RAMÓN GAYA Y EL AMENAZADO DESTINO DEL MUSEO, LA PINTURA, EL ARTE.
Juan Pedro Quiñonero. Escritor, periodista y creador del blog Una temporada en el infierno. |
En
muchas escuelas de arte, la enseñanza de artesanías y viejas disciplinas
artísticas ha sido sustituida por el estudio del marketing: el arte de la
ocupación y conquista de un terreno o espacio mercantil, más acorde con la
terminología militar impuesta con el triunfo siempre provisional de una larga
sucesión de escuelas muertas, devorándose las unas a las otras, a través de los
“avances” de unas “vanguardias” siempre más efímeras, sustituidas, finalmente,
por la toma y conquista de una cota económica que los inversores defienden o
abandonan según la lógica, no menos marcial, de sus intereses especulativos,
financieros, políticos, empresariales, etc.
Nuevas
técnicas y tecnologías denuncian como caducas las viejas manualidades y
artesanías del lápiz, el carboncillo, la acuarela, el papel, el cartón, la
madera, el lienzo. El acuarelista o el pintor al óleo son especies zoológicas
amenazadas: su producción manual no siempre encuentra compradores ni
distribuidores, víctimas de un mercado hostil… con frecuencia, los frutos de su
trabajo son una actividad condenada al ostracismo por la grey administrativa o
policial que concede certificados de validez o invalidez, oportunidad o
inoportunidad, vanguardia o retaguardia, a las cosas numeradas y catalogadas
como “contemporáneas” (“arte contemporáneo”, como si pudiésemos ser otra cosa que contemporáneos
de nosotros mismos) en los supermercados del ramo, abastecidos a paso de carga
desde los púlpitos donde se consagran con interés, casi siempre pecuniario, las
cosas dominantes, materiales e inmateriales.
1958. Ramón Gaya en el Foro. |
Lo
que diferencia a Gaya de otros grandes artistas del lápiz o el pincel, entre
sus contemporáneos y los nuestros, es su temprana conciencia de las amenazas
que pesan sobre el arte mismo. Y su consagración de por vida a la defensa de la
materia y la sustancia artística, a través de su trabajo como pintor, como
ensayista y voraz “consumidor” de arte, viajero empedernido que busca y
encuentra en los museos las razones últimas que nos revelan quienes somos y de
donde venimos, si es que aspiramos —conociendo e intentando preservar nuestra
identidad— a evitar el sonambulismo de las cosas muertas que el viento o las
mareas arrastran sin rumbo conocido.
Desde
Cardesse, tras el campo de concentración de Saint-Cyprien, en el más inmediato
destierro, la pintura de la luz es uno de los grandes temas de la obra de Gaya.
El artista pinta la materia más íntima y secreta de su obra: aquella que todo
lo baña e ilumina con las primeras luces del día (Cántico espiritual). Tema igualmente velazqueño: Gaya recurrirá a uncalificativo del Cántico (Pájaro solitario) para nombrar al pintor de las Meninas, en un ensayocapital para la historia de las ideas estéticas, en lengua castellana. Esa
tarea de mirar, leer y pintar será siempre indisociable en su trabajo y en su
vida. Su trabazón íntima, a través de Eros y el Logos, echa los cimientos de
nuestra más íntima arquitectura
espiritual: el paño, la urdimbre, el tejido moral
que nos salva de la condición de almas muertas, para ungirnos con la ilusión de
llegar a ser hombres libres, capaces de compartir el pan y la palabra con otros
hombres.
1949 - Tomás Segovia Óleo sobre lienzo - 72x93 Museo Ramón Gaya. |
En
el destierro itinerante, llevando siempre consigo, en su maleta de cartón, sus
primeras y últimas herramientas de trabajo, Gaya trabaja para sí mismo y para
nosotros. La pintura de la luz quizá sea su manera más pura de preservar lo más
íntimo de la identidad humana, cuando las luces artificiales comienzan a cegar
y destruir la vista de los seres desarraigados, errantes en el desierto urbano.
En
México, primero, en París, en Roma, en Madrid, más tarde, sin perder nunca el
norte de su tierra natal, Gaya acomete su tarea quizá más esencial y prolongada
en el tiempo: los Homenajes. Sediento de pintura, llega a escribir, muy lejos
de los museos de la vieja Europa, se decide a pintar él mismo los velázquez,
goyas, rembrandt o picassos que son indispensables para asegurar su solitaria
supervivencia íntima, privado no solo de su patria histórica: Gaya pinta
sucesivos rostros del mismo retrato del artista en el destierro… retrato solitario (el artista que descubre en los
acuarelistas chinos de la época clásica las técnicas y materia pictórica más
noble) y retrato de grupo: sus primeros homenajes a Velázquez (la Maja desnuda) o Goya (Niño de Vallecas) le revelan y recuerdan lo esencial. La pintura del
Museo universal no comporta ninguna nostalgia de ningún mundo o paraíso
perdido. Todo lo contrario. El arte no es una melancolía, una enfermedad del espíritu.
