viernes, 19 de mayo de 2017

Anecdotario y teoría del "postismo" de Félix Casanova de Ayala (Papeles de Son Armadans, Noviembre de 1964)


Anecdotario y teoría del «postismo».
Félix Casanova de Ayala
El «postismo» nace en Madrid, exactamente en el café Castilla, hacia comienzos de 1945. Las triangulares tarjetas de visita (cada lado un nombre de fundador) repartidas por éstos en dicho café, con ceremonial entre histérico e histórico, dejaron constancia de los tres nombres: Chicharro hijo («Chebé»), Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi.
Mi primer conocimiento de ellos fue el siguiente: formaba yo entonces en la peña «Los Noveles» (verdadera precursora de lo que años más tarde dio en llamarse «Versos con café»), cuya sede radicaba en la docta taberna de Antonio Sánchez, preñada de óleos de Zuloaga y del propio tabernero, extorero e íntimo del genial pintor. Se recitaba ya anochecido un romance de Ochaíta cuando, de síncope y porrazo, aparecieron por aquella puerta (ya que no había ventanas) un par de seres inidentificables en principio. Las chaquetas del revés, los calcetines en los bolsillos, a guisa de pañuelo, o calzando sus manos como guantes y una calavera o algo parecido bajo el brazo. Se subieron sobre una de las mesas y comenzaron a emitir un extraño recitado de guturaciones y gorgoritos entre, rítmicas convulsiones de todo su cuerpo. Yo me quedé sincopado frente a mi vaso de tinto, mientras otros miembros menos pacientes de la honorable reunión expulsaban al invasor. Luego me enteré de quiénes eran: Carlos Edmundo y «Chebé», los «postistas». Al italiano Sernesi nunca llegué a conocerlo y aun dudo de si estuvo realmente en Madrid. Al día siguiente nos enteramos de que acabaron la noche en una Comisaría.
Corrieron los meses y me desglosé de la peña ochaitiana, aproximándome un poco tímidamente al Café Gijón, donde bullía la «Juventud creadora» y su «Garcilaso». Yo era un neobarroco surrealizado y aquella serenidad de los poetas me desazonaba. Mi inquietud, ya que no de fondo, me extrovertía por las ramas del poema, el léxico y la forma, y así, entre Góngora y Eluard, Alberti y Aragon, iban surgiendo insolidarios mis sonetos. Y hete aquí nuevo tropiezo con Ory una noche de 1947 en dicho Café Gijón. Su irrupción, como siempre entre sísmica y simiesca, fue rubricada por el inevitable calcetín-pañuelo que el interfecto se descalzaba con naturalidad y colocaba cual servilleta encima del velador. Inició entonces una discusión sobre el poeta soviético Serjovich (o algo por el estilo; no recuerdo bien el nombre), con ejemplos en ruso y castellano. Resultó que alguien de la tertulia —cosa rara, ya que el soviético era desconocido en España— había leído cosas de él y lo rebatía. Al aclarar Ory que se trataba de una invención suya, así como el idioma ruso empleado, cundió una ira sorda y tuvo que abandonar el local sin tiempo a cubrirse el pie desnudo. En esta operación lo hallé en la Castellana, instantes después.
Los poemas del ruso me han gustado —le dije—; pero si no existe ruso, ¿de quién eran los poemas?
Postísmo, hijo mío— me respondió, con la misma entonación con que a veces llueve.
Su frente parecía una pompa de «Distergén», casi irisada de puro pálida; emanaba respeto y genio.
Días después recibí en casa lo que en un principio creí un tarjetón de bodas, con invitación al «lunch» «Nupcias postistas» en el estudio pictórico de Chebé. Ni que decir tiene que por allí caí con el atuendo apropiado a tal ceremonial. La fiesta comenzó con unos emparedados de queso manchego y vasos de sangría, preparados por Nanda Papiri, la inefable Mme. Chebé. De pronto, Carlos Edmundo, envuelto en cortinajes, comenzó a danzar epilépticamente su romance de Los dos hoplitas, que una voz —tal vez la suya propia— recitaba en «off»:
En la casa de hermanubis
—¡pupay qué cómplice el viento!—
un adúltero dios ópico
cortó a la estela su velo
de luz...
Un espontáneo, en trance, arrancó otra cortina y acompañó al electrizado bailarín, mientras el ritmo verbal proseguía:
La esponja sin crin ni ojos
junto a los dos peces épicos
dejó clavada en la arena
su cola y dejó su estómago.
El pie alucinante se trasmitía a todos; las piernas brincaban al compás del verso:
Ambos de pie se escondían
con los dedos sin más pábulo que
una luz candeal inmensa
caída y libre por los suelos
Y ellos se decían... Nada
se decían los dos ellos...
Pero ¿quién se casa? — pregunté tímidamente a Chebé, que en estos momentos escanciaba mi vaso.
¡El emperador Claudio Coello con su caballo, vive Dios! ¿Traes algo postista, una definición cuando menos? Estas   «nupcias» son para eso, para acabar de inventar el postismo. Ya está casi inventado; pero fallan definiciones. ¡Búscanos una!
Y se alejó con sus dos caras, tintineando su bello Romance de la pájara pinta:
estabita la pájara estado
donde estuvo estandito no está,
ni recoge ni coge ni deja
al azor lo cogió un gavilán.
¡Ay mamá!
Acababa el romance Los dos hoplitas y los bailarines yacían extenuados en el parquet, mientras un coro-general repetía la última estrofa:
-¡Eh! ¡Si tu madre me viera
dormido dormir despierto
mojando esencia alocada
en tus entrañas eróticas!
A continuación, Jesús Juan Garcés, garcilasista recién incorporado al postismo, se encaramó a un alto escabel de pintor mural y empezó a repentizar por el procedimiento del «enderezamiento botellista», sus Poemas primitivos para ángeles. Los neologismos y palabras inventadas rutilaban como centellas en aquel paraninfo:
(Oración al ángel Icisus)

