"Nos
mezclamos con la luz de un crepúsculo y nada más."
Entrevista a Cristóbal Serra
Entrevista a Cristóbal Serra
Llucia Ramis
En
2004, la revista Quimera
dedicó un monográfico a Cristóbal Serra. Entonces él tenía 82 años y nos
entrevistamos por primera vez. Fui a su piso en la avenida Argentina, del que
apenas salía, y me recordó que nació en una Mallorca sin conservatorio desde la
que no se podía ir a Madrid en avión. No le gustaba el calor, y comentó que
aquel verano aún era soportable. Exclamaba: “Mos africanitzam!”. Volvimos a entrevistarnos en 2011, otra
vez en su casa, de la que ya no salía nunca, para el programa Això no és
Islàndia. Volvimos a reírnos mucho. A
nadie le sorprendió que muriera al final de otro verano, un año después, y sin
embargo su muerte nos pilló desprevenidos.
Éste
es un intento por conjugar ambas entrevistas, la quimérica y la de la isla.
Porque, además de su risa, lo que más se echa en falta es su voz: esa manera
tan propia y única de ver y contar las cosas, de explicar el mundo, que también
es Mallorca.
—Usted
ha escrito que las obras magistrales se encuentran más en la poesía que en la
novela.
—Considero
que hay muy pocas novelas perfectas. No es que haya leído muchísimas, pero sí
bastantes. En cambio, algunos libros de poemas, unos más conocidos que otros
—las Geórgicas de Virgilio son menos
conocidas que la Eneida— me han
parecido perfectos. Son obras que sólo pueden haber nacido del genio
mediterráneo y del Mediterráneo. Hay que incluir también una serie de poemas
que pertenecen a la modernidad, como Una
temporada en el infierno de Rimbaud, o los libros de Blake. Las canciones de inocencia y El matrimonio del Cielo y el Infierno
siempre me han parecido los poemas más perfectos, a los que habría que añadir
algún otro. Por ejemplo, toda la obra de François Villon, para mí lo más
logrado de la literatura francesa. En cambio, siempre encuentro en las novelas
algún defectillo, un lunar o lunares. El
Quijote me interesa muchísimo, pero no me interesa en cambio lo que
Macedonio Fernández llama “los cuentos
tontos del Quijote”. Me ocurre lo mismo con el Pickwick: siempre he tenido que salvar los cuentos para poder leer
el Pickwick. Y así con muchas obras,
como algunas de Dostoievski, que me resultan demasiado largas, un poco pesadas.
Oscar Wilde decía que “los buenos
novelistas son más raros que los buenos hijos”.
—¿Por
eso trabaja en un género tan breve como el aforismo?
—Yo
diferencio el aforismo de la máxima, porque la máxima es un género que se
elabora y tiene un cuño característico más cercano al moralismo que el
aforismo. Este último, en cambio, no tiene un asidero, es algo más desligado,
está un poco más allá de todo; no diré más allá del bien y del mal porque esto
no tiene por qué decirse. El aforismo tiene alas, es de carácter poético, es
aéreo y no puede ser pomposo, siempre lleva implícito un “si es, no es” cómico. Estas características lo diferencian de la
máxima, algo que no cree el Diccionario
de la Real Academia Española, que los confunde. Para mí es fácilmente
discernible una cosa de la otra. La cuna de este género vuelve a ser el
Mediterráneo, donde hallamos a Heráclito, que se distingue de los simplemente
presocráticos por ser el padre del aforismo.
—¿El
aforismo es propio de los hombres solitarios?
—Hombre,
pues a mí me parece que sí. Yo entiendo por “sabios solitarios” aquellos que han hecho de la soledad más
interior una experiencia. Creo que los chinos son los verdaderos sabios
solitarios, como Lao-Tsé o Chuang-Tsé, lo mismo que Heráclito. Toda la
filosofía que llega después a Grecia ya no tiene estas características. Creo
que el aforismo está ligado a estos autores que mencionaba y también a algunos
místicos, como el alemán Angelus Silesius, que tiene aforismos extraordinarios,
o San Juan de la Cruz.
—Ha
mencionado a Lao-Tsé y Chuang-Tsé. ¿De dónde viene su interés por el
pensamiento oriental?
—Como
cuento en Las líneas de mi vida, la
filosofía oriental empezó a interesarme a los treinta años. Bueno, en realidad
ya me había interesado antes, pero no mucho, porque sólo había leído la
filosofía de los literatos, como Schopenhauer o Montaigne. En cualquier caso,
sentía un rechazo hacia los que eran muy sistemáticos porque no soy un hombre
de los más lógicos, sino de los más ilógicos. No sé por qué, en el círculo del
pintor William Cook conocí a una escultora muy amiga de la familia, Violeta
Dreschfeld. Era una persona muy seria y me dejó una serie de libros orientales.
Yo le dije: “Me interesa más Lao-Tsé que
Buda”, así que ella me prestó más libros suyos; desde entonces empecé a
interesarme por estos temas. Pero al mismo tiempo, interiormente, siempre he
tenido la sensación de que en la filosofía oriental iba a encontrar unos libros
afines a lo que yo más o menos pensaba o necesitaba.
—No
le gusta discutir.
—Ahora
mismo no tengo muy buena memoria, pero creo que fue en un libro de Schopenhauer
donde leí que esto de la discusión es muy propio de la gente que se dedica a
hacerlo vanamente en el café y opta por el blanco o el negro. Si uno dice
blanco, el otro dice negro, siempre es igual y no hay más.
