martes, 6 de mayo de 2008

Los cementerios civiles y la heterodoxia española.

Acaba de publicare, después de treinta años, una nueva edición -corregida y aumentada- de Los cementerios civiles y la heterodoxia española, uno de esos titulos, en mi opinión, imprescindibles para entender la historia de España. El libro no es, ni más ni menos, que una reflexión sobre la libertad de creencias en España a través de la historia de aquellos españoles que a lo largo de la historia moderna de este país decidieron vivir y morir al margen de la religión. La forma -originalísima- de trazar este recorrido es estudiando los cementerios laicos desde la Ilustración hasta la Transición. No hace falta decir que el libro esta libre del más mínimo sectarismo, algo que no debe extrañarnos habiendo sido escrito por alguien tan alejado del cainismo común de estos lares como José Jimenez Lozano. E aquí una pequeña muestra.

UN CATOLICISMO POLÍTICO

El carácter primordial del catolicismo español —no en sí mismo, claro está, sino en su desarrollo histórico— es que la fe cristiana, además o incluso en vez de ser una decisión personal de adhesión a la Persona y a las enseñanzas de Cristo, se ha traducido por la simple pertenencia a la casta o gens hispanica, a la condición de españolidad; es decir, es una expresión sociopolítica. Se es católico porque se es español y se ha sido español porque el catolicismo se convirtió en aglutinante de la casta de los hispano-godos en lucha contra moros y judíos. La filiación religiosa sirvió «para definir la figura nacional y gentilicia de todo un pueblo», y, en cualquier caso, el Estado que se construye al final de la Reconquista, la nacionalidad hispana que surge, no nace, en efecto, de unos meros presupuestos históricos, económicos, culturales o políticos o de cualquier otro tipo de decisiones intramundanas, sino de imperativos religiosos ligados a la sangre. Ese Estado es la comunidad político-religiosa que resulta de la eliminación de las posibilidades políticas de las otras dos castas —la islámica y la hebraica—; esto es, un Estado-Iglesia o una Iglesia-Estado. Y la política será divinal y el cristianismo, un cristianismo con una primordial expresión política.

Este Estado-Iglesia es ciertamente una creación política muy diferente del teocratismo o del cesaropapismo medievales, que entre nosotros se dan, claramente, en la época visigoda. La simbiosis que existe en España entre Estado e Iglesia, o la singular aparición, mejor dicho, de ese Estado-Iglesia o Iglesia-Estado, tiene poco o nada que ver con el concepto del constantinismo o del agustinismo político, vigentes durante la Edad Media en todo el Occidente cristiano, y que más o menos han alargado o tratado de alargar hasta la época moderna países como los protestantes, en los que las iglesias son nacionales, o ciertas tentativas clericales en otros países.

La teoría teocrática o del llamado «
agustinismo político» es la instrumentalización del poder político para la defensa de la fe y de los intereses religiosos o clericales, y supone la absorción del orden natural en el sobrenatural, el derecho del Estado en el de la Iglesia,'pero esta teoría o su envés, que se apoya en los mismos supuestos filosóficos de confusión de los órdenes natural y religioso, y en la que es el Estado el que se desempeña como Iglesia —el cesaropapismo, la sacralización del rey-sacerdote, o el josefinismo del imperio austriaco—, se ha sostenido y ha sido historia entre nosotros durante la monarquía visigoda ciertamente. Isidoro de Sevilla defiende una teocracia y Recaredo propone y decreta una unidad religiosa que es un expediente político cesaropapista, pero tiene poco o nada que ver con la unidad religioso-castiza que se daría después. Porque, entre nosotros, no es que la Iglesia aniquile la realidad del Estado y se sacralice como con Carlomagno, no es que el Derecho natural y civil quede subsumido en categorías canónicas y desaparezca en ellas; es que es el Estado el que en su constitutividad y esencia es religioso y sacral. Es la Iglesia la que se ha hecho Estado como la fe se hace carne y sangre, biología y casta, españolidad. La españolidad o condición de español supone y presupone la fe. No se precisará ninguna adhesión intelectual personal y específica a los dogmas, ni ninguna atención a la ética derivada de ellos. El católico español llega a sentirse dispensado de una fe personal y, desde luego, de las conductas que implican la ética cristiana o los preceptos eclesiásticos. Su actitud vital llega a ser, con frecuencia, la del hidalgo calderoniano Don Toribio, sobrino de un indiano de cuyas hijas está enamorado y lleno de celos hasta proponer que no deben salir de casa. Y cuando el indiano pregunta si tampoco han de salir a misa, Don Toribio responde:

