lunes, 22 de octubre de 2007

Extracto de "Adiós Cataluña" de Albert Boadella


'El mariscal cabezón y sus sablistas'


El caporal de los mossos d'esquadra aparecía precipitadamente para entregarle al cabezudo mariscal Pujol una maleta con el rótulo Banca Catalana a ambos lados. El cabezudo limpiaba el contenido y metía precipitadamente también la pasta en sus bolsillos, mientras seguía bailando. Las huestes concentradas en el Palau de la Música, al percatarse de la operación, mostraban su euforia prorrumpiendo en vítores y aplausos.


No se trata de ninguna fantasía: esta gesta sucedía cada noche en Barcelona ante 2.000 personas, realizada por nuestra milicia [el grupo teatral Els Joglars]. Poco tiempo antes, Banca Catalana había sucumbido, hostigada por unos cuantos prohombres del catalanismo, los cuales, bajo la noble divisa Todo por la Patria, se dedicaron a exprimir dicho símbolo de manera literal, no metafórica, como la Guardia Civil. El batallón de vivales que tenía encomendada la vigilancia de las arcas lo encabezaba el mariscal Pujol [Banca Catalana, fundada por el propio Pujol en 1959, quebró en 1982. Los directivos del que ya era president desde hacía dos años fueron exonerados de los delitos de apropiación indebida y falsedad en documento mercantil], antes de ser nombrado Reichführer. Una vez ascendido el Mariscal a la presidencia del Reich regional, el fiscal general del Estado instruyó una querella contra el clan de marrulleros y su capo, por asalto injustificado al botín con resultado de evaporación. Fue entonces cuando el Mariscal realizó uno de los actos cumbre de su ensalzada carrera político-militar: disfrazó en ataque a Catalunya lo que solo era una acción de la Justicia española contra un presunto sablazo en el que se hallaba implicado. El Mariscal organizó manifestaciones y proclamas, acusando al enemigo español de un ataque desleal a Catalunya [...].


A partir de aquí, la simulación de hostilidades con el Estado español permitió encubrir cualquier amaño, mientras pareciera realizado en beneficio de la etnia oprimida. Comprobado el éxito de la argucia y bajo el lema Ara és l'hora, catalans, que en cristiano vendría a ser «maricón el último», los elegidos se lanzaron al asalto del erario público con un éxito sin precedentes. Aquellos que no lo consiguieron momentáneamente, es decir, el resto de la élite autóctona, advirtieron que sólo era cuestión de aguardar la ocasión y permanecer agazapados esperando un día imitar al jefe, el cual, como era previsible, salió judicialmente indemne de toda sisa o saqueo bancario, exceptuando el aura de rapacidad que ha compartido con la familia.


La paciencia los ha premiado a casi todos, y, con los años, nadie se ha quedado sin ración. Nacionalistas radicales, moderados, escépticos, juiciosos, indecisos, conformados, tibios, pacíficos o completamente sonados, todos han obtenido su parte del desvalijamiento patrio con cargo al contribuyente. Para ello, el Gobierno regional desplegó un esfuerzo colosal de imaginación, inventando nombres altisonantes que dieran empaque a las miles de sinecuras repartidas. Encontraríamos cientos de ejemplos: Dirección General de la Memoria Democrática, Oficina de Promoción de la Paz y los Derechos Humanos, Departamento del Colectivo Gay, Lesbianas y Transexuales; Consorcio para la Normalización Lingüística, Consejo Asesor del Desarrollo Sostenible de Catalunya, Patronato pro Europa, Instituto del Mediterráneo, Oficina de la Gente Mayor Activa, Area de Historia y Pensamiento Contemporáneo, etc. [...]


Una vez finalizadas las campañas de Ubú y Teledeum [dos de las obras más antipujolistas de Els Joglars], con la intención de seguir combatiendo al ejército de sablistas que se apoderaba progresivamente del territorio, decidimos aumentar nuestro arsenal escénico, incorporando un arma de apariencia benigna, pero que en la práctica resultó maléfica. El ingenio llegó hasta nuestras manos por puro azar.


La compañía Comediants estaba realizando una película donde, en una de las escenas, aparecía el Teatre Municipal de Girona con todas las localidades repletas de cabezudos. Asomando por un palco habían colocado también un cabezudo de Pujol, pero como TV3 aportaba unos dineros en la producción, los directivos de la cadena gubernamental amenazaron a los cómicos con retirar la subvención si aparecía el careto del Mariscal en la secuencia. Los chicos de Comediants, que siempre han sido fervientes devotos del movimiento «porro y buen rollo, tío», no quisieron entrar en hostilidades y se esfumó repentinamente de la película el importuno cabezudo. Enterados del lance, les sugerimos a los Comediants la posibilidad de utilizarlo nosotros, cosa que no tuvimos que repetirles dos veces, porque el endiablado cabezudo parecía quemarles las manos.


