Para quien tenga interés en el estudio de los regímenes totalitarios, es muy difícil soslayar la existencia de un autor como Dietrich Bonhoeffer. Pastor y teólogo luterano, fue uno de los fundadores de la Iglesia de la Confesión (Bekennende Kirche) que, desde 1934, se opuso a las políticas antisemitas propugnadas por el régimen nazi. De 1939 en adelante, formó parte de la resistencia que intentó ayudar a escapar a los judíos a través de Suiza. Arrestado en abril de 1943 por esta causa, fue ahorcado en la prisión de Flossenbürg el 9 de abril de 1945 acusado de ser cómplice del intento de asesinato de Hitler del 20 de julio de 1944 (buena parte de su familia apoyó este intento de eliminar al dictador alemán).
Además de su testimonio, una parte muy importante de su legado se compone de los escritos que, desde la carcel, escribió desde la prisión a sus familiares y amigos.
No comparto algunos de los extremos de su teología, pero, como se verá, algunos de estas cartas y apuntes, como el que os presento a continuación, tiene la rara virtud de iluminar ciertos “ángulos oscuros” de la experiencia totalitaria...
Además de su testimonio, una parte muy importante de su legado se compone de los escritos que, desde la carcel, escribió desde la prisión a sus familiares y amigos.
No comparto algunos de los extremos de su teología, pero, como se verá, algunos de estas cartas y apuntes, como el que os presento a continuación, tiene la rara virtud de iluminar ciertos “ángulos oscuros” de la experiencia totalitaria...
"Para el bien, la necedad constituye un enemigo más peligroso que la maldad. Existe la posibilidad de protestar contra el mal, de ponerlo al descubierto y, en caso necesario, de evitarlo por la fuerza; el mal lleva siempre en sí el germen de la autodestrucción al dejar en el ser humano, como mínimo, una sensación de malestar. En cambio, frente a la necedad carecemos de toda defensa, no somos capaces de hacer nada contra ella, tanto si nos valemos de protestas como si utilizamos la fuerza: las razones no surten efecto; el necio deja de creer sencillamente en los hechos que contradicen su prejuicio —en tales casos incluso se muestra crítico—; y si los hechos son inevitables, simplemente los desecha como casos aislados y sin importancia. Así, y a diferencia del hombre malo, el necio se siente satisfecho de sí mismo, e incluso puede llegar a ser peligroso cuando, levemente irritado, pasa al ataque. Por ello es necesaria mayor precaución frente al necio que frente al malo. No intentaremos jamás convencer al necio mediante razonamientos; tal procedimiento es absurdo y peligroso.
Para saber cómo afrontar la necedad, debemos intentar comprender su naturaleza. Lo que podemos afirmar con seguridad es que no es esencialmente un defecto intelectual, sino humano. En determinadas situaciones, descubrimos con sorpresa que existen hombres extraordinariamente ágiles desde un punto de vista intelectual que son necios, y otros, intelectualmente muy torpes, que no tienen nada de necios. Nos damos cuenta de que la necedad no es un defecto innato, sino de que, en determinadas circunstancias, los hombres se vuelven necios, o bien se dejan transformar en tales. Observamos, además, que las personas introvertidas y solitarias muestran este defecto con menos frecuencia que las personas y los grupos humanos con tendencia a la sociabilidad o condenados a ella. Así que la necedad no parece ser tanto un problema psicológico como sociológico; es una forma especial de influencia que las circunstancias históricas en el hombre, un fenómeno psicológico determinado por algunas situaciones externas.
Si ponemos mayor atención, observaremos que los poderes que se hacen enormemente fuertes, ya sean de índole política o religiosa, tratan a gran parte de la humanidad como necios. Incluso parece que esto sea una ley psico-sociológica: el poder de unos precisa de la necedad de los demás. Y no se llega a esta situación por el hecho de que determinadas facultades humanas —por ejemplo, las intelectuales— se atrofien o queden anuladas súbitamente, sino porque el ser humano queda desprovisto de su independencia interna bajo la abrumadora impresión del despliegue de poder. De forma más o menos inconsciente, renuncia entonces a encontrar una actitud propia ante las situaciones vitales. El hecho de que a menudo la persona necia se muestre obstinada, no debe hacernos olvidar que no es independiente. Incluso conversando con ella, podremos darnos cuenta de que no estamos tratando con ella misma, con ella en persona, sino con los tópicos y las consignas que la dominan. Se encuentra como hechizada, deslumbrada; en su propia naturaleza se abusa de ella y se la maltrata. Convertida así en un instrumento carente de voluntad propia, la persona necia será capaz de cualquier mala acción y, al mismo tiempo, incapaz de reconocerla como mala. He ahí el peligro de un diabólico abuso. Por él pueden los seres humanos echarse a perder para siempre.