Auiu
Auiu
Celi Celi auiu
Icisus Icisus
luci luci auiu
ave ave auiu.

(Invocación al ángel de la castidad)

Mira lará
lará lará
Divino triblileble
Arcángeltriliperble
joven explendeteble.
A ti latrilerato
brondruli del recato
la truli despósalo.
Lará lará lará
ibi ibi galán.

(Ángel dormido)

Uuuuuuuuuu
Uuuuuuuuuuuuuuuuuuu
lao deo leo...
nnnuuuuuuuuuuuuu...
                                   Zelel...
   zelel...
                           zelel...
nana... nana... nana...
                                   Zelel...
                                                   egel...
                     egel...
nnnuuuuuuuuuuuuuuuuuu
Chssssss....


*
**
El primer manifiesto «postista» decía así: «El Postismo es el resultado de un movimiento profundo y semiconfuso de resortes del subconsciente tocados por nosotros en sincronía directa o indirecta (memoria) con elementos sensoriales del mundo exterior; por cuya función o ejercicio, la imaginación, exultada automáticamente, pero siempre con alegría, queda captado para proporcionar la sensación de la Belleza o la Belleza misma, contenida en formas rígidamente controladas y de índole tal que ninguna ríase de prejuicios o miramientos cívicos, históricos o académicos puedan cohibir el impulso imaginativo».
A. esta primera definición hoy que añadir la promulgada por Ory algún tiempo después (1946), menos explicativa, pero más gráfica, que parece condensar una faceta, acuso la más acusada, de dicho movimiento. Hela aquí: «El Postismo es la locura inventada».
Esto por lo que respecta a su trasfondo, a su mecanismo eyector del magma subconsciente u onírico, vivencial o simplemente «inventado». En lo relativo a la realización del poema (cuadro, etc., ya que el postismo era ambiciosamente abarcador de toda manifestación del espíritu) la principal característica expresiva era de tipo rítmico, coruscante, musical. Metros rígidos y rimas apuradas, con frecuentes perturbaciones anárquicas a modo de truco sorpresivo; regreso a formas clásicas, principalmente el romance y al soneto. Véase un ejemplo de uno de éstos, debido a Ory:
SONETO PARANOICO
Solo en ni mundo con mi media oreja
y una cortada flor en el semblante
bajo a la mina honda del diamante
que no tiene raíz ni tiene reja.
Mas como soy del odio tenue abeja
manada de algún duende nigromante
peinaré de mi espalda el monte amante
y con heces de concha de la almeja.
Mi paranoia de Iolao y Averno,
¡hola, pato de oro, hola, mares
donde la mar merece su medusa!...

Y creo que de cebra tengo un cuerno
y de llama una pata panacea
que se gasta en mi alma y que se usa.
No obstante, fue el romance el cauce más y mejor frecuentado por los postistas. He aquí un raro y curioso ejemplo, no rimado, del malogrado y genial «Chebé» (Eduardo Chicharro Briones):
Eduardo Chicharro
DE LO MÁS A LO MENOS