¿qué dificultad es ésa?
Mi ejecutoria les basta
para ser cristianas viejas,'

porque, en efecto, «el españolismo no es una naturaleza, una "nación" , sino una ortodoxia»,' y la ortodoxia y la ética quedan resumidas en la españolidad. La creencia es, pues, en gran medida, no asunto y aventura personales, sino presupuesto político, social y castizo que empapa el universo entero de lo español, lo define y lo constituye. No hay parcela de la vida española que no estuviese sacralizada por la ortodoxia, y se entiende muy bien entonces que todo cambio o transformación de esa realidad renga una sonoridad o por lo menos pueda revestirse (le sus ropajes y pretextos, como sucedió, por ejemplo, con los intentos de reformas administrativas o agrarias de la Ilustración? Y se comprende, sobre todo, la dificultad radical del inconformismo religioso en este universo sacral, la dificultad y hasta imposibilidad práctica de expresión para una vida y unas opciones distintas de las del cuerpo social, porque serían, antes que otra cosa, la expresión de la antiespañolidad, puesto que la ortodoxia religiosa es la españolidad. El concepto de anti-España no es un expediente retórico ~político de propaganda como se pudiera pensar, sino un sentimiento muy vivo y profundo ya en el corazón de los españoles del XVI y XVII: el sentimiento de la casta cristiana ultrajada por la disidencia de la unidad de creencia católica, el sentimiento de honor personal, familiar y nacional manchados por un solo español que disienta o se aparte de su deber biológico y natural, político y social —casta obliga—, de ser católico. Y los españoles reaccionaron siempre violentamente contra esos heterodoxos que ultrajaban la unidad católica —expresión de la casta hispánica— y el honor nacional, no solamente denunciando a sus deudos más íntimos a la Inquisición, sino hasta tomándose la justicia —o venganza— por su mano, y, desde luego, haciendo lo posible para que esos españoles disidentes —antiespañoles y descastados, a sus ojos— no desacreditasen ante extraños esa unidad monolítica de la creencia de la gens hispanica.

Américo Castro —siguiendo en esto una apreciación constante del catolicismo político español, sin duda muy realista— ha afirmado igualmente desde el lado laico que, cuando entre nosotros ha fallado, en un plano social y colectivo, la fe religiosa a esta la impotencia para toda actividad y creatividad mundanales. Y es más: el español que abandona su fe no parece que se convierta, como ha venido diciéndose tradicionalmente, en un ateo, sino, más bien, en un «anticatólico» o ateo militante de talante religioso, para decirlo con una expresión paradójica. El ateísmo o el agnosticismo han sido posibles en otros universos mentales, más no han sido tan fáciles en el nuestro. El ateo hispánico, al encontrarse sacralizado el mismo aire que respira y hasta sus propias coordenadas mentales, ha de comenzar por luchar contra ello para encontrar su propio aire y se ve constreñido no sólo a una especie de «ascesis atea», por decirlo así, es decir, a una dura lucha por sacar su cabeza laica fuera del agua de un mar religioso profundo, sino a atacar para salvarse, a «
matar para sobrevivir». El pensar y el actuar al margen de lo religioso —no digo antirreligiosos— ha sido una actitud europea relativamente temprana, pero no una actitud hispánica; y cuando aquí aparece, por fin, en torno o después de la Ilustración como en el resto del continente europeo, no ha sabido o ha sido incapaz de hacerlo de modo pacífico o con expresiones relativamente beligerantes, sino siempre de manera mucho más violenta que en otras partes. Y la extraordinaria belicosidad de ese laicismo o ateísmo no ha hecho, entonces, otra cosa que reforzar el talante bélico y esa especie de perpetuo estado de excepción o guerra abierta con que aquí se ha vivido —o se ha tenido que vivir— el catolicismo contra todos los disidentes o «traidores» a la ortodoxia-españolidad, a la casta hispánica, contra todos los extraños a ella: islámicos, hebreos, herejes luteranos o calvinistas, ilustrados y ateístas, afrancesados, liberales, masones y etcétera. Fuera de este contexto bélico hay como una imposibilidad entre nosotros de que la creencia pueda ser vivida, y se da como una especie de misteriosa impotencia, en el plano mismo de las ideas, de tener una cosmovisión y hasta una mera opinión, de un modo pacífico, sin alguien al que combatir.