—Entonces,
¿huye de un pensamiento dialéctico?
—El
único dialéctico que tolero es aquel dialéctico al que no tolera la mayoría de
la gente: San Pablo (risas).
—Usted
ha mantenido contacto con otro aforista español: Carlos Edmundo de Ory.
—Sí,
me he escrito bastante con él. Creo que es uno de los más dotados para el
aforismo. Bueno, después de Bergamín o, en ocasiones, Antonio Machado. Ory ha
escrito muchísimos aforismos y yo creo que hay que huir de la plétora.
—Él
comparó a Péndulo (de Péndulo y otros
papeles) con Plume de Michaux,
con su propio Kikirikí-Mangé, y con K
de Kafka. ¿Son todos personajes en busca de la felicidad?
—Hombre,
el personaje Péndulo no es muy feliz, más bien es un infeliz. No diré
desdichado porque eso es más fuerte. Pero sí. Péndulo busca la felicidad aunque
no la encuentra. A mí me pasa una cosa muy curiosa con la felicidad y la
infelicidad: los surrealistas consideraban que esto de perseguir la felicidad
era una cosa muy burguesa. Yo creo que es una tendencia innata. Lo que pasa es
que algunos, cuando la consiguen, se aferran a ella de tal manera que se
convierten en unos seres a los que simplemente llamamos “aburguesados”. Mira, pronto publicaré un librito donde cuento que
se me dieron una serie de comunicaciones y así descubrí que soy un poco médium.
Uno de los que se me presentó por vía telepática y me escribió muchísimas
páginas que luego ya he olvidado fue Papini. El último libro que escribió se
titulaba La felicidad del infeliz (La felicitàdell’infelice). Yo no estaba
muy seguro de que me estuviera comunicando con Papini. Estaba como relajado y
él utilizaba mi mano para escribir, y como veía que no era mi letra pero que se
parecía mucho a la de Papini, que ya había visto escrita antes, pensé: es él.
Bueno, en una de éstas me dijo: “A mí me
pasa lo mismo que a usted; ambos tenemos la experiencia de la felicidad del
infeliz”. Me quedé un poco aturdido.
—También
tuvo esas “comunicaciones” con Juan Larrea.
—Sí,
Juan Larrea se me presentó uno de esos días de septiembre en los que uno aún
está amodorrado, porque el verano mallorquín amodorra. Yo tenía el pulso casi
inerte, no debía saber muy bien qué escribir. De pronto vi que mi pluma se
movía sin que yo hiciera nada voluntariamente. Entonces apareció el nombre de
Larrea, unos dibujos, y se dio a cabo una comunicación que casi llegó a ser
destemplada, cosa rarísima. Aquel hombre seguía siendo el mismo, con sus
obsesiones. Y claro, como tenía sus obsesiones, yo decía: es Larrea,
naturalmente. Y bien, a lo mejor le hice alguna pregunta inconveniente —porque
los de acá con respecto a los de allá, a veces hacemos preguntas
inconvenientes—, como las que le debí de hacer a Quevedo, con lo que se produjo
una tempestad contra mí.
—¿Perdón?
—También
tuve una comunicación con Quevedo y debí de hacerle una pregunta indiscreta. Él
es un personaje de un genio terrible. ¡Hombre! Por los escritos y por lo que
sabemos de él, tiene muy mal genio. Y respecto a mí… empezó a cubrirme de
improperios.
—Cuando
Juan Larrea hablaba del Apocalipsis, León Felipe le decía: “Juan, tú estás loco, pero yo te sigo”.
—Suele
pasar cuando alguien se refiere a los estados místicos. Los libros no tienen un
carácter completamente místico, no puedes mantenerte siempre sobre la cuerda
floja del misticismo. Es necesario apelar a verdades naturales, como hizo
Lao-Tsé, por ejemplo. Porque Lao-Tsé era un místico. Lo que pasa es que, a
pesar de ser chino, tenía sentido del humor. Somos místicos a trechos, un
místico total es un insoportable. Yo creo que siempre es algo fugaz: buena
prueba de ello son las ráfagas de poesía extraña que tuvo San Juan de la Cruz.
Si lees su prosa, llega un momento en el que sencillamente dices: “Basta, basta”. La prosa de San Juan de
la Cruz es de una densidad que abruma. Y tampoco aporta tanta luz. Yo creo que
es muy difícil conseguir la luz plena. Se habla de iluminación, se habla de
esto y de lo otro, pero son sólo palabras, después de todo.
Conocí
a un místico al que yo llamaba “el
místico de Manacor”, un tío que había sido militar pero que no participó en
la Guerra Civil. Cuando terminé la carrera de Derecho, coincidí con este señor,
que estaba en la misma pensión en la que nos alojábamos muchos mallorquines, y
él se presentaba como un gran místico que conocía el brahmanismo y que tal y
que cual. ¡Imagínate tú un militar que conoce el brahmanismo! Y además decía
estar iluminado. Yo entonces leía El
libro de Job y él me decía: “¡Pero si
Job ha perdido la iluminación!”, y yo le contestaba: “Hombre, claro que la ha perdido”. A mí no me parecía que el militar
estuviera iluminado, pero él se creía mucho más que Job. Un día me confesó: “Esto de la iluminación no es nada, yo lo que
persigo es la liberación”. Es decir, que según las doctrinas brahmánicas,
la liberación es todavía más difícil, la salvación de los cristianos es poca
cosa.