La mesón agua dormirse
a partido mal menor
perdigue búcaro amante, y...:
de lo más lo menos rico
de lo rico el entrepárpado
y del pájaro lo azul:
el tul de las doce flores,
que son de tul y miradas,
y de las pisadas blancas
lo más perdido y oliente;
de lo dolido, el costado;
de lo dorado, su acento;
del acento, la constancia;
de la constancia, el reflejo:
del reflejo, lo entredicho;
de lo entredicho, el espectro;
del espectro, la pregunta;
de la pregunta, la última;
de. lo último, lo vago;
de lo vago, lo amargo;
de. lo amargo, lo vago;
de lo vago, lo último;
de lo último, la pregunta;
de la pregunta, el espectro;
del espectro, lo entredicho;
de lo entredicho, el reflejo;
del reflejo, la constancia;
de la constancia, el acento;
del acento, lo dorado;
de lo dorada, el costado
doliente y perdido de blancas pisadas
de tul y miradas de las doce flautas,
del azul del búcaro
del rico entrepárpado,
de lo más lo menos
persigue al amante, y...:
a partido mal menor
la mesón agua dormirse.
Esta dimensión formal —musical—, encauzadora del fenómeno surreal y automático, ya en franca decadencia, fue la que dio su único rasgo original al Postismo, que no dejaba de ser -a ojos vistas- una prolongación mixtificada del propio surrealismo. El factor «juego», el disparate y exhibicionismo circense, sobreañadidos con penosa frecuencia a todas sus manifestaciones artísticas v sociales, acabaron por asfixiarlo en su propia cuna, tal un Hércules-niño que no hubiese podido con la serpiente. Su denominación — «post»: «después» de los «ismos»- era lo bastante pretenciosa para que se le exigiere algo más de lo que realmente podía dar: una reversión total de nuestra amanerada y absentista lírica de postguerra. Por aquel entonces (1945-47) sonaban ya las voces crespas del Norte —Celaya, Otero, Crémer, Nora— y una poesía desgarrada y vital, tremendamente humana, hecha de carbonilla y sudor, sin retruécanos ni carillones ni calcetines en los bolsillos, daba el golpe de gracia al «garcilasismo» oficioso de Madrid, contra el que el Postismo se había alzado. Los «postistas» —ésa es la verdad— eran otros artífices redomados y les llegó su hora casi al tiempo que a los inefables contertulios del Café Gijón. ¡La avalancha no respetó a nadie! No obstante, al Postismo le cupo el honor —aún no justipreciado— de haber lanzado el «kikirikí» de alerta y rebeldía contra aquel ablandamiento narcisista de nuestra poesía postbélica. Su impacto, en los momentos iniciales, fue terrible y ancestral y poco faltó para que toda la edulcorada rima neoclasicista pasara por su estrecho aro funambulesco. Yo fui testigo de ello y copartícipe también, en el Madrid literario recién despertado de la guerra civil. Todos esperábamos un cambio de clima, una inminencia: pero éstos llegaron del Norte. ¡El Postismo había periclitado, sin acabarse de perfilar!
Aunque la producción «postista» no ha sido recogida en libro hasta la fecha por ninguno de sus fundadores o mitologistas, nos consta que existe una importante y trascendente cosecha que, por causas incomprendidas para quien suscribe, no ha sido dada ni la luz pública sino parcial y muy someramente en alguna que otra revista literaria de aquel momento, al par que sus «manifiestos», (El Español, La Estafeta Literaria, Mensaje) o en sus efímeros conatos de órgano propio (Postismo, La cerbatana), de los que sólo tenemos noticia de un primer número. El romancero postista Lacoonte y la luna, de Ory, cuyo anuncio tanto interés despertó, todavía lo estamos esperando. Por otro lado — el de la infalible Parca— se nos acaba de ir con incrédulo asombro y dolor el genial e incomprendido «Chebé», Chicharro hijo, pintor y poeta que un día atraerá sobre sí —estamos ciertos— las miradas estudiosas y la atención de todos. Sabemos que deja inédita una sugestiva labor postista de indudable signo de transición. Junto a Ory lo considero uno de los poetas más raros, puros e inadaptados de la moderna lírica española. Tal vez, de haber sido hombres menos versados y cabales, sus progenitores —su probidad les llevó a inhibirse, al no encontrar una originalidad rotunda al hallazgo—, casi podríamos jurar que el Postismo hubiese llenado plenamente su ambiciosa esfera; y ese conflicto de «culpabilidad» que aún ruboriza a algunos de los que en él militaron —o se contaminaron— pasaría a ser, por antítesis, timbre de legítimo orgullo.
Posteriormente, en 1952, la revista Verbo de Alicante, en su número extra dedicado al surrealismo español, encuadraba en uno de sus capítulos este movimiento, con certeras notas crítico-informativas de Albi y Joan Fuster y una pequeña antología poética del mismo. Fuera de esto, sobre dicho «ismo», no conozco nada más que aquellas desdichadas y crueles líneas concedidas por Federico Carlos Sáinz de Robles en su Ensayo de un Diccionario de la Literatura (Tomo I, pág. 1.009).
El Postismo fue algo más serio y necesario que esa pirueta de «irresponsables» con que se ha querido enterrar su infantil cadáver. Y. pese a vergonzantes, ingratos y detractores, sus giros y «sidiodicastros», sus «enderezamientos», su alegría disparatada y ancestral, perdurarán graciosamente en nuestra memoria como el primitivo canto de los ángeles:

Angel landranclero
lararírarero
piedrilucílastro
aurilucilero...

Carlos Edmundo de Ory

Papeles de Son Armadans (La doctrina escondida),
Madrid-Palma de Mallorca, Noviembre, MCMLXIV, Año IX
Tomo XXXV. Núm. CIV pp. XVIII-XXX.

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