El ingenio estaba realizado con auténtica destreza, ya que aquella tropa tenía unas facultades extraordinarias para estos menesteres, pero también hay que reconocer que el propio Mariscal en persona favorecía enormemente su impacto visual. El artefacto descubría de forma incuestionable que Pujol era un genuino cabezudo en la realidad. En una sociedad normal, cualquier dirigente con una característica similar no constituye nada significativo, pero cuando se trata del conductor de un pueblo dispuesto a sacralizarse, el asunto toma otro cariz.


PUJOL, EL SAGRADO


Esta peculiaridad convertía la efigie caricaturesca en mucho más auténtica que la de carne y hueso, y de aquí su fuerza transgresora con solo el gesto de fingir afanarle una peseta del bolsillo a un espectador. Hasta entonces, jamás me hubiera imaginado que una simple cabeza de cartón poseyera tan atrayente poder catártico, ya que solo con aparecer un instante bajo cualquier excusa transformaba la situación en un ataque directo al Reichführer y, por consiguiente, a todo un montaje que se pretendía sagrado [...]. Comediants había fabricado y colocado en nuestras manos un ingenio letal.


En el Palau de la Música la prodigiosa efigie solo aparecía en la parte final de Virtuosos de Fontainebleau, pero era suficiente para convertirse en lo más transgresor de una obra que no reparaba en otros descaros. A partir de entonces viajábamos con nuestra arma amenazadora por todas partes. La gran testa del mariscal Pujol podía aparecer en los lugares más insólitos, y las reacciones iban de la consternación al regocijo.


Entre las muchas apariciones hubo una que resultó particularmente señalada. Ocurrió durante una cena que mi entrañable amigo el diputado socialista Romà Planas había organizado para simular, en clave de humor, el juicio que los militares no habían conseguido hacerme. Era la época en que los socialistas nos reían las gracias, y allí estaban aguerridos capitanes del PSC como los alcaldes de Lleida, Mataró y Hospitalet, el rector de la Universidad Central y el estado mayor de la milicia socialista con varios diputados nacionales y regionales. Como nosotros no salíamos de casa sin el cabezudo, después del simulacro de juicio bufo le pedí al teniente de la compañía, Jesús Agelet, que se enfundara la cabeza del Mariscal y diera un par de vueltas por las mesas con la intención de poner un final sandunguero al acto.


A medida que el cabezudo iba desfilando entre las mesas, los notables del socialismo catalán le propinaban golpes, insultos y empujones, con tal violencia, que temí por la integridad del teniente Agelet. Al llegar a la mesa presidencial, el alcalde de Lleida, como empujado por un resorte, se levantó y, colocándose detrás del supuesto Pujol, lo agarró por la cintura e inclinándole hacia delante empezó a simular una sodomización. La escena duró escasamente pocos segundos, pero lo suficiente para que toda la oficialidad socialista prorrumpiera en risas y aplausos ante la simbólica penetración del adversario por la retaguardia del Mariscal.


CASTIGO AL «SODOMITA»


Toda la fiereza que el PSC no demostró jamás en el combate real ante el pujolismo fue exhibida allí contra el icono. La impotencia y el resentimiento concentrados durante tantos años, intentando conquistar la jefatura del Reich, transformó la cena en un aquelarre de enorme eficacia terapéutica para aquella buena gente. Naturalmente, una vez finalizado el acto, los notables del PSC volvieron a su dimensión gallinácea y andaban trastornados pidiendo carretes de fotos a los periodistas y reclamando su silencio. Como con San Pedro, el gallo se quedó ronco de tanto socialista que negó la asistencia al satánico acto.


Nosotros, sin tenerlo previsto, le hicimos un servicio al Mariscal, desfogando para unos cuantos años más el rencor enquistado por una oposición acomplejada con el éxito popular del Führer regional. Lejos de considerarlo un favor, Pujol se puso como un basilisco al enterarse de los detalles del aquelarre, del cual se había chivado Marius Carol, periodista de La Vanguardia Española que estuvo presente. El Mariscal juró venganza; pero sobre nosotros tenía un problema, y es que había apurado ya todas las represalias posibles. Entonces, el frenesí vengativo le hizo concentrar sus iras en el sodomita del cabezudo, el campechano Antoni Siurana, alcalde de Lleida. Este municipio era un feudo socialista muy apetecido por un Pujol que sentía una especial debilidad ante el mundo rural, donde cosechaba los mayores éxitos.


La represalia del Mariscal consistió en poner una cantidad ingente de efectivos y medios financieros para derrotar al alcalde Siurana durante la campaña de las elecciones municipales de Lleida. Algunos convergentes, ignorando los motivos profundos de la obcecación presidencial, encontraban desmesurada la inversión de dineros y esfuerzo empleados para asaltar aquella plaza. No comprendían que el revanchismo contra España que albergan las entrañas de Pujol forma parte del mismo espíritu vengativo con el que deseaba hundir a su simbólico violador. Para conseguirlo, llegó a pactar incluso con los acérrimos enemigos del PP y de otro grupo, de signo ultraderechista, llamado Grup Freixa. Lejos de lo que pueda parecer, Pujol es un hombre dominado por estas miserias. Si no hubiera sido así, Catalunya tendría hoy una dimensión distinta y se hallaría menos abocada al sectarismo pedestre, principal causante de la enorme incompetencia política que asola el territorio.