Todo
esto constituye un lenguaje que a nosotros, los mortales que vivimos en esta
condición temporal, si no tenemos una experiencia muy diáfana, se nos antoja un
poco inhumano. Yo creo en el claroscuro y lo único que podemos considerar es
que nos mezclamos con la luz de un crepúsculo y nada más. Por esto, casi sin
darme cuenta, soy un poco relativista. También creo en el azar. Léon Bloy, al
que he traducido, cree en lo absoluto y dice que todos los que creen en el azar
son unos cretinos. ¡Hombre! Tampoco me siento un cretino por creer en el azar.
Usted puede creer en todo lo absoluto, pero no me diga que porque yo creo en el
azar soy un cretino (risas). Los que somos del Mediterráneo no podemos ser de
otra manera, no sé. Esto es una cosa casi ancestral.
—La
ironía es constante en todas sus obras. Usted ironiza hasta con la Biblia.
—No
es que no me tome la Biblia en serio, lo que pasa es que lo hago de una manera
muy distinta a la de un testigo de Jehová o a la de algunos amigos míos. Me
tomo El libro de Jonás como
Coleridge, que en sus diarios ponía: “Esto
es un monodrama y una burlería”. Bueno, pues, ¿por qué es una burlería?, me
pregunto yo. León Felipe, en Ganarás la
luz, dice que Jonás es un “poeta
payaso” y tiene razón. Yo pensé: “Esta
payasería triste de Jonás a veces se parece un poco a la mía”.
El
personaje me interesó y escribí la historia. La empecé en verano porque había
una cosa en Jonás que me afectó muchísimo. Yo de niño vivía en el Puerto de
Andratx. Entonces no estaba asfaltado, era un pueblo de pescadores, un puerto
delicioso. Pero cuando se producían los huracanes de polvo de agosto, cuando
aparecía el xaloc -que es el siroco-, teníamos que cerrar todas las puertas
porque aquello era… Se caldeaba de una forma tremenda, había nubes de polvo por
todas partes… Yo tenía la sensación de que Jonás había padecido esto mismo, puesto
que el siroco también aparece en el poema de Jonás, en el “viento solano”, que dicen. Esto me creó una imagen. Y luego, cosas
raras mías, me dio por darle una mujer. Porque yo me decía: si no tiene esposa,
el librito no tiene sentido.
—Pero,
¡menuda mujer! Cuando Jonás se va, ella se alegra.
—Claro,
claro. Hay algunas que a veces se alegran. ¡Pobre Jonás! Jonás tiene una
experiencia amorosa un poco amarga. Las mujeres no creen en la profecía. Lo
digo en el epílogo: no se toman en serio a los profetas y, claro, ella lo trata
de profetilla de tres al cuarto. A veces las mujeres tratan así a los hombres,
ésta es la historia que yo escribí. Para las personas muy serias… Mira, hay
personas que tienen fe y personas que se creen ungidas por la fe. Yo, con las que
tienen fe, muy bien; pero las personas ungidas por la fe, éstas son demasiado
respetables y consideran que estos escritos son irreverentes, pero no es que lo
sean; al menos no es lo que me propongo. A mí que me expliquen la historia a su
modo, que yo haré lo propio.
—Usted
apunta que la ironía de Jonás está presente desde las primeras páginas, “pero más se acusa a medida que se acerca al
final de sus días”. Enrique Vila-Matas ha dicho que la ironía es la
tragedia vista desde la distancia. ¿Cree que todos formamos parte de este
artificio?
—Yo
creo que sin esa distancia respecto a los hechos de nuestra vida no puede
existir la ironía. De la misma manera que tus familiares no te toman muy en
serio porque la vida familiar crea un distanciamiento. Pasa lo mismo con los
monaguillos en las iglesias: no es que sean unos irreverentes, pero como tienen
un trato constante con la vida sacramental y ven continuamente tanta liturgia y
tanta cosa y tanta ceremonia, se acaban convirtiendo en unos
anticeremoniáticos. Vamos a reculones. Nos distanciamos de la experiencia y de
ahí viene la ironía. Lo que pasa es que si uno se entrega a ella y ésta está
dominada por el cinismo puede convertirse en una mala cosa. Yo creo que la mía
no está impregnada de cinismo. En algunos sí lo está, y entonces sucede como lo
que decía Kierkegaard: que la ironía puede destruir como se destruye el hígado
de las ocas de Estrasburgo. Porque se hincha.
—Ha
traducido a Michaux, a Melville, a Jonathan Swift, Lear, Confucio… ¿Qué busca
un traductor? ¿Busca otra manera de escribir?
—Bueno,
un traductor es sencillamente como una persona que se sube a un burro o a un
caballo, y tienes que ir trotando de una manera distinta a la del escritor.
Algunos creen que se debe traducir literalmente, pero no es así. Tienes que
estar un poco loco. Yo hice una traducción de Lear y una señora de la editorial
Plural, de México, dijo que era un desastre. ¡Y no era un desastre! Porque si
la cosa era absurda, yo tenía que hacerla aún más absurda. Ella se molestó
mucho porque puse la palabra “chicorrotico”.
No le gustaba. ¿Y por qué no voy a poner chicorrotico? Los editores
consideraron que en mi traducción no había nada que tuviera que ver con el
texto original. Y dije: entonces lo he hecho muy bien. Un traductor es un autor,
ni siquiera un coautor. Es un autor.
—La
figura de Buda se ha comparado muchas veces con la de Jesucristo.
