Vallcarca. Fotografía de Manel Armengol |
LA
DAMA DE VALLCARCA
EL Infierno regenera sus tentáculos. Silban en la avenida de las
sombras, donde el humo reclama las copas de los árboles. Silban con dulzura penetrante. Su nombre, roto a trozos, comparte la
comida de las serpientes: arroz ensangrentado, frutas negras, restos de ruidos
y de rotaciones. Silban dulcemente allá en el bosque, donde ira una fuente muerta
murmura el nombre roto, sus anillos espesos. Mis pasos circulares forman un
alfabeto amarillento, con iniciales azules y violáceas.
*
Atraído por el lugar y el olvido, he llegado a Vallcarca, bajando una
escalera quebrada, con barandilla de hierro húmedo, pisando blancas losas y
pasando junto a desventuradas puertas y quemadas ventanas. Un olor de animales
y flores flota en el ambiente bajo. La gran calle corresponde al Río del olvido;
el camino tortuoso que lleva hasta la colina pedregosa es el Rio de la juventud:
aquí está, pues, el paisaje megalítico y aquí voy a quedarme mientras la llave
pueda conocer su puerta, mientras la puerta reconozca el fulgor de su llave;
mientras el espacio no lleve me consigo, mientras la roca roja y ávida no se
transforme en lamento.
*
Contemplo el horizonte, gravemente agitado. Las siniestras
promesas de armonía bajan de la montaña y sus secas paredes de aire negro
tienen verdes cerrojos y agujeros, y trompetas de lana junto al agua. Puñado de
ceniza, lámina de almizcle mío y muerto, ven, tócame aún estos rostros tuyos,
usa mis corazones y mis largos caminos de llagas en las ruedas del cielo. No
dejes de ofrecerme entre tus hojas ese pastel de sangre, ese animal obscuro,cuyas garras surgen a través de epígrafes prohibidos. No bajes tu cornamenta,
luna terrible. Húndeme tus lenguas afiladas en las manos que coloco en la
madera virginal. Tenme en ti desgarrado y que de mi cuerpo como armario, salgan tus
vestidos de centenas, de lentejuelas y pinchos como espejos. ¡Oh, sepulcro mío,
profundidad!
*
Nada puede avanzar. Todo termina en mutilación.
Inmensos valles cortados a pico, corderos sin cabeza, manos de cuatro dedos, auroras
devoradas. Y dentro de la roca, nuevos ardientes ruidos, matrimonios horribles
de azufre y de mercurio, un humo denso y frío, agitado, no obstante, por
despiadado fervor. Entre la casa de hierro y sus filas de cristal se reordenan
en la verja azulada, hay un resplandor agudísimo, que comienza más allá del
dolor. Cada cadena se desprende sola y grandes águilas blancas iluminan el sol
al mediodía.
*
De pronto, todos los tambores de Vallcarca están
sonando. Los timbales añaden su estrépito. Y el gong. Pasan procesiones de monjes
vestidos de amarillo. Procesiones de monjas vestidas de lagarto. Pasan dragones
negros, dorados; los grandes dragones rosas. Redoblan los tambores y chillan las flautas como ratones. Paso yo, con mi túnica anaranjada, camino de
la cima pedregosa, donde dos centuriones ayudan al sacerdote de los sacrificios.
(Correo de las Artes, nº 4, 1957. Existe una primera versión en Índice, octubre de 1956)
ADENDA:
- EL LIBRO: Cirlot en Vallcarca.
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