lunes, 1 de mayo de 2017

Carlos de la Rica sobre la Vanguardia poética de los cincuenta (I) (Papeles de Son Armadans , Abril 1965)


Carlos de la Rica
Vanguardia en los años cincuenta
(Desde el ismo a la generación)
La poesía anterior
Todavía toca consignar un capitulo fuerte de la historia literaria la aparición de un grupo de poetas filiados desde un principio al cobijo de dos revistas: El Pájaro de paja y Deucalión. Y fue esta vez a la Mancha a la que cupo el clarín y la trompeta en lo que se ha dado en llamar «Generación del 51» y yo, simplemente, denominó un tiempo pajarerismo. Una dulce e irónica escoba que intentó barrer la ganga del ambiente, las flores de papel o de plástico de los jarrones más o menos oficiales, quitar la nieve de la roca y de la tierra para que estas aparecieran tal y cómo eran y no de otra manera. ¿Que es el pajarerismo? ¿Qué, la Generación del 51? ¿Es una sola cosa o por el contrario dos distintas aunque ligadas por el tiempo y la tendencia? Intentaré aclararme. Yo, desde luego, opino que este nuevo ímpetu, que esta reciente tendencia era algo más que un simple ismo. Es decir, que el pajarerismo fue superado por la Generación del 51 o lo que es lo mismo, esta desplazó a aquel, dándose en casi los mismos poetas que después, y con el tiempo, alcanzarán su propia madurez o se perderán irremisiblemente.
Indudablemente que la Guerra civil española divide en dos épocas cronológicas las letras españolas. De un lado quedan generaciones y maneras; del otro, una novísima preocupación que más que a la forma en sí, mira a los temas y al fondo y que no obstante, traerá virtuosismo y perfección formal. En la barrera, en la línea misma de esta división coloco, sin dudarlo, a Luis Rosales, a Vivanco. Se entierro, se soterra - mejor -entonces, el surrealismo que volverá —como el Guadiana— a aparecer más tarde en Aleixandre y en el Cernuda exilado cada día más apoteósico y extraordinario, entonces, y hoy ya fallecido. Hacia acá de la línea divisoria, terminada la guerra, la poesía humana de Leopoldo Panero, el preciosismo de Ridruejo. El soneto llega a alcanzar perfecciones garcilasistas: «Como un sueño de amor encaminado». Será un puente de nombres, con sus arcos súdenos, hasta la revista Garcilaso que congregó a poetas de vario empeño acordes en la cadencia del Soneto, alcanzando cimas altísimas de perfección y llegando su empeño a catalanes, en castellano, como Fernando Gutiérrez. Pero la perfección empalaga y hay que huir de ella. Es el eterno afán de las constantes clásicas. Por eso se explica la influencia del versolibrismo de Dámaso Alonso y, quizá su mayor proporción, la de Aleixandre. La oposición de los años cincuenta ha de ser precisamente ésta: el pajarerismo que cristalizará luego en generación. Es tanto corno decir que el ismo fue superado, gracias a Dios, en la Obra Bien Hecha. (Uno de estos poetas de Garcilaso —Federico Muelas— entrará de lleno en el nuevo sentido rindiéndose al ismo. Será una especie de equilibrio y, cuando haya cumplido su cometido, alcanzará otros caminos de inquietud. Como lo han hecho sus otros componentes desembocando los más en la corriente realista de estos momentos).

El pajarerismo
Año histórico para la Poesía de España: diciembre de 1950, fundan en Madrid Ángel Crespo, Federico Muelas y Gabino-Alejandro Carriedo El Pájaro de paja. Y se dejan llevar en fotografía a las páginas de índice, pensativos los tres, las manos mezcladas como si pensaran que en ellos estaba, al fin, la salvación de la poesía. Con once o doce años por delante de este movimiento es más fácil llegar a un juicio acercado a la exactitud.