—Yo
he escrito muchas veces que todo esto del budismo es un poco funerario, en el
sentido de que tiene una tristeza especial. No le encuentro humor. Y en cambio,
encuentro humor en el Nuevo Testamento. Nietzsche no lo encontró, pero yo sí.
Constantemente Jesús va diciendo unas cosas terribles a sus enemigos. Tenía
expresiones violentas.
—De
hecho, usted escribió un libro sobre Jesucristo basándose en las Visiones de
Anna Katharina Emmerick, y otro sobre Jonás. Unido a las traducciones de Léon
Bloy y William Blake, ¿qué superioridad tiene la literatura profética sobre la
que no lo es?
—Bueno,
son procedimientos de los que no se han sacado todas las consecuencias que creo
que podrían sacarse. Yo lo hice con el Libro
de Jonás, un profeta que quedó descontento. Me gustan los profetas breves,
como Oseas, profetas menores. Perdona, pero son los que más atacan a las
mujeres (risas).
—¿Y
tiene algo que ver que le gusten con que ataquen a las mujeres?
—Hombre,
¡no! (risas)
—¿Los
profetas aciertan?
—Hombre,
yo creo que sí. Cuando hablan de las mujeres, se ve que las mujeres no estaban
muy conformes con ellos, ni ellos lo estaban con las mujeres.
—Tradujo
el Espejo de Astrología de Max Jacob,
y debo confesarle que soy Tauro. ¿Qué dice Max Jacob sobre las mujeres Tauro?
—¡Ya
lo sabes! Una editora, que ahora no diré quién es, tenía que publicar este
libro. Era Tauro, y cuando vio lo que decía Max Jacob sobre las mujeres Tauro,
dijo que no. Las Tauro tienen mala fama. Si tú lees el libro aquel de Chaucer,
ves que las mujeres que aparecen allí tienen… en fin... son… en una palabra:
tienen una conducta que para cierta gente es reprobable moralmente.
—Una
conducta alegre.
—Sí,
sí. Más que alegre. Viene de antigua tradición. Se ve que las mujeres Tauro,
junto con las Escorpio, son las que están más dotadas para el sexo.
—Octavio
Paz dijo que usted sabe sonreír y que eso le aparta de los hombres modernos.
—Bueno,
yo creo que es una frase un poco eufemística. ¿Qué pasa con los hombres
modernos? ¿Es que Paz cree que se caracterizan por tomarse más a pecho los
grandes problemas? Me parece que quiere decir que no me tomo nada como si fuera
una tragedia, como si yo fuera un hombre alejado de Dios o algo así. No me tomo
en serio la muerte de Dios. Me imagino que debe ir por ahí. En el libro Augurio Hipocampo me he planteado qué es
lo que caracterizaba a Jesús. Porque lo de Jesús, ¿era mordacidad?, ¿era ironía?
Yo creo que sí. Leyendo los Evangelios y luego mirando un cuadro de Rouault
—que siempre me han impresionado mucho— vi sencillamente que el pintor había
captado una mueca irónica en los labios de Jesús. Y esta mueca irónica aparece
realmente en los Evangelios, porque me parece que Jesús va lanzando, si no
pullas, sí ironías. Creo que es ironía, y no sonrisa. Me parece que con esta
frase, Paz atenuó un poco la cosa. Paz, lo mismo que Breton, no tenía sentido
del humor. En una carta que me mandó, me dijo que leyera la Antología del humor
negro. ¡Hombre! Como si no la hubiera leído ya.
—Creo
que en esa misma carta apunta que “el
humor es la venganza del espíritu contra el amor”.
—¿Y
a ti no te parece un poco solemne? Eso indica que no se ha percatado de lo que
significa la esencia del humor. Breton hace una antología del humor negro y
descarta a los españoles. ¡Pero si alguna cosa tienen los españoles es humor!
¡O mal humor, como diría Unamuno! Porque “malhumorismo”
ha habido mucho. No humor malo, sino “malhumorismo”,
todo junto. Si coges El Lazarillo, y
no digamos El Quijote… por todas
partes hay mal humor. ¡Y cómo no va a haberlo en una tierra como la nuestra,
con una historia como la nuestra! Es que España es un país que ha segregado mal
humor. Y después resulta que te ponen a Picasso y a Dalí. ¡Hombre, porque
estaban de moda! Pero Dalí era un poco como los andaluces, que enseguida hacía
el chiste.
—¿Y
cómo es el humor mallorquín?
—El
humor mallorquín es sencillamente disparatado y es el que se encuentra en Ses
Rondaies. No es sólo un humor popular, sino que es propio de la idiosincrasia
de la isla. Naturalmente, está pasado por el matiz de la sacristía, quién lo
duda, porque quien hizo las rondaies fue Antoni Maria Alcover. Pero, al mismo
tiempo, indica que el mallorquín es un pueblo de desbaratats, un pueblo de
disparatados. En el fondo practican el nonsense. Las canciones mallorquinas son
a menudo disparatadas. Yo recuerdo una… Bueno, cuando era pequeño siempre me
quejaba de los oídos y mi abuela me cantaba esta canción que habla de Sant
Vicent Ferrer, no sé si la has oído alguna vez: “Sant Vicent Ferrer/ treia aigua amb un paner/ i no en vessava cap gota,
/ tres monges dins una bota/ que pareixien avellanes, / tres ninetes catalanes/
que ballaven dins un plat”. Y yo, encantado. Esto son nonsenses.