Pero en este punto precisamente se nos manifiesta con toda claridad que no será un acto de adoctrinamiento, sino únicamente un acto de liberación el que pueda superar la necedad. En este sentido, hemos de aceptar que en la mayoría de los casos una auténtica liberación interna sólo es posible cuando le ha precedido la liberación externa. Hasta ese momento tendremos que renunciar a todo intento por convencer al necio. Este estado de cosas explica también por qué en tales circunstancias nos esforzamos en vano por saber lo que piensa realmente «el pueblo», y por qué esta pregunta resulta al mismo tiempo tan superflua para quien piensa y actúa de forma responsable, pero siempre bajo las circunstancias dadas. La frase de la Biblia «el principio de la sabiduría es el temor de Yahvé» (Salmo 111, 10), afirma que la liberación interna del hombre para una vida responsable ante Dios constituye la única superación real de la necedad.
Por lo demás, estos pensamientos sobre la necedad tienen algo de consolador, porque no permiten creer que la mayoría de las personas sean necias. Todo dependerá en realidad de si los gobernantes confían más en la necedad que en la autonomía interna y en la sensatez de la persona humana."
Para saber cómo afrontar la necedad, debemos intentar comprender su naturaleza. Lo que podemos afirmar con seguridad es que no es esencialmente un defecto intelectual, sino humano. En determinadas situaciones, descubrimos con sorpresa que existen hombres extraordinariamente ágiles desde un punto de vista intelectual que son necios, y otros, intelectualmente muy torpes, que no tienen nada de necios. Nos damos cuenta de que la necedad no es un defecto innato, sino de que, en determinadas circunstancias, los hombres se vuelven necios, o bien se dejan transformar en tales. Observamos, además, que las personas introvertidas y solitarias muestran este defecto con menos frecuencia que las personas y los grupos humanos con tendencia a la sociabilidad o condenados a ella. Así que la necedad no parece ser tanto un problema psicológico como sociológico; es una forma especial de influencia que las circunstancias históricas en el hombre, un fenómeno psicológico determinado por algunas situaciones externas.
Si ponemos mayor atención, observaremos que los poderes que se hacen enormemente fuertes, ya sean de índole política o religiosa, tratan a gran parte de la humanidad como necios. Incluso parece que esto sea una ley psico-sociológica: el poder de unos precisa de la necedad de los demás. Y no se llega a esta situación por el hecho de que determinadas facultades humanas —por ejemplo, las intelectuales— se atrofien o queden anuladas súbitamente, sino porque el ser humano queda desprovisto de su independencia interna bajo la abrumadora impresión del despliegue de poder. De forma más o menos inconsciente, renuncia entonces a encontrar una actitud propia ante las situaciones vitales. El hecho de que a menudo la persona necia se muestre obstinada, no debe hacernos olvidar que no es independiente. Incluso conversando con ella, podremos darnos cuenta de que no estamos tratando con ella misma, con ella en persona, sino con los tópicos y las consignas que la dominan. Se encuentra como hechizada, deslumbrada; en su propia naturaleza se abusa de ella y se la maltrata. Convertida así en un instrumento carente de voluntad propia, la persona necia será capaz de cualquier mala acción y, al mismo tiempo, incapaz de reconocerla como mala. He ahí el peligro de un diabólico abuso. Por él pueden los seres humanos echarse a perder para siempre.
Pero en este punto precisamente se nos manifiesta con toda claridad que no será un acto de adoctrinamiento, sino únicamente un acto de liberación el que pueda superar la necedad. En este sentido, hemos de aceptar que en la mayoría de los casos una auténtica liberación interna sólo es posible cuando le ha precedido la liberación externa. Hasta ese momento tendremos que renunciar a todo intento por convencer al necio. Este estado de cosas explica también por qué en tales circunstancias nos esforzamos en vano por saber lo que piensa realmente «el pueblo», y por qué esta pregunta resulta al mismo tiempo tan superflua para quien piensa y actúa de forma responsable, pero siempre bajo las circunstancias dadas. La frase de la Biblia «el principio de la sabiduría es el temor de Yahvé» (Salmo 111, 10), afirma que la liberación interna del hombre para una vida responsable ante Dios constituye la única superación real de la necedad.