De manera que el enfrentamiento de estos dos mundos: ese universo sacral y teologizado, creencia socializada y politizada y convertida en carne y sangre de la casta, por una parte, y de los inconformistas con él, o de sus enemigos declarados, por la otra, ha llenado de manera dramática nuestra historia española moderna. El drama del inconformista religioso español no es el mismo que el del inconformista religioso de un país europeo cualquiera, aunque éste sea, por ejemplo, un país de enorme peso y mayoritaria tradición católicos como Francia, pero donde la ecuación católico igual a francés y francés igual a católico nunca tuvo el nivel esencial y constitutivo que entre nosotros, y donde además dejó de funcionar muy pronto, en tiempo de la Reforma, con la calvinización de una parte de esa sociedad francesa y la aparición de los libertinos, a los que nadie negó su condición francesa, sin embargo. Incluso si un hombre como el cura Meslier se reprochará en su Testamento el haber llevado una vida oculta de increencia total, cubierta bajo la capa de su sacerdocio, y el no haber tenido el valor suficiente de declararse ateo desafiando una muerte segura; y donde todavía hombres como Talleyrand (muerto en 1838) y Loisy (muerto en 1940) adoptarán ciertas actitudes para evitar, por ejemplo, la profanación de sus cadáveres por parte de una sociedad católica que se ve en peligro y se torna belicosa y cerrada. Es mucho mayor y más profundo, y, sobre todo, de distinto sentido, el drama del inconformista religioso español de la época moderna, que se siente y al que se le hace sentirse un cuerpo extraño incluso para sus allegados más íntimos, y desde luego en relación con el universo social, la vida espiritual, los hábitos y los pensares colectivos. Y que resulta, así, un ciudadano de segundo orden o un sospechoso político y social para las leyes mismas de su patria en la que el Estado es católico y el ordenamiento juriídico-legal y el talante de sus ejecutores o la influencia y el peso político y social de la Iglesia juegan en razón de la tradición y conciencia mayoritarias. Y necesariamente, porque, si no jugasen así o el Estado tratara de aplicar alguna clase de legalidad civil y no privilegiada a favor del catolicismo, no sería un Estado aceptado ni en último término legítimo y sería considerado como pura situación de hecho de la que habría que defenderse y a la que habría que tratar de abatir.

9 comentarios:

  1. Pues véase de qué modo "interpreta" el libro José Luis García Martín en "Católica barbarie":

    http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008050700_66_632104__Cultura-Catolica-barbarie

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  2. Publicado en La Nueva España, añado.

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  3. Un texto muy interesante y agudo. Esa sacralizaciónde lo político que señala Jiménez Lozano ha sido, y sigue siendo, una constante maldición sobre la vida política y civil de España. Como el otro día hablábamos, es la tónica común compartida a su vez por los adversarios contemporáneos de la iglesia, que, a menudo, más que procurar separar religión y política, intentan sustituir una religión por otra, reemplazar una fe por otra. Creo, pero seguro que tú conoces mejor el tema, que el llamado "laicismo" -que yo relaciono más que nada con el intento terminológico de embellecer el llano anticlericalismo- se relaciona con el celo religioso por eliminar la religión estatuida para poner en su lugar una nueva y fundida con las estructuras de poder del estado; es decir, no con el fin mismo de delimitar las respectivas esferas de lo religioso y lo político, sino de fundirlas de nuevo bajo la égida de la "religión verdadera", a la que suelen llamar "religión civil" o "de la humanidad". Sería interesante ahondar en el análisis y la genealogía del laicismo, así como su relación con estas formas políticas de religiosidad. Quizás puedas tú ofrecer algún texto relevante.