El eje Convergència-PP-Freixa ganó finalmente la guerra municipal, obteniendo durante cuatro años el mando en la plaza de Lleida. Con ello quedó patente que no se debe menospreciar nunca la venganza de un sodomizado en efigie. Como he dicho antes, directamente contra nosotros, el Mariscal, militarmente, no podía hacer más de lo que estaba haciendo. Sin embargo, aunque la represalia del aquelarre socialista no nos alcanzó, llevábamos unos años padeciendo las consecuencias de nuestra particular guerra contra el timo regional. La constante ofensiva del batallón convergente, en los frentes de la comunicación y de la contratación municipal en Catalunya, empezaba a dar sus frutos. Si a ello sumamos el vacío absoluto de la cadena gubernamental TV3, las consecuencias del bloqueo se notaban crudamente en el quebranto de nuestra intendencia. No obstante, las intenciones de Pujol iban más allá del boicot que nos infligía. Nuestra compañía servía de ejemplo al resto de colegas, para demostrar que quien emprendiera un camino similar sabía a lo que se exponía.


Su política de escarmiento tuvo una enorme eficacia en este sentido, ya que nadie osó colocarse en una senda parecida. Estábamos más solos que la una. Además de la exclusión institucional, también nos encontramos con que los fieles correligionarios que nos seguían desde los inicios de la compañía con la seguridad de que éramos militantes de la sagrada causa andaban muy mosqueados por nuestros ataques a los símbolos de la patria y dejaban de acudir paulatinamente al teatro de operaciones. El goteo de los medios afines al delirio provinciano, presentándonos como renegados del movimiento revanchista nacional, hizo mella en mucha gente, que empezó a considerar un deber cívico no aportar su contribución a nuestras campañas.


Las cosas se ponían tan feas, que incluso el Ayuntamiento de Figueres retiró de la programación cultural una obra nuestra, alegando falta de calidad. Sin dudarlo un instante, para que no cundiera el ejemplo, aparecimos de inmediato en la ciudad con nuestro armamento, incluido el cabezudo. Lo hicimos, estratégicamente, en un día de mercado. Montamos allí una gresca, con escarnio nacionalista incluido, en la que la policía municipal no sabía qué hacer, pues nos seguían algunos periodistas con las cámaras, y reprimir entonces una acción espontánea de Els Joglars tampoco hubiera significado la mejor imagen ante el resto de España. Finalmente, escoltados por la propia policía, fotógrafos y televisiones, acudimos al domicilio del concejal de Cultura a entregarle una suculenta ración de paja y alfalfa para su alimento, pues el tipo en cuestión, para más inri, se llamaba Jordi Cuadras.


Frente a la situación de cerco que padecíamos, y antes que batirnos en retirada, tratamos de rehacer nuestra maltrecha intendencia presentando a TVE la propuesta de una serie de capítulos sobre Catalunya. La presencia de Pilar Miró en la Dirección General del Ente facilitó la aprobación del proyecto, y aprovechamos aquella insólita bula para lanzar desde el circuito catalán de TVE la más feroz embestida a la política nacionalista que se ha realizado en España desde una televisión.


Sólo el título, Som una meravella [Somos una maravilla], ya se mofaba del eslogan recién inventado por la Generalitat: Som 6 mil·lions [Somos 6 millones], de catalanes, naturalmente. Los temas más candentes de la política autóctona pasaban por nuestro laboratorio de campaña, y allí, mediante una mezcla de sarcasmo, pitorreo y mala uva, se cargaban y orientaban los obuses [...]


Pilar Miró, lejos de amedrentarse por la carga virulenta de los capítulos y las consiguientes protestas de los políticos regionales, me ofreció la dirección del circuito catalán de TVE. Siempre he lamentado haber rechazado aquella insólita oferta.


Hay que situar el hecho en una sociedad que se mueve entre una mezcolanza de quimeras históricas, símbolos subrepticios, culto a supuestos mártires, complejos de persecución o la simple exaltación de esencias trilladas, pero de alto contenido sentimental. Todo se apoya en una apología de los rasgos diferenciales cuya lista es la siguiente:


- La lengua catalana (algo hay que hablar).
- La sardana (creada en el siglo XIX por el andaluz Pepe Ventura).
- La rosa del día de San Jorge.
- L'hereu y la pubilla (herencia en los primogénitos).
- La fiesta del día de San Esteban (para hacer canelones con los restos de Navidad).
- La mona de Pascua (pastel con veleidades escultóricas).
- La obsesión por los rovellons (níscalos).
- Los castellers (grupo humano en sentido vertical).
- El caganer (escultura escatológica que se coloca en el Belén).

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