El arte comienza por ser una fe. El arte de los grandes acuarelistas chinos
exige una férrea disciplina solitaria: cuando han desaparecido todos los
cánones, valores y principios, el artista —en el destierro— debe cultivar con
un rigor supremo las técnicas de un arte no solo “artístico”. Su ascetismo
también es una ética.
1948 - IXº Homenaje a Velázquez Gouache sobre papel - 46x60 Col. Particular. |
A
salvo, provisionalmente, en la soledad absoluta del proscrito, el artista en el
destierro, en el caso de Gaya, también es un creyente: su arte, el arte
genuino, es una materia
espiritual, algo muy semejante al Logos
alejandrino, que pone en relación todas las cosas visibles e invisibles de la
creación. Pertrechado con las únicas armas que están a su alcance y le permiten
afirmar sus principios éticos más profundos, convencido de la divinidad de lo
real —como Spinoza y los budistas chinos, justamente—, el artista, Gaya, oficia
la comunión más alta, la de su carne con la materia espiritual que articula su
identidad de hombre libre. El fulgor de una mota de carmín iluminará en todo su
esplendor carnal el misterio sacramental del cuerpo de la mujer desnuda,
contemplado por Velázquez o Gaya. El albo purísimo de la mirada goyesca de un
niño vallecano nos habla de un misterio universal. Ese rostro de un ser
abandonado nos ayuda a comprender nuestra condición de hombres, cuando todo
está perdido.
Así,
el museo no es, para Gaya, un campo de urnas profanadas, una oficina de objetos
perdidos y catalogados como tales. En el museo más humilde es posible encontrar
un tesoro precioso, intacto e inmaculado: la mota de amarillo de la Vista de Delf donde el narrador de la Recherche encontrará la razón
última de su arte. En verdad, cada obra de arte genuina es un tesoro que
ilumina y nos habla de la divinidad de lo real, que cada obra nos ayuda a
comprender, a cada instante. Seríamos menos libres, sin la majestad alada de la
Victoria
de Samotracia, preservando intacto el brío juvenil de
unos hombres prestos a morir en comunión, por unos ideales. Cómo los héroes del
Fusilamiento
de Torrijos: hemos olvidado la noble causa de
aquellos hombres de otra época; nos queda la nobleza del gesto, la gallardía de
los justos, enseñándonos a morir como hombres.
1962 - Ponte Vecchio Gouache sobre papel - 46x62 Museo Nacional C.A. Reina Sofía. |
Hacia
el alba del museo moderno, Baudelaire había escrito: “Le Musée Espagnol est venu augmenter le
volume des idées générales que vous devez posséder sur l’art ; car vous
savez parfaitement que… un musée national est une communion” (1846). Un siglo más tarde, Gaya escribía: “Si España no hubiese pintado, España
sería un país más hambriento, más famélico, más frenético, más absurdo, más
loco; el sentimiento pictórico le ha dado a España como una cordura de mucho
peso, equilibradora. Porque la pintura es siempre carne, cuerpo, realidad” (1953).
Baudelaire
y Gaya hablan del mismo museo: el Prado madrileño, avanzando el mismo
convencimiento: un
museo nacional es una comunión.
El museo, casa de todos, donde un pueblo comulga consigo mismo. En el Prado,
estima Gaya, siguiendo fielmente a Baudelaire, España esconde el botín de sí
misma. Y ese tesoro es uno de sus principios vertebradores. A través del Prado,
España es un país menos hambriento, menos famélico, menos frenético, menos
absurdo, menos loco, más cuerdo. En definitiva, Velázquez o Goya crean e
iluminan una realidad que nos expresa y enriquece. Hay un arte de vivir y morir
con gracia, del que solo tenemos noticia a través de las meninas y las infantas
velazqueñas, las majas y los fusilamientos goyescos.
1981 - De Las meninas Óleo sobre lienzo - 92x81 Col. Particular. |
No
se trata de una cuestión nacional o castiza. Baudelaire y Gaya plantean la
cuestión universal y tan actual del puesto del museo en las sociedades libres,
cuando el nihilismo “artístico”, socavando todos los principios de la materia y
el comercio con las cosas del arte y el espíritu, convierte los museos en
supermercados donde se contemplan naderías consagradas por un mercado donde tiburones
y burros comercian con burros y tiburones muertos.
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Juan Pedro Quiñonero. Turia: Revista cultural, Nº 95, 2010, págs. 274-277.
Feliz descubro que el bueno de Quiño ha tenido el gran detalle de dedicar una entrada a este modesto blog (http://unatemporadaenelinfierno.net/2013/11/24/ramon-gaya-y-el-amenazado-destino-del-museo-la-pintura-el-arte/)... vaya desde aquí, otra vez, mi agradecimiento...
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