Para
mí, lo mejor de la literatura española es el disparate. Por eso me gusta El Quijote, que es un gran disparate, o El licenciado Vidriera. Lo disparatado
en la literatura española es lo mejor. Tal vez algunos dirán que otra vertiente
es la mejor, pero para mí es ésta.
—¿Conoció
a Juan Perucho?
—Perucho
era demasiado serio para ser disparatado. Le tengo una gran estima, fue una
persona estupenda, pero es un hombre que pudo ejercer de juez, y yo no hubiera
podido ejercer de juez. ¡Y eso que terminé Derecho! En la carrera tuve mucha
suerte, porque encontré unos profesores que debían de ser tontos y creyeron que
había aprendido algo, y que servía para eso, pero no. Había un profesor de
Derecho Civil que decía cosas divertidas y yo a lo mejor repetí lo que estaba
en sus apuntes, me tuvo una especial estima y me aprobó dándome unas notas
extraordinarias. Este señor me hacía mucha gracia porque decía: “Miren, todas estas instituciones son tan
inútiles como las tetillas en el hombre”. Es la verdad, ¡tanta ley! Perucho
era demasiado serio. Y fuera de España… Lewis Carroll era más serio que Edward
Lear, pero Lear me gustó porque era el disparate puro, el desbarat total, como algunas rondaies mallorquines. Las rondaies me
gustan porque tienen un lenguaje dadá.
—¿Se
considera dadaísta?
—Bueno,
en Viaje a Cotiledonia lo soy un
poco, porque invento palabras. Un día, revisando unos textos dadaístas —que
tengo muchos— encontré una palabra que era nada menos que “ruc”. ¡Un ase, un asno! Un ruc, ruc, ruc. Y ahí ponía “ruc”, en el poema. Porque rucio, en
mallorquín, es ruc. Es dadá puro.
—Hablemos
del asno.
—Para
mí el asno es el todo. Como para la Biblia. Dicen que es porque lo insertó San
Jerónimo y que no está en el texto hebreo. Puede ser, pero no es que lo
insertara, yo creo que puso al asno en las primeras líneas de la Biblia, en
latín. De hecho pone que Dios creó “iumenta
et reptilia et bestias terrae”. Lo especificó, pues es un animal profético.
Una vez tuve la paciencia de leerme la Biblia subrayando todas las veces que
aparecía el asno, y me salió ciento cincuenta veces. Después resultó que no
había hecho muy bien el cálculo, porque encontré el libro—Para los momentos de
ocio— de un inglés que se llamaba Don Lemmon y era un tipo raro. Éste también
había hecho el cálculo, y me parece que el asno en la Biblia le había salido
ciento ochenta veces. Bueno, yo soy un mal matemático.
Aunque,
ciento cincuenta, ciento ochenta, es más o menos lo mismo.
—Pero,
¿quiere decir que hay gente que se entretiene contando cuántas veces aparece el
asno en la Biblia?
—Por
lo menos, Don Lemmon y yo (risas).
—El
maxilar del asno es el primer arma que utiliza el ser humano, lo que le
convierte precisamente en hombre.
—Sí,
eso sucede en el Neolítico, porque antes, cuando hacía mucho frío, en el
Paleolítico, no había asnos. Tenemos dibujos de caballos porque los caballos sí
son resistentes, lo cuento en El asno
inverosímil. El asno necesita el calor. ¿Y dónde se ha criado como si fuera
su medio natural? Pues en los lugares calurosos de África, y no digamos también
en España. Somos un país elegido por los asnos, qué duda cabe. Lo interesante
es que, a medida que yo he ido estudiando el asno, aparecían datos que me
arrojaban muchísima luz sobre la Biblia, sobre todo el pueblo hebreo, sobre los
cristianos. Me di cuenta de que está siempre muy asociado a todo esto. Es un
animal asociado a la cruz, sobre el lomo tiene la llamada cruxnigra. En cambio,
no es un animal relacionado con los musulmanes porque los musulmanes,
precisamente, no creen que Cristo muriera crucificado. Es curioso; ellos le
tienen manía. Es un animal crucífero. Además, la paciencia característica del
asno también liga con esa cruz que cargamos todos.
—¿Y
por qué razón un animal tan útil, tan servil…?
—Bueno,
somos nosotros quienes lo hemos convertido en servil. Hemos reducido a la
servidumbre a todos los animales.
—¿Pero
por qué está tan maltratado?
—Precisamente
yo he estudiado sobre su malditismo. En El
asno inverosímil trato de seguir “las
sombras del asno sobre la tierra en pretéritas edades”. Y entonces nos
encontramos con el pueblo judío y con la Biblia, donde hay una cantidad
extraordinaria de datos asnales, asininos, asinarios… lo que tú quieras. Pues
bien, hay toda una fábula que empieza con el misterio del asno. En un momento
dado, pongo (y lee): “Quizá éste sea el
capítulo más revelador de cuantos aquí se vienen tratando, pues pretende
demostrar que en el antiguo mundo mediterráneo no hay animal que esté tan
ligado como el asno al curso de la vida histórica. El asno, por geórgico, será
consagrado a Ceres, a Vesta, a Dionisos. En Egipto quedará para siempre
vinculado al maléfico Set. En Israel, no digamos: está tan entretejida la
crónica del pueblo hebrero con el asno que son indisociables, hasta el punto de
que el antisemitismo, que data de la vieja Roma, achacó al pueblo hebreo la
idolatría asnal”.