Estamos en una época en que proliferan las revistas. Los poetas son más numerosos que nunca. Revistas por todas partes. En mitad de ellas aparecen dos distintas, con mensaje inusitado: Deucalión y El Pájaro de paja. Antes han aparecido dos significativos libros de poemas. Es uno de Gabriel Celaya, inconformista y extraño: se titula Las cosas como son. Armará su consecuente revuelo. De Ciudad Real llega a la universidad un muchacho lleno de ilusiones, con una voz intensa, da su libro Una lengua emerge: Ángel Crespo ha empezado a tomar posiciones. Recuerdo mi primer encuentro con el libro. Fue en un viaje a Madrid. Todavía frescos de tinta los versos; en casa de Federico Muelas que me enseña el libro, con apariencias de cuadernillo, como si fuera ya una reliquia, lleno de unción. Ha nacido una nueva poesía.
Tres colores vivifican principalmente la recién estrenada bandera: la ironía, la ternura, la ingenuidad. Cintas de colores unidas por el hilo de1a oculta trascendencia. Allá en América corren parecidos aires; llegan los libros de Neruda que inflamarán no poco. Pero sobre todo, el parecido existe si se leen versos en portugués. Más que de una influencia se puede hablar de una coincidencia. Pero acá la poesía es más europea; no pocas veces desaparecen —incluso— los postulados meramente literarios y poéticos: se piensa en un hombre desamparado y solo. Hay una preocupación social. Y como denominador común la ternura de unos versos que engañan con su traje de ingenuos y que rezuman ironía humanísima de la mejor ley.
En el año 1953 escribíamos en un artículo, firmado al alimón por Florencio .Martínez Ruiz y yo: «Con El Pájaro de paja se inaugura una nueva poesía de mensaje cálido y humos de trascendencia, una poesía de pretensiones paradisíacas de mundos vulgares, la exultación de lo cotidiano —igual que la santidad— al plano de lo poético, una poesía emocional que parte de la carcajada y del ridículo al trampolín de lo institucional e inefable. Lo que sucede es que El Pájaro comenzó riéndose a carcajadas y de repente se quedó muy serio: había acertado un camino y éste era el verdadero y autentico que necesitaba la poesía.
El Pájaro de paja es, sencillamente, una carta o un telegrama urgente casi siempre para las bufonadas de sobremesa. Es pirueta, desgarro si se quiere; algo estridente, chirriante como una golondrina de callejón de pueblo, que esto misino lleva una ráfaga —negra o rabiosamente blanca— de verdad y calidez humanas. Una calidez con los pajonales consiguientes a toda ventolera; con algo de rugido humano encelado, con algo de bostezo. Su temática es la pretendida trascendencia de una humanidad en su doble cara de ternura y de ironía».
¿Era esto cierto? ¿Es esto así? Salvo pequeñas discrepancias que hoy pueda tener con lo escrito ayer, no dejo de pensar lo mismo. Frente a un neo-clasicismo empalagoso y desvirtuado había que oponer el desgarro, la ironía. Frente a una poesía deshumanizada y pura, el humanismo vulgar y corriente del hombre que se rasca porque le pica. Frente al preciosismo y la palabra detonante, el disparate gracioso y los temas con honda v sentida raíz humana. Frente a la pirotecnia de la imagen, lo cotidiano y sugerente.
Su justificación
La Poesía está en trance de estancamiento. No quiere esto decir que haya muerto o agonice, ni siquiera que haya poca calidad. Porque hay poetas buenos. Por estos años, precisamente, está dándose un nuevo fenómeno, el acercamiento de los temas a lo religioso. José María Valverde publica tres o cuatro años antes Hombre de Dios y en los años cincuenta aparecen en tromba los poetas de hábito talar que acaudilla la revista romana Estría. Pero la forma poco difiere en verdad. La influencia de Aleixandre, por otro lado, es tan poderosa que los jóvenes se ven inmersos en ella ahogándose en las aguas de sus versos. Finalmente, el tremendismo hace su aparición y en la vitrina del poema se grita y desespera a conciencia. El existencialismo filosófico, que es su padre, está de moda y se lee a Sartre y a Camus como si fueran profetas de una salvación en rueda. La literatura de vanguardia francesa, sin embargo, no encuentra entre los más jóvenes ninguna voz autentica capaz de interpretarla. Y en el tremendismo, Blas de Otero es la única tentativa con suerte.
