jueves, 6 de marzo de 2008

¡Manzanas!


Antes yo era muy nervioso. Más heme aquí en una nueva senda.

Coloco la manzana sobre mi mesa. Luego me introduzco en esa manzana. ¡Qué tranquilidad!

Parece sencillo. Sin embargo, hacía veinte años que lo intentaba y no pude lograrlo, pretendiendo empezar por allí. ¿Por qué no? Tal vez me habría creido humillado, teniendo en cuenta sus pequeñas dimensiones y su vida opaca y lenta. Es posible. Los pensamientos de la capa de abajo rara vez son bellos.

Comenzé, pues, de otra manera y me uní al Escalda.

El Escalda, en Amberes, donde fui a encontrarlo, es ancho e importante y tiene un gran caudal. Apresa los novios de alto bordo que allí se presentan. Es un rio. Un rio verdadero.

Resolví hacerme una misma cosa con él. Me pasaba todas horas del día en el muelle, pero me distraía en numerosas e inútiles vistas.

Además, a pesar mio, miraba de vez en cuando a las mujeres, y eso es cosa que un rio no permite, ni una manzana lo permite, ni nada de la naturaleza.

El Escalda, pues, y mil sensaciones. ¿Qué hacer? De pronto, habiendo renunciado a todo, me encontré...; no diré que en su lugar, pues a decir verdad nunca fue completamente eso. El Escalda corre incesantemente (he ahí su gran dificultad) y se desliza hacia Holanda, donde encontrará el mar y tendrá cero de altura.

Vuelvo a mi manzana; alli fueron todavía necesarios algunos intentos; hubo experiencias, en fin, ¡es toda una historia! Partir es poco comodo, así como explicarlo.

Pero lo diré en una palabra. Sufrir es la palabra.

Cuando llegué adentro de la manzana, estaba yo helado


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