jueves, 19 de enero de 2017

Josep Pla y su «Historia de la Segunda República Española» (Destino, 18 de mayo de 1940)


José Pla habla de su «Historia de la Segunda República»


ANTE la inminente aparición de la obra de José Pla, «Historia de la Segunda República Española», gran número de personas se ha dirigido a nosotros solicitando noticas acer­ca de la misma. Insistían de modo especial en sus preguntas sobre el carácter y alcance de las páginas de este libro fundamental de historia contemporánea. Nos ha parecido, que nadie como el autor sería capaz de dar a conocer al público el sentido y tono de la obra, y para ello nos hemos dirigido a él, formulándole las preguntas, cuyas contestaciones ofrecemos a continuación a nuestros lectores:
—¿Cuáles han sido a su juicio las faltas po­líticas más graves de la República democrática que la hicieron fracasar desde su nacimiento?
—Estas faltas políticas las he resumido, en el prólogo de mi libro, en una sola: la absoluta, la completa, la constante inadecuación entre el pensamiento y la acción. Los hombres de la República española forman un grupo caracteri­zado por una exuberancia verbal indescripti­ble. En ningún momento de la historia de Es­paña —ni en la época de la primera Repúbli­ca— se habló tanto como entre el 14 de abril y el 18 de julio. Se agitó, revolvió, discutió, polemizó, masculló y verbalizó todo lo que exis­te, en una forma u otra en España. Esta selvá­tica frondosidad, contrastó cada día, cada hora, cada minuto con una congénita incapacidad para resolver el más elemental de los problemas de la acción política: el problema del orden pú­blico. En la historia contemporánea, una situa­ción dibujada por estos dos hechos tiene un nombre: es el kerenskismo. El abogado Kerenski, orador brillantísimo, hombre de acción nulo, es el que crea las condiciones objetivas del triunfo de Lenin y el comunismo. En España, Azaña dando la cara y Prieto en la sombra —ambos forman el núcleo central de la historia política española de 1931 a 1936—, oradores no­tables, hombres de acción inválidos, crean las condiciones del triunfo fugaz y momentáneo de la revolución social el 18 de julio. Ellos son los responsables de la catástrofe española. Ellos abrieron, con una espantosa insensatez todas las compuertas de la cloaca y del crimen. Ellos sumieron a España en uno de sus períodos más angustiosos. Pero gracias a Dios hubo en Espa­ña fuerzas sociales suficientemente sanas para que al impulso de un hombre providencial y de la clase militar, que nos ha salvado tantas veces en el curso de la historia —cosa que no existió en Rusia— pudiéramos invertir la situación y concluir definitivamente el ominoso período.
El fenómeno del kerenskismo no es un fenó­meno moderno. Es en política un fenómeno de siempre. Mi intención ha sido pues, en el libro, poner de manifiesto la inadecuación entre hablar y hacer que caracterizó la segunda República para llegar a demostrar que tantas cuantas ve­ces se reproduzca en España el mismo fenómeno, sus consecuencias serán idénticamente las mis­mas.
—¿Cuál ha sido, además de su veracidad y serenidad, el propósito de su obra «Historia de la Segunda República» y cuándo y cómo la ha escrito usted?
—Sí, desde luego, aparte del primer propósito, he tenido otro. Creo que las personas que por una o por otra razón tenemos una pluma en la mano estamos en la obligación de defen­der la sociedad española. De la lectura de mi libro se deduce mi propósito esencial. Habiendo observado, directísimamente, como periodista y como testigo, el desarrollo del proceso republi­cano, creo que el Alzamiento Nacional español era ineluctable, fatal y desde todos los puntos de vista absolutamente legal —a menos de creer que España había dejado de ser España—. Es precisamente de la manipulación objetiva y se­rena de las fuentes de este período que se de­duce la legalidad y la ineluctabilidad del Alza­miento. No he hecho, pues, una historia mo­nárquica o con textos de los monárquicos. No. He dejado que las cosas las explicaran los re­publicanos y es de estas explicaciones que se deduce, de un lado, la ineluctabilidad de la re­volución, y, de otro, el movimiento salvador de España.
La obra fue escrita, día por día, en Madrid, durante la República y completada en Roma cuando al ser expulsado de un determinado país tuve que pasar por Italia camino de la España Nacional. En la biblioteca de la Embaja­da de España en el Vaticano encontré muchos papeles que me fueron de gran utilidad. Desde estas columnas doy las gracias al Rdo. P. Pou, bibliotecario de Palacio y fraile franciscano, por haberme dado todas las facilidades.
—¿Cuál es, según usted, el prototipo de pro­hombre republicano?
—A mi entender, hay tres hombres esencia­les. Un hombre en la zona de luz: Azaña. Dos hombres en la zona de sombra: Prieto y Largo Caballero. Azaña ha sido un juguete de los so­cialistas, su agente público. Detrás de la cortina Prieto manejó todos los hilos políticos. Largo todos los resortes sociales. Los demás —Lerroux, Alcalá-Zamora, etc.— no creo que lle­garan a tener existencia real y tangible en la alta «coterie» republicana. Azaña, es un resen­tido. Prieto, un orgulloso. Largo Caballero, un fanático.

Destino. Política de unidad. nº 148. 18 de mayo de 1940, p.8.

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