jueves, 20 de marzo de 2008

Una vida presente de Julián Marias

Estamos de enhorabuena. Páginas de espuma, acaba de reeditar, junto con la Asociación Española de Personalismo las Memorias que el filósofo vallisoletano Julián Marías, publicó en tres volúmenes en Alianza Editorial en 1989 bajo el título de Una vida presente. Y digo que estamos de enhorabuena ya que estas Memorias -desde mi punto de vista indispensables- estaba descatalogadísimas desde hacía muchos años. Leyéndolas poco a poco (se trata de un volumen de más de novencientas páginas en un formato no precisamente de bolsillo) voy encontrado auténticas joyas, reflexiones muy clarificadoras de lo que ha sido la historia de España durante el siglo XX. Como muestra, os dejo esta referida a la emigración intelectual de 1936.

"Hay un hecho importante, que alguna vez he recordado pero del que nadie que yo sepa se ha dado por enterado: la mayoría de la emigración intelectual no se produjo en 1939, al final de la guerra, sino en 1936, a su comienzo. Es decir, consideraron los escritores o profesores que optaron por salir de España que la libertad estaba perdida en todo caso, que no se podía trabajar -acaso simplemente vivir- con algún decoro. Algunos salieron de España con misiones diplomáticas (Américo Castro, Sanchez Albornoz, por ejemplo); otros con invitaciones a cátedras extranjeras (Salinas, luego Guillén, Montesinos, Menéndez Pidal, Juan Ramón Jiménez); los más a la buena ventura (Ortega, Marañón, Baroja, Azorín). A otros los había sorprendido la guerra en la otra zona, y su suerte fue varia, de mejor o peor gana.

En Madrid fueron asesinados Ramiro de Maeztu, Pedro Muñoz Seca, muchos profesores o investigadores que eran religiosos. En Granada, Federico García Lorca, cuya muerte provocó una conmoción que dura todavía. Unamuno, en Salamanca, conmovido por las noticias de los desmanes y crímenes de la zona republicana, firmó un manifiesto de la Universidad que los repudiaba y expresaba su esperanza en el triunfo de los militares; el Gobierno de la República lo destituyó en agosto, en un decreto firmado por Azaña. A comienzos de octubre, en el acto de apertura del curso académico, convencido de que en la zona llamada "nacional" pasaba lo mismo, expresó su desaprobación, esta vez mediante otro decreto firmado por Franco. De este episodio se ha hablado interminablemente, pero no fuí testigo de él y no tiene lugar en este libro.

En los primeros meses, los medios de representativos de la época anterior dejaron de publicarse: no solo la Revista de Occidente sino también Cruz y Raya, a pesar del incondicional republicanismo de sus directores. Las publicaciones existentes estaban absolutamente politizadas; las nuevas como El Mono Azul, hasta el paroxismo. Los que no querían o no podían vociferar, callaban; la vida intelectual quedó momentánemente interrumpida"

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