El
historiador Tácito, por ejemplo, también atribuyó a los hebreos la adoración
del asno porque fue un asno quien encontró agua en el desierto para el pueblo
hebreo, que estaba sediento, y no fue, en cambio, la vara de Moisés. Por eso
dice que los hebreos rendían culto al asno. Parece ser que había una adoración
asnal entre los hebreos que luego fue atribuida a los cristianos. Como los cristianos
eran considerados judíos por los paganos de Roma, pasaron igualmente por
adoradores del asno y hasta se les puso un mote: “onocritas”. Y Tertuliano, que en el Siglo II escribió la apología
contra gentiles en defensa de los cristianos, se muestra airado por esta
acusación de adoración asnal que les han colgado. Dice que los cristianos no
adoran la cabeza del jumento. En mi libro aparecen toda una serie de datos,
entre los que se encuentran cosas como el famoso “crucificado del Palatino”. Yo lo tengo enmarcado y en él aparece un
asno crucificado, lo que indica que… (busca entre las páginas de El asno
inverosímil para dar con las palabras exactas, mientras comenta: “Lo peor de ser un ilógico es que no puedes
guiarte por la lógica…”). Bueno, no importa: el crucifijo de Palatino es
sencillamente una mofa contra los cristianos. En él aparece un asno crucificado
de espaldas. Luego te lo enseño.
—Con
esas orejas y esos rebuznos… el asno es un poco desproporcionado, ¿no?
—Con
el cristianismo, los santos padres se ensañan con el animal. La Patrística está
llena de misterios contra los asnos porque parece ser que les causaba horror el
tamaño descomunal de lo que era sólo un don de la naturaleza de los asnos. En
tiempos de Roma, Heliogábalo exaltó su rebuzno, en cambio a los Santos Padres
les parecía un “horrísono ardor amoroso”.
Y después de los tiempos de Roma, el asno está asociado a la brujería. Yo
también lo estudio con la melancolía porque naturalmente el asno es un animal
muy melancólico, y luego ya llega la cosa popular.
En
fin, el pueblo siempre lo ha escarnecido. La gente docta se ha metido siempre
con el asno y algunos lo han atacado porque dicen que está asociado a la
alquimia. Y es que, en realidad, el asno es pura materia. Y la materia es un
escándalo en el hombre. Para los que están muy espiritualizados, o los que
pretenden que el hombre sea enteramente espíritu, la materia es un escándalo.
Pero tenemos que pechar con ella, y el asno representa esta brutalidad de la
memoria.
Además
es un animal saturnino, paciente, lento, tardo, reflexivo… Yo lo estudio en
relación con todas estas cosas: la melancolía, la alquimia, la brujería.
Descubrí su relación con la Biblia por un libro de Mirabeau. Él estaba recluido
en la Torre de Vincennes, me parece, cuando la Revolución. Se le ocurrió coger
una Biblia dentro de la cárcel y fue subrayando todos los lugares donde la
Biblia es evidentemente erótica. Y claro, habla mucho del asno y de las
prácticas de ciertas mujeres hebreas que están sancionadas por la Ley del Deuteronomio.
Es muy curioso.
—¿Se
considera, como el asno, paciente y constante a la hora de escribir?
—Si
me he dedicado a la enseñanza es sencillamente porque soy un hombre paciente.
Tienes que aguantar las burradas de muchos alumnos. Yo tuve que aguantar muchísimas,
en una época determinada, sobre todo en el instituto, donde daba francés.
Sustituía a don Francesc de B. Moll, y así él tenía más tiempo para dedicarse a
lo suyo y a mí me restaba tiempo para lo mío. Los alumnos eran muy malos y yo
era demasiado bueno. Y por demasiado bueno, siempre me hacían alguna burrada.
—¿“Burrada” en el sentido asnal?
—No,
en este caso utilizaremos otro término: “Se
ponían borricales”.
—Sus
obras “casi completas”…
—Tú
lo has dicho, casi, porque luego he seguido publicando. Les he hecho una mala
jugada a los editores. Ellos quisieron poner “obras completas” y yo les dije que no lo pusieran porque no eran
completas… pero bueno.
—Usted
tiene una obra extensísima…
—¡Ah!
Menos mal que dices “extensísima”,
porque hay varios tíos que dicen que no he escrito casi nada. ¡Pero si he
escrito incluso de asnos!
—Esas
obras casi completas llevan el título de Ars
Quimérica, en honor a Ramon Llull.
—Yo
estoy más en la línea de Ramon Llull que en la de los demás autores que han
escrito en mallorquín. Si la literatura mallorquina tiene a alguien universal
es él, a pesar de que algunos lo consideren catalán. Yo no lo considero ni
catalán ni mallorquín, lo veo como uno de tantos judíos conversos. El apellido
Llull es completamente hebreo. Aquí se mantuvo así, pero en la rama de Cataluña
era Amat. En Mallorca, Llull se palatalizó; es una palabra hebrea que significa
“escalera de caracol”. De aquí su
natural comprensión por todo lo cabalístico, por la alquimia, por tantos
aspectos, diríamos, un poco herméticos o esotéricos. Ramon Llull es el único
mallorquín y el único catalán que podemos adscribir al surrealismo. Se anticipa
a la modernidad. En esto estoy de acuerdo con los surrealistas, que lo
consideraban uno de los suyos.