Temas religiosos, desesperantes o manidos, se reparten las soluciones y respuestas a la inquietud poética. Pero el problema del lenguaje, del mensaje de la química poética de la imagen y el verso nada importa o no se logra por los caminos del conformismo. He aquí la mayor virtud del pajarerismo, que trac un batallón de iconoclastas e inconformistas y aun irredentos o demagogos del verso. Porque para salvar la poesía del cansancio y la fatiga hay que intentar verdaderos nuevos caminos. Si luego los poetas que han quedado en pie se cuentan con los dedos de la mano no es culpa del ismo y sí de los mismos poetas que han caído o han sido cobardes y abandonado el campo de batalla.
El cambio de perspectiva es insoslayable. Imagen nueva, temas abandonados hasta ahora, un ruralismo latente y preocupado, adquisiciones, huir de la rutina, buscar un vehículo desusado. Medios a su alcance, ciertamente han de ser todos los que bordean la misma inquietud de vida y lo terrible para lo poético es que el prosaísmo ha de ser uno de ellos. El miedo de incurrir en lo mismo que incurrieron los demás destruirá, quizá, los mismos esfuerzos para ser originales. Para redimirse del peso de los viejos no es, precisamente, sacudirse de ellos lo mejor, sino llegar a las últimas consecuencias a las que ellos no supieron llegar. Me aquí, en mi modo de ver las cosas, cuál fue la importación capital de Ángel Crespo. Él fue irrevocable en su frontera y es el más genuino representante de esta generación; su casi creador que hizo dar su do de pecho al ismo y que lo superó librándolo, al fin del mismo pajarerismo.
Las consecuencias de esta lucha no se retrasaron, porque hoy la poesía, consciente o no, bucle de otra forma gracias a esta aportación. Y su novedad nadie será capaz de negarla. Esto es bien cierto.
Ángel Crespo en el Campamento de Robledo
cumpliendo el Servicio Militar.
Los poetas
Sus representantes lo mismo se pueden reclutar en los años cincuenta que en los treinta. Celaya y Muelas son poetas mayores, lo mismo que lo es Labordeta. Existe, desde un principio, un desprecio por los nombres consagrados, lo que cuenta es la obra, el poema que ajuste perfectamente a los postulados pajareros. Y no quiere decir, como es muy comprensible, que todos los poetas que escriben ocasionalmente dentro de la tendencia y han colaborado dentro de estas revistas tengan que ser citados aquí ahora. Ni que los citados más abajo todos sean lo que se dice puntales o importantes.
El grupo más joven está formado por Ángel Crespo, Carriedo, Antonio Fernández Molina, Casanova de Ayala, Manuel Pacheco y yo. Luego añadiremos a Leyra, Fernández, Arroyo, Fuga, Ángeles Fernández. Prudencio Rodríguez, Iglesias, Fernando Calatayud, Gloria Fuertes y Chavarría Crespo. No se admitirá a otros, aunque vengan las rencillas. Dirá uno de estos rechazados: «... la cotidianidad, la ruralía, el hastío y el aburrimiento son musas que encandilan a estos poetas».
Pero no se hacen las cosas por arte de birlibirloque ni por generación espontánea. El movimiento ya se percibo en un poeta manchego, maestro de escuela, al que Ángel Crespo tuvo una devoción especial: Juan Alcaide, muerto poco después de los primeros brotes pajareros. A esto, arrimar el automatismo de Neruda, los últimos escarceos surrealistas de Labordeta. Juan Alcaide es ciertamente un poeta ruralista, por sus temas y por su extrema expresión.
Ángel Crespo va a definir las características que conglutinan a todos estos poetas: «En lo humano un desprecio absoluto por las buenas posiciones literarias y las consagraciones oficiales». Es una protesta a una preconcebida y consagrada oficialidad en aquel entonces madura en los congresos a uno de los cuales —el de Salamanca— asistió el propio Crespo.[1] Y no se buscará ninguna cima, aunque en la realidad ésta se ve pronto.
Hay una preocupación: «...hacer la poesía que exige nuestro tiempo con sus problemas, angustias, alegrías y descubrimientos peculiares».[2] Existirá asimismo una tendencia hacia lo pictórico digna de anotarse a la hora de la consignación total.
La procedencia de estos poetas se centra en la Mancha principalmente; pero esto no excluye otras aportaciones más o menos pasajeras. La cordialidad y amistad de estos poetas será interesante consignarla en la correspondencia epistolar. Yo conservo una buena e importante colección de cartas con opiniones, muchas veces de unos sobre otros.
