza para sus creadores: y esto asegura el buen funcionamiento de todas
las industrias que están relacionadas con ellas: la imagen, el disco, la moda
de la indumentaria. A su vez, el éxito en el mercado de estas operaciones acaba
siendo un peligro para el estado que, hasta este momento, había estado
ayudándolas discretamente con la finalidad de desviar la atención de los
marginados. Pero resulta que el fenómeno adquiere tales proporciones que
prácticamente ya no puede ser controlado ni por los manipuladores directos ni
por el estado mismo. Surgen entonces nuevas modas que no han sido inventadas
por el estado para asegurar su propia subsistencia. Estalla una nueva ola de
violencia que el estado no había programado. Las prácticas auto destructivas
acaban por afectar a los representantes de las nuevas generaciones que hubiesen
podido responder a las expectativas más nobles del estado. La situación se
complica cada vez más, y las medidas que se toman exigen un gasto considerable
de inteligencia que hubiera sido más útil para unos fines mejores.
Y
nos preguntamos si el estado occidental, hoy en día, es realmente un mago o si
sólo es un aprendiz de brujo que pone en movimiento unas fuerzas ocultas e
incontrolables.
Es
difícil contestar a esta pregunta. En cualquier caso, el estado-mago, siempre y
cuando no se trate de unos vulgares prestidigitadores, es preferible al estado
policial que es aquel que, para defender su propia «cultura» caduca, no duda en reprimir todas las libertades así como
la ilusión de las libertades, transformándose en una cárcel donde ya no existe
esperanza. Demasiada sutilidad y demasiada flexibilidad son los mayores
defectos del estado-mago, que puede degradarse y transformarse en un estado
brujo. Una carencia total de sutilidad y de flexibilidad son los mayores
defectos de un estado policial, que se ha transformado en un estado-carcelero.
Pero la diferencia fundamental entre los dos, la que hace inclinar la balanza a
favor del primero, es la naturaleza de la magia: la magia es una ciencia de las
metamorfosis, tiene la capacidad de cambiar, puede adaptarse a cualquier
circunstancia, puede mejorarse. Por el contrario, la policía jamás puede ser
otra cosa que lo que es: en el caso que nos ocupa, es el defensor a ultranza de
unos valores caducos, de una oligarquía política inútil y perjudicial para la
vida de las naciones. El sistema de coacción está condenado a desaparecer
porque lo que defiende no es más que un montón de fórmulas sin ninguna
vitalidad. Por su parte, el estado-mago está esperando la posibilidad de
desarrollar nuevas oportunidades y nuevas tácticas, y precisamente el exceso de
vitalidad puede interferir en su funcionamiento. Seguramente él también sólo
podrá explorar una ínfima parte de sus recursos mágicos. Pero intuimos que
éstos serán de una riqueza extraordinaria y, en principio, no deberían tener
ninguna dificultad en arrancar el árbol seco de la ideología policial.
¿Por
qué esto no ocurre? Porque la sutilidad de sus juegos internos agota la
atención del estado-mago, y éste resulta tener poca preparación para
enfrentarse al problema de una magia fundamental y eficaz en sus relaciones
externas. Este monstruo de inteligencia se queda sin recursos en cuanto debe
proyectar operaciones a largo plazo o cuando tiene que poner cara de «encanto» para las relaciones
internacionales. Su pragmatismo sin contemplaciones ni miramientos acaba
creándole una imagen que, aun siendo más bien falsa, resulta repulsiva a la
mirada de sus interlocutores. Este defecto, hecho de promesas y discursos
bizantinos, le perjudica tanto como sus excesos de inteligencia y su
incapacidad para proponer soluciones radicales.
Si
nos extrañamos porque el estado policial todavía sigue funcionando también
podemos preguntamos porque el estado-mago, que dispone de una cantidad de
recursos ilimitada, funciona tan mal; incluso parece que vaya perdiendo
terreno, día a día, frente a los progresos ideológicos y territoriales del
otro.
La
conclusión es evidente: el estado-mago agota su inteligencia creando
diversiones internas y demuestra ser incapaz de elaborar una magia a largo
plazo para neutralizar la hipnosis provocada por las cohortes policiales que
van avanzando. Así y todo, parece que el futuro le pertenezca y aunque el
estado policial consiguiera una victoria provisional, no cabría ninguna duda
sobre esta cuestión: la coacción violenta deberá rendirse ante los
procedimientos sutiles de la magia, la ciencia del pasado, del presente y del
futuro.”
Ioan P. Culianu. Eros y magia en el Renacimiento, ed. Siruela (1999). pp. 147-152.
Estimado Don Cógito. Me llamo Sergio Rafael Gómez. Soy profesor de la materia Historia Socio Cultural del Arte e Historia de la Cultura en la UNA (universidad Nacional de las Artes) de Buenos Aires.
ResponderEliminarHace tiempo leí el texto de Culianu , y , ahora con esta pandemia que ,no solo mata sino que acrecienta el uso de móvles pantallas y lecturas rápidas para aprobar las materias a toda velocidad, encuentro en su texto un valioso y claro ejemplo que servirá para mis clases.
Ler felicito
semilibres2@gmail.com
Muy agradecido por sus palabras...
ResponderEliminarEsta obra guarda una serie de implícitos que sencillamente te llevan a desentrañar los hitos que transforman la naturaleza humana, e incluso a quienes movilizaron esta operación a nivel filosófico, religioso y artístico. De manera que nada queda en su sitio después...
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