A
mí lo que más me interesa es su literatura. Y lo que menos, todo lo que se ha
derivado de su filosofía. La lengua catalana tiene en Ramon Llull a un escritor
genial, y me parece que la literatura mallorquina en general no ha ido por este
camino. En ninguna época: ni ahora ni antes. En este sentido, Llull queda como
una figura solitaria. Resulta curioso que, por más que se haya hecho en su
nombre, casi siempre ha sido para ir en contra de su interés. La Escuela
Luliana, los lulianos… todos estos no han conseguido popularizar a Ramon Llull.
Pero tampoco han conseguido popularizarlo en el tinglado de las letras
catalanas. No ha habido forma, porque Llull no es popular, está clarísimo. Lo
mencionan mucho, pero lo leen poco.
Por
lo demás, su vida es interesantísima, como es natural con sus luces y sus
sombras. Es un personaje muy controvertido dentro de la isla: aquí hubo
Inquisición y los dominicos estaban en su contra. Los que le apoyaban estaban
más a favor del Llull filosófico y tuvieron la enemistad de los tomistas y los
dominicos o “dominicanes”, como les
llamaban ellos. Además, lo pusieron en el “Índice”
y sus obras estuvieron allí hasta el Concilio de Trento. En el “Índice”, el famoso inquisidor Eymerich
escribió una serie de cosas que dan que pensar, porque en un momento dado le
dice: “Tú, que no sabes latín”. ¿Y cómo puede ser que no supiera latín, si
muchas de las obras de Ramon Llull aparecen en esta lengua? ¿Será que se las
han adjudicado? También le dice: “Tú,
hijo de mercader catalán”. O sea, que Llull no es aquél que nos decían que
pertenecía a la nobleza, sino que su padre formaba parte del estamento
mercantil. Después tuvo un enemigo que le dijo: “Tú, que no has servido para el agio mercantil”. Y quizá porque no
servía para eso se dedicó a sus elucubraciones. Realmente no debía ser un
hombre muy práctico. Ramon Llull, como muchos de nosotros, debía ser muy
musarañero, ¿o no?
—Aun
así, ha habido varios intentos para canonizarlo.
—Llegó
un momento en el que Llull se desentendió de la familia y, como diríamos en el
lenguaje jurídico, su mujer pasó a ser la administradora de los bienes, y él
quedó… no recuerdo cómo se dice… Estudié Derecho y no recuerdo la palabra
exacta. Con lo cual, todo se conjuga: “No
serviste para el agio mercantil”. Estas vidas de Ramon Llull que todos conocemos
son vidas en las que se quiere diseñar una existencia que sirva para hacer un
santo, pero luego resulta que no llegó ni a beato. Nunca consiguieron su
beatificación, ni mucho menos la canonización. De hecho, se llegó a quitar su
nombre de los cepillos de las iglesias, y también las imágenes y cuadros en lo
que él aparecía. El responsable de esto fue el obispo Guerra, que le dio mucha
guerra.
La
beatificación de Llull se intentó hasta el último de los Austrias, y me parece
que ahora también lo han intentado algunos pocos, sin éxito. Y es que, en la
curia de Roma, Llull se gana la opinión de ser un hombre barbado, un homo
barbatus, un barbón de mucho cuidado. Tenía ideas revolucionarias. Resultaba un
desaforado, y hasta él mismo se hacía llamar lo foll. Por lo visto, existió un tal Martín Serra, un predicador
al que no he leído nunca, que escribió unos poemas muy raros en su contra. Uno
de ellos se titula Es Balindrango.
Por lo visto, Ramon Llull era un poco como los hippies y vestía de una manera
un poco desaliñada. En lugar de ropas normales debía de llevar un balindrango,
y por eso el poema se llama así.
—¿Y
usted se considera desaforado?
—Yo,
con mis años, he perdido mucho fuelle. Cuando era más joven, a lo mejor era
capaz de vestirme de cualquier manera, pero ahora sería incapaz de hacerlo;
tengo un sentido muy acusado del ridículo. Antes no lo tenía tanto.
—Jonathan
Swift viajó a Liliput, Balnibarbi, Laputa…
—¡A
Laputa! ¡Jo jo jo!
—En
los años 60, usted viajó a Cotiledonia, donde regresaría en el 89.
—Sin
el albaricoque, yo no hubiera creado Cotiledonia. Mi padre era médico, y su
hermano, farmacéutico. Yo era muy mal matemático, pero mi tío sabía llevar muy
bien las cuentas, y yo iba a que me diera clases, a ver si me convertía en
matemático. Y mi tío me dijo: “Home, però
si tu ets un albercoc. Ets un cotilèdon!”. Y se me quedó lo del cotiledón,
y dije, ya está. Existe una tradición en Cataluña, y en todos los países, por
la cual alguien que está un poco así, y además es un poco lelo, es un cotiledón.
Cuando “regresé” a Cotiledonia,
estaba de peor humor. Cada vez me gusta menos. Lo han complicado demasiado.
Está desatracada de lo que yo considero una especie de tradición en el mundo.
—¿Cuál
es esta tradición?
—Tengo
una concepción parecida a algunos de los que han hecho una crítica de la
sociedad y tienen un sentido más tradicional que progresista. Yo no soy
progresista, ya lo sabes.
—Cotiledonia,
¿es Mallorca o es el mundo?
—En
ciertos aspectos es Mallorca, pero es el mundo al mismo tiempo.
—Porque
para usted Mallorca es el mundo.
—Sí,
sí. He salido poco porque siempre he estado trabado por una serie de
circunstancias y porque, físicamente, no lo parece pero he tenido de todo. No
he salido de Mallorca, no me he exclaustrado. Éste es mi claustro materno. Mis
lecturas me han permitido salir, pero tal vez he leído más de la cuenta, más
libros de lo que tocaría.