Nace la tendencia con el propósito decidido de salvar la poesía. Como todos los movimientos revolucionarios, con más o menos extremismo. Y llega a engendrar una obsesión, por otra parte no exenta de sinceridad auténtica. Y, en algún caso, de pedante petulancia.

El triunvirato
Recuerdo, con verdadera ilusión todavía, el pase o carta de presentación que Federico Muelas me dio para Crespo. Decía: «...con Carlos de la Rica, además de presentación de uno de nuestros fieles devotos, de los que saben que Deucalión, E1 pájaro, etc., han introducido una nueva manera poética llamada a desterrar todos los modos y modas en uso para desprecio de la verdadera poesía. Es seminarista y ha fundado en Barcelona una nueva revista. Yo quiero que pilote aquí [en Cuenca] Gárgola, un título más en la serie pajarera... A mí me interesa sobremanera que a un mundo religioso vaya llevando día a día nuestras creencias estéticas. Repito que es uno de los más fieles de esa generación de hombres con cara de niños —como Fernández Molina— que son los auténticos enfants terribles salidos de los monstruos que afortunadamente Gabino, tú y yo somos». Creo que merece la pena la cita. En cierta forma, aquí está definido un gobierno, un triunvirato, y el pensamiento sincero de, al menos, uno de los componentes del trío rector del Pájaro. La tríada del pajarerismo, está en marcha. Ya decíamos Martínez Ruiz y yo en aquel artículo aludido: «E1 Pájaro pía y chirría fundamentalmente por esa tríada que tiene al notar común de la ironía, de la ingenuidad y de la trascendencia sugerente».
La brillante carrera de los tres capitostes, de los tres directores de la revista, se ve jalonada por el triunfo y el escándalo. Y no puede hablarse de un agotamiento posterior y forzado porque hayan desaparecido después de la poesía como tal triunvirato. Fijándonos bien, cada uno buscó su otro mundo y él se lo gobierna y rige. En cada época los poetas juegan sus dados colectivos o solitarios, su cara o cruz; en esta edición del 51 la geografía se va delineando poco a poco. Aparece primeramente formando un solo continente, compacto. Después se van desprendiendo los unos de los otros y cada uno hace florecer o aparecer su propia launa o flora. No fue muy numerosa la generación en nombres. La tríada se presenta con un afán de renovar, de dar nuevos y terminantes cauces a la poesía. Cada uno de ellos tiene su recia y sonora personalidad independiente, si bien se mira y se estudia. Federico venía con una experiencia brillante, aureolado de triunfos, sonetista admirable, delicado canzonetista, profundo poeto. Ángel Crespo era la virginal transparencia recién estrenada, la fuente que a borbotones origina el arroyo y la corriente. Él, como Muelas, dio origen al lago interior del continente, dio agua fertilizadora. Gabino-Alejandro Carriedo, pasión huracanada, descargó su precioso líquido en el ritmo, en la cadencia, en el sonido cantarín del agua: y su poesía engrosó igualmente el lago. Después, cuando ya la baja meseta central estuvo llena, despertaron los tres, ríos distintos, copiosos y jugaron a escaparse de nuevo. Federico se marchó a otro mar, Ángel y Carriedo caminaron paralelos —lo hacen todavía— hacia la opuesta vertiente.
Gabino-Alejandro Carriedo es un lírico de la sintaxis. De otro lado, hay en él una preocupación soterrada por lo trascendente. En sus correrías de bares y tertulias dejará asombrados a los que le lanzan el desafío del soneto.[3] La influencia de los poetas brasileños le une al navío de las recientes consignas. Traduce y vive aislado en su barba de landrú cuidando la jaula del Pájaro. Es arrollador y pendenciero. Publica Del mal el menos. Hay en él algo de angustia, adobada —eso sí— de una cierta ironía. Se estremece uno ante el proceso revolucionario que siempre, en último instante salvará la poesía. Descarnado, partiendo de lo vulgar, combatiente, desconcertante, llegó a un inédito o poco buscado o gustado.
... no entiendo que hay un hombre sentado en esa puerta ni que hay peces por dentro de los ríos...
Se llega a planos insospechados donde el péndulo marcha veloz o lento, desmintiendo lo recién declinado, afirmando o negando según a pelo venga.
