viernes, 12 de octubre de 2007

Jan Patočka: uno de los nuestros


¿Tiene sentido dedicarse prioritariamente al cuidado del alma en una época carente de espíritu, descreída de dioses y trasmundos? Responder de modo positivo a este interrogante fue la provocadora tarea que se impuso como cometido esencial el pensador checo Jan Patocka (Turnov, Bohemia, 1907-Praga, 1977). En torno a ella gravitaron los grandes temas de su actividad filosófica, desde la meditación sobre el destino de Europa hasta su insistente llamada de atención sobre la necesidad de recuperar el legado de Platón. También su renovadora lectura de la fenomenología, su preocupación por un estrechamiento del horizonte de la existencia humana en un mundo dominado por la técnica o su reivindicación del hondo sentido emancipador de la educación en la obra de sus compatriotas, Comenius y Masaryk, son otras tantas expresiones de idéntico impulso, que a sus ideas esa fuerza y originalidad que le hacen acreedor de reconocimiento como una de las más destacadas personalidades intelectuales del siglo XX. Así supieron entenderlo pensadores de renombre como Derrida o Ricoeur.


A la hora de trazar un perfil de la figura de Patocka, resulta difícil, sin embargo, no poner en primer plano el soberbio ejemplo de entereza moral del que dio testimonio a lo largo de su vida y, de manera especialmente conmovedora, en las dramáticas circunstancias de su muerte; máxime en un año en que no sólo se conmemora el centenario de su nacimiento, sino también el trigésimo aniversario de su fallecimiento, el 13 de marzo de 1977, a consecuencia de los brutales interrogatorios policiales a los que acababa de ser sometido días antes, por su oposición al régimen comunista checo como firmante, junto a Václav Havel, de la “Carta del 77” en defensa de los derechos humanos. Era el último acto de una vida marcada por un intenso compromiso ético y una activa resistencia a las diversas formas de totalitarismo que asolaron la Europa del siglo XX.


Formado en París como discípulo de Husserl a finales de los años 20, asistente a sus clases y a las de Heidegger en Friburgo a comienzos de los 30, su regreso a la patria apenas si le permitiría unos años de actividad académica en colaboración con el círculo de Jakobson, en los que invitará a su maestro a pronunciar su célebre conferencia sobre la crisis de la humanidad europea. La invasión de Checoslovaquia por los nazis supone el cierre de la Universidad. Un breve paréntesis tras la guerra y otro durante la “primavera de Praga” serán las dos únicas oportunidades de que volverá a disfrutar para ejercer la docencia pública en su país. El resto del tiempo, exiliado interior, se dedica a labores de editor, archivero y traductor, mientras imparte seminarios en privado y atesora una imponente obra escrita, sólo parcialmente publicada en vida. Pero tanto como por su actitud ejemplar frente a la represión política, este “Sócrates de Praga” lo es por el sustrato teórico que dota de coherencia a su compromis o vital con la libertad.


Su punto de partida es un diagnóstico sobre la crisis radical sufrida por la civilización europea y atestiguada por las dos guerras mundiales, que guarda obvias semejanzas con el de sus mentores, Husserl y Heidegger. Su recurso a una interpretación no metafísica del platonismo, donde el alma no es concebida como un elemento inalterable situado más allá de este mundo, sino como un movimiento existencial, es una de sus aportaciones más originales. A esa búsqueda responsable, que no se contenta con la mera opinión y que desenmascara las tendencias tiránicas de quienes se atienen a ella dogmáticamente, es a lo que Patocka denomina “cuidado del alma”, afirmando taxativamente que Europa nació de dicho cuidado. O lo que es lo mismo: Europa se constituyó como tal con el despertar de la filosofía, con el despliegue de una actitud dispuesta a cuestionar la tradición para dirigir una mirada libre a lo existente y en base a ello orientar el proyecto de una comunidad justa, en la que hombres como Sócrates no se vieran obligados a morir. Esto es lo específico de Europa y es lo que habría olvidado hoy, al primar la preocupación por el dominio fáctico del mundo y entregarse a una funcionalización de la existencia regida por el criterio del éxito, que sólo contempla medios, no fines.


Tras la experiencia de los totalitarismos, el complaciente abandono de gran parte de la Europa actual a nuevas formas de olvido y banalización de la existencia parece seguir dando razones a este contundente dictamen de Patocka. Por más que hayamos aprendido a ser un tanto heréticos frente a ideologías del fin de la historia, la política cotidiana se sigue nutriendo de las mismas promesas espectaculares de plenitud, sólo que relativizadas y consumidas a la carta. La Historia no es nunca cierre feliz, sino subversión y apertura, abismo de libertad por conquistar. Lo propio de nuestro modo de existir, insiste Patocka en el ensayo “Los fundamentos espirituales de la vida contemporánea”, es el encuentro con la problematicidad del ser. En ese sentido, el platonismo que propone recobrar es “negativo” porque reconoce el abismo constitutivo de la existencia humana, la distancia entre lo presente y lo buscado, entre vida e idea.


... ese distanciamiento respecto a “lo que hay” [es] lo que posibilita nuestra libertad, el que se pueda discrepar incluso ahí donde se supone que ya todo está sancionado, como ocurre en este mundo intensamente instrumentalizado. La posibilidad del sacrificio se presenta entonces como una ruptura herética, pero viva y auténtica. De ello ofreció una muestra impresionante Patocka, tanto con su biografía como con su obra. Aunque algunos desmemoriados de nuestra posmoderna Europa crean que es necesario añadir algo distinto al ejercicio de la filosofía y a la enseñanza de viejos maestros como Platón para educar a la ciudadanía.


Manuel BARRIOS


(Estracto de la crítica realizada por Manuel Barrios en El cultural a la recopilación de trabajos recogidos por Ivan Ortega para Herder bajo el título "Libertad y Sacrificio")

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