—Hábleme
un poco de las “líneas de su vida”.
—Bueno,
dicen de mí que no me confieso mucho. No es que tenga muchas cosas
inconfesables, y si las tuviera, no las contaría, porque no quiero que los
demás hurguen en mi vida. Yo siempre digo lo mismo: no me gusta pozar en aguas
turbias. Y menos sacar agua que no sea cristalina.
Cuando
me publicaron Augurio Hipocampo en
francés, el traductor del libro lo vendió a Internet, a la editorial digital
Olympo, y allí me exigieron que escribiera una nota sobre mi persona. Lo hice
directamente en francés y entonces dije cosas que nunca antes había escrito. Al
poco tuve noticia de que esa página iba a desaparecer en breve, así que pagué
no sé si cinco o seis euros, y compré mi propio libro en la edición para
Internet. En ella se incluye el texto que escribí sobre mí mismo. Te lo voy a
leer (y traduce): “Nací en Palma de
Mallorca, que hicieron grande los romanos, los moros, los judíos, los
cristianos y en nuestros días los turistas. Mi destino me impuso vivir aquí más
de medio siglo. Esta ciudad rodeada de murallas ha sido para mí una ciudad
amurallada. Toda mi juventud y una parte del otoño de mi vida me he sentido ahogado,
y he reclamado oxígeno para escapar a la indiferencia general hacia la
literatura y el espíritu. Durante largos años de mutismo en este ambiente
provincial petrificado, he soñado sin imágenes y sin palabras, y he llevado una
vida un poco al margen. De cara a la sociedad, me vi obligado a pagar un pesado
tributo: la enseñanza. Esta manera de subsistir me sumergió en la rutina
pedagógica, una de las peores que existen. De ella proviene en parte la
angustia que reflejan mis primeros libros, y que no me ha abandonado. Alrededor
de mí flora un aura neurótica. Venturosamente, y aunque se ha manifestado en
algunos miembros de mi familia, en mi caso no se ha convertido en auténtica
locura”.
Esto
lo digo porque tenía un tío que hacía las meditaciones de la muerte. Y cuando
era pequeño, mis tías me decían: “Sube,
sube y verás; tienes que ser bueno, como tu tío”. Y yo le veía haciendo
esas meditaciones de la muerte. ¡A ver si no va a ser un poco neurótico!
—A
mí me lo parece.
—¡Está
bien, está bien! Sigo: “Yo he hecho
lecturas de todos los órdenes, algunas para distraerme y otras para descubrir a
aquellos que quizá saben: Blake, Lao-Tsé, Chuang-Tsé. He leído la Biblia y he
recopilado, casi, casi, a los humoristas de todas las épocas. Creo hasta tal
extremo en el humor que no concibo una religión desprovista de esta elipsis”.
¿Ves como sí que me pinto, aquí? Luego dicen que nunca hablo de mí. “Esta creencia encierra el nonsense, el
sinsentido, que toujourstombe juste, y he hecho mía la expresión española
‘absurdo como un templo’. En cierta manera, soy un autodidacta. Como muchos de
los mortales, he jugado nada menos que a perderme toda mi vida”.
—¿Por
qué?
—Suelen
decírmelo. En la revista El Ciervo
pusieron que siempre bordeo el infierno, entonces yo digo: “Soy un orillero del infierno”. Siempre
he jugado un poco a perderme. (Sigue leyendo): “En lo más íntimo de su ser, todo hombre abrirá un puro deseo de
perdición eterna sin darse cuenta. Por esta razón, a mí me ha gustado tanto el
juego de la literatura. Una confesión melancólica: yo no he tenido tiempo de
convertir a la literatura en un oficio, pero he consagrado muchos momentos a
amarla. Me gusta el lenguaje por encima de todo, y venero a quienes por la
palabra han sido graves o divertidos, y desconfío de toda literatura
contemporánea que haya roto totalmente con el pasado”. Esto es lo que
escribí. ¿Se corresponde a lo que me has preguntado?
—Sí.
También ha escrito que “si llegas a viejo
y no estás aleccionado, mereces a todas luces la condenación”. Antes de preguntarle
si se ha salvado… ¿se considera viejo?
—Hombre,
yo de espíritu no soy viejo. Pero luego me miro al espejo y recuerdo lo que
decía mi padre, médico: “Esto es una
enfermedad”. Se refería al hecho de ser joven dentro de la vejez. A lo
mejor tenía razón, vete a saber. Por el espíritu me siento igual que siempre,
aunque un amigo psiquiatra asegura que me he aplacado mucho, y que antes era un
desorbitado y ahora estoy más dentro de la órbita.
—¿Y
está aleccionado?
—Yo
creo que sí, al menos un poco. Estoy instruido. Una de las cosas que me dijo
Papini es que él se había salvado. En vez de salvado me gusta más a salvo, es
más comprimido.
Estudis Baleárics
(ieb) 104. La Sociedad del Asno Bermejo.
Homenatge a
Cristóbal Serra (1922-2012).
Institut d’estudis
baleárics, junio de 2014, pp. 153-168.
He visitado su blog y me ha parecido extraordinario. A partir de hoy seré un asiduo lector. Muchas gracias.
ResponderEliminarFrancesc Cornadó
Hola Francesc.
ResponderEliminar¡Qué ilusión que a uno le escriban!
Vale. Me animaré a relanzarlo y a añadir nuevas entradas.
Un cordial saludo