Y aquí tenemos a Ángel Crespo con sus calidades telúricas, sangre y grasa y barro para pintar horizontes y hacer brillar soles, disimulando la emoción. Una lengua emerge. Bien lo pudo decir. El valor surrealista se ha polarizado en un ruralismo sin engaño y sincero. Crespo es un poeta telúrico. Lo lie dicho en alguna ocasión: «Un nuevo Anteo. Crespo es el nuevo Anteo que de la tierra recibe fuerza, pero de una tierra desnuda y pura, tierra trigueña y con hombres con sus problemas y su mensaje».[4] La Tierra será el terciopelo que sirve de alfombra a las palabras mágicas de Ángel Crespo.
Tampoco se queda en sus nubes Federico Muelas. Pero Federico ama las cimas altas y las selvas. .Sus versos serán, unas veces, como los bosques de pinos interminables; otras se extenderán buscando un especial paraíso donde las palabras lo .sean todo, tengan valor de universo. Lógicamente su puesto no debía estar aquí; pero él tiene el alma a punto, siente la necesidad del inconformismo y la protesta. Vocea sus arengas, escribe sus virulentas subversiones, acarrea -como una necesidad biológica— todo lo que de reciente crea su expresión.
Este es el trío. Y en ellos, en su anarquía de apariencias, en su juego civilizado y fino, donde no son neutrales ni la ironía, ni el sarcasmo, brotan todos los juncos y flores más extraños. En el último proceso, la fuerza misma de su vida los dislocará y echará a andar sus trochas distintas. No importa, porque los años cincuenta son suyos y nadie se los disputará.
«El Pájaro de paja» y «Deucalión»
«Con puntualidad llega un pájaro de paja a golpear los cristales del balcón. Pájaro de alas plurales -tiene seis-, se planta, descarado, ante nosotros y se pone a cantar su canción de letras». «Ya su voz acuden los poetas por senderos entre campos amarillos a punto de siega, con la espiga sumisa que se le ofrece, y ellos, ironía, cuando decantan el mejor grano de espíritu y se sueltan al azul convertido en ave lírica, le dicen al filisteo que es paja, solamente trenzado crujiente y áspero lo que destella tornasoles». Así saludó Tomás Borras la aparición de El Pájaro de paja en el diario Pueblo. Yo creo que muchos tomaron a broma, broma descarada, el nacimiento de esta revista. Con El Pájaro se pretendía otra cosa: volver por los fueros de algo muy elemental, la autenticidad. Y, como en el reinado de Isabel y Femando, podríamos ya decir que tanto monta una como el otro, es decir, tanto monta El Pájaro como Deucalión. En cambio por ser el pájaro ave volandera lo tomamos por bandera inevitablemente.
CARLOS DE LA RICA
Papeles de Son Armadans (La doctrina escondida), Año X, Tomo XXXVII. Núm. CIX,
Madrid - Palma de Mallorca. Abril, MCMLXV pp. II-XVII

V. Carlos de la Rica sobre la Vanguardia poética de los cincuenta (II) y (III)

[1]  Ocurrió allí una graciosa anécdota que relata Correo Literario en su número del 13 de agosto del 53, nº 78: «Uno de los congresistas (Montesinos), sitiándose gracioso, le preguntó (a Crespo) con aire ingenuo: « ¿Deucarión es una revista de poesía o la marca de un insecticida?» A Crespo le hizo tan poca gracia la ingeniosidad que respondió así: «No vas desencaminado: es un insecticida de lo mala poesía... Y habrás observado que no te la envío. Agradécemelo».
[2] Pertenecen estas palabras a una entrevista que se le hizo a Crespo en Mandarra y que firmó Rebordao Navarro. Era ésta una revista portuguesa de tono menor, pero muy adicta al movimiento pajarero.
[3] Recuerdo vagamente la anécdota ahora. Molestado Carriedo porque haría versos sin rima, hizo un soneto del ciclista en menos tiempo del que el propio se había señalado. Ocurrió esto en una tertulia y creo que lo relató Julio Trenas en una de Sus habituales crónicas.
[4] Cuadernos Hispanoamericanos -Mitología del hombre Crespo- nº 148. págs. 112-15.

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