Por lo demás, estos pensamientos sobre la necedad tienen algo de consolador, porque no permiten creer que la mayoría de las personas sean necias. Todo dependerá en realidad de si los gobernantes confían más en la necedad que en la autonomía interna y en la sensatez de la persona humana."
¡Es un texto excelente, gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias a tí Angel!
ResponderEliminarSaludos
"Dixit insipiens in corde suo: "Non est Deus"".
ResponderEliminar(Psalmus 53:1)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarummmmmmmmm......
ResponderEliminarTumbaíto...hilas muy fino...
...Creo que Bonhoeffer subrayaría que esa fe que se contrapone a la necedad, presupone, y crea, una autonomía interna -y muy real- del creyente... ya que creo que es a partir de esta dualidad (autonomía interna/necedad) desde donde se puede entender el significado preciso de este texto...
Saludos
Excelente texto y muy oportuno para entender el Castrismo y la transicion post castrista. Gracias. Con su permiso lo enlazo a mi blog. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias!
ResponderEliminarDon Cógito,
ResponderEliminarmuchas gracias. Me ha parecido un escrito magnífico.
Saludos.
Muchas gracias a tí Irene.......!!!!!
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias, amigo don Cógito, por su amable comentario. Su blog es excelente. Ya sabe usted que soy como la policía: que le sigo, así que ánimo y ¡adelante con los faroles!
ResponderEliminarUn abrazo
Pues Feliz Navidad, Don Joaquín, y a todos los amigos!!!
ResponderEliminarGKCh... muchas gracias. Y, por supuesto, feliz navidad!!!
ResponderEliminarSaludos
Muchas gracias Joaquín... y, por supuesto, todo lo mejor estas Navidades...
ResponderEliminarGracias, Joaquín, en tu blog siempre se encuentro temas y textos interesantes. Gracias por tus buenos deseos. Para ti toda la felicidad del mundo, y las mejores fiestas. Feliz Navidad
ResponderEliminarla búsqueda del bien debe presuponer la sospexa de un fracaso,como toda decisión.El necio s.e.toma una"decisión pasiva"...Lo bueno siempre está acosado políticamente por lo peor,no es autoinmune sino frágil y enfermizo.A qué nivel se puede afirmar que exista la"independencia interna"?
ResponderEliminarDesde la tradición cristiana(por lo menos) esta "autonomía interna" se supone en tanto el ser humano ha sido creado libre incluso para rechazar a Dios... fuera de esta tradición la existencia queda, quizá, menos clara pero no por ello deja de existir... (aunque menudo tema!!!!)
ResponderEliminarla autonomia interna xna sólo puede discernir libremente si elige a Dios,quees la unica verdad.El pecado en esa tradición no se elige,se cae en el pecado,se es tentado arteramente.vivir entre estos 2 extremos e para mi una abominable manea de existir .Sobre la autonomia interna propongo Derida,Skinner,baudrillard...
ResponderEliminareres genial,don cogito
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por el interés...si tengo un poco de tiempo intentaré leer algo de los autores que me recomiendas...
ResponderEliminarSaludos
He llegado hasta tu blog gracias a El café de Ocata. Al menos dos de tus posts son auténticas perlas, seguiré echándole un ojo al resto :D
ResponderEliminarDe momento te robo un cacho de texto para mi blog. Un saludo.
Nada Hugo, roba lo que quieras...y pasa cuando quieras por aquí...
ResponderEliminarMuchos saludos...
Me dio por buscar cosas sobre la necedad: articulos, frases, etc. que me ayudaran a confirmar una teoria, este articulo es genial.Quisiera publicarlo en otro lado, obviamente con tus creditos ;)
ResponderEliminarEstupendo texto me recordó a una cita de Goethe de su Werther:
ResponderEliminar"He visto una vez más, amigo mio, en este negocio insignificante que las equivocaciones de la negligencia causan en el mundo más daño que la astucia y la maldad; bien es cierto que éstas abundan menos".