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  4. Enrique... acabo de leer el artículo de García Martín.
    La verdad es que es una pena que caiga en frases como:

    "Durante siglos, para los católicos españoles quienes no participaban de sus creencias no eran ni españoles ni apenas seres humanos."

    ...algo absolutamente alejado no sólo del espíritu, sino además de la letra del libro.

    También se ha olvidado anotar que, justamente, José Jimenez Lozano es católico... aunque después de lo dicho más arriba no me extraña lo más mínimo

    Saludos

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  5. Muchas gracias como siemrre Borja...

    Se me ocurren -"a bote pronto"- dos autores más que podrían ahondar en tu estudio de las "religiones políticas":

    Voegelin "La nueva ciencia de la política"

    y

    Henri de Lubac "La posterioridad espiritual de Joaquín de Fiore"

    El primero lo puedes encontrar con bastante facilidad, el segundo (que son dos volumenes) estás descatalogado hace mucho tiempo.

    De todas maneras quisiera anotar que Jimenez Lozano trata sobre el "caso español", que tiene unos matices muy particulares...

    Muchos saludos

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  6. Borja, has dado en el clavo, a mi parecer. Yo llevo tiempo haciéndome también esa reflexión, y creo que la has expuesto con mucha claridad.


    Qué pena lo de García Martín. Y eso que no es de los peores. En España hay una anormalidad, sin superar la cual no nos normalizaremos culturalmente, por lo cual se denigra, más que se critica, todo lo relacionado con nuestra cultura. Así, se suele, por ejemplo, entender que es de ultra-derecha o castizo con pelo de la dehesa, quien dice que no se avergüenza de la Historia de España, con sus claroscuros, o que esta no es una Nación menor que cualquier otra. Yo he oído a mucha gente decir, incluso, que el "Sobre el casticismo", de Unamuno, que no puede ser una crítica más de raíz del casticismo, es una defensa del mismo. Prejuicios de una cierta izquierda semi-intelectual que no ha leído lo que debiera.


    Joaquín, cada vez te admiro más, con tu gran cultura, tus grandes libros y tus grandes autores heterodoxos. Ayer recibí yo una buena carga: Jünger, Guardini, Gurdjieff, "El libro negro del colonialismo", de Marc Ferro, "Rusos", de Rutherford...Este mes me quedan dos cargas más.


    Un saludo!

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  7. Counter-Revolutionary anda, anda exageras un montón... sinceramente creo que lo que os choca de los autores que a veces os pongo es que son "del Este" o han tenido cierta influencia sobre esos autores (me refiero en especial a mi querido Milosz, claro)y tales autores llaman mucha la atención es España.
    Tengo muchas lagunas en autores que creo que son esenciales (tengo que leer muchiiiiisima filosofía griega....) ...y anda que la musica clásica...

    De todas maneras muchas gracias por el apoyo...

    PD: de los autores que me citas quizá el que no me llega mucho a convencer -pero vamos... no lo he leido- es Gurdjieff.

    PD: Has leído algo de Czeslaw Milosz?

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  8. A Milosz no le he leído, no encuentro nada en las librerías de viejo que conozco, y no termino de querer adentrarme en las procelosas y oceánicas aguas de Iberlibro. Lubac (de quien yo sólo tengo El cristianismo y Proudhon, no leído todavía) y Voegelin no son polacos ni checos, jeje, y no son muy usuales tampoco. Eres un gran explorador de bibliotecas!!

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  9. A Milosz no le he leído, no encuentro nada en las librerías de viejo que conozco, y no termino de querer adentrarme en las procelosas y oceánicas aguas de Iberlibro. Lubac (de quien yo sólo tengo El cristianismo y Proudhon, no leído todavía) y Voegelin no son polacos ni checos, jeje, y no son muy usuales tampoco. Eres un gran explorador de bibliotecas!!

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