lunes, 3 de septiembre de 2018

Entrevista a José Jiménez Lozano (ABC, 13 de diciembre de 2002)


JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO
Escritor y Premio Cervantes
«Tiramos hacía el neanderthal, como la cabra tira al monte»
«Eremita de la literatura, castellano viejo puro, excelso prosista», el hombre que mejor retrató espiritualmente Castilla se desnuda
Texto ALFONSO ARMADA Foto EFE
«Tras la lluvia, / en el jardín de arena. / un guijarro negro relucía / como el ojo del mundo. / Y quizás lo era». El poemilla, casi haikú, se titula «Guijarro» y brilla con luz propia en medio de «Elegías menores», que José Jiménez Lozano dio a una imprenta valenciana este mismo año. Nacido en el villorrio abulense de Langa hace 72 años, «el solitario de Alcazarén» (otro pueblo a la orilla del mundo, pero esta vez en Valladolid, donde vive desde hace algunas eternidades) tiene un jardín con hierba y guijarros, sombra y tapia, pero sobre todo libros que alumbran como candiles en las noches frías de Castilla y un fuego que nunca es demasiado humano. Autor de cometas como «Sara de Ur» o la impagable «Guía espiritual de Castilla», a Pepe, como quiere que le llamen los que franquean la cancela de su casa sin temor a los arrumacos del perrazo Otto ni al librepensamiento de su dueño, hay que saber escucharle las paradojas claras y tolerarle el humo de los cigarrillos que encadena como si además de su escritura incansable (novelas, dietarios, ensayos, poemas) añadiera señales para los que ni leen ni quieren escuchar. Se ríe con facilidad, y cuando se enfada con los desgarraduras de la especie le da por la melancolía: «Tiramos más bien hacia el neandertal, como la cabra tira al monte». Le gusta prodigarse en la conversación, el artículo y el libro, pero para la entrevista hay que atraerle como a un buey, haciéndose el interlocutor buey también, y si tiene la suerte de frecuentar el toma y daca de la amistad, cuyo interés no se mide en maravedíes, miel sobre hojuelas. Así, gracias al correo posando de señor antiguo, se salvan incluso las versitas que van de Alcazarén a Nueva York como si un niño saltara una tapia y un arco iris pasara por encima de los páramos, la marea negra y todo el océano azul y tenebroso y sus perplejidades.
—¿Escribe Jiménez Lozano para los pájaros, para los hombres de hoy o para el porvenir?
—Se supone que se escribe para un grupo de lectores que, por las razones que sean, diríamos que están en la misma longitud de onda, tienen similares preocupaciones, curiosidades, sentires, melancolías, etcétera. Luego es otro asunto que se encuentre ese lector, y al fin y al cabo el mismo que el que el escritor encuentre su libro. Son cosas tan regidas por el azar o por toda una serie de circunstancias que a veces pueden resultar enigmáticas. Al fin y al cabo como encontramos un amigo, un amor. Se escribe para los muertos, dice Kierkegaard, en un determinado momento, pero no es caso ahora de glosar esta afirmación que parece así a primera vista desconcertante, pero parece que él tuvo a veces la idea de que escribía para lectores del pasado, porque el mundo en que vivía no iba a interesarse por lo que decía. Y una cosa así es más obvia quizás ahora mismo, en el digamos cambio o derrumbe cultural de este momento. Pero, aun así, se escribe para los propios lectores, las cuatro personas que no conoce el mundo, que diría Ezra Pound.
—Los periódicos le han acompañado en su encarnadura de escritor. ¿Cree que siguen sirviendo para estimular el espíritu comunitario y la conciencia del hombre, como quería Whitman, o bajan desbocados por la degradación que dicta la televisión? Ferlosio dice que no hay nada como un periódico para empezar el día y cabrearse con el mundo. ¿Participa de la misma eucaristía?
—El periódico es un invento ilustrado que quería extender el conocimiento de la realidad a la mayor parte posible de las gentes. Y Hegel pensaba que para el hombre racional era una especie de oración matinal que traía la buena nueva de los logros históricos del espíritu universal. Y ciertamente, digamos que hay como una corta edad de la inocencia del periodismo y de la publicidad, pero enseguida se vio que aquel invento podía servir para la lucha política y económica, y todo se estropeó bastante. Y luego se ha estropeado mucho más cuando efectivamente las técnicas de tutilimundi o circo donde se ven cosas de mucho morbo y atractivo que son las de la televisión. Ni se sabe cómo han pervivido pareciéndose todavía algo a aquella idea ilustrada. Quizás lo único que podía hacerlos ganar la batalla es negarse a esas imitaciones, y volviendo a aquella seriedad ilustrada, ya que no pueden hacerlo a su inocencia. Por lo demás yo no espero mucho del mundo, y en realidad los periódicos no me producen mucha sensación con lo que cuentan de él y no suelo empezar el día con ellos.
—De Fray Luis a Jonás, de Santa Teresa a Simone Weil, de Pascal a Spinoza. Con ellos se sienta a pensar en las mañanas y tardes de Alcazarén. ¿Qué tienen estos compañeros de viaje que le siguen a lo largo de los días y los años?
—No exactamente. Esos señores y señoras y otros por el estilo son muy viejos amigos, y se charla con ellos. Es lo que nos enseñaron que había que hacer.
—¿Qué trae en el zurrón su libro más reciente en el que habla de Jonás?
—Se trata de una fábula cuyo protagonista es esta fascinante figura bíblica. Se trata de que los lectores vivan con Jonás como yo he vivido un tiempo y que les cuente cosas. Jonás creo que no llevaba equipaje, sólo un bastón, pero todo un bastón, y con él se paseó por Nínive, quiso venirse hasta Tarsis, y anduvo por el mundo del mar y su trasmundo.
—¿Piensa a medida que escribe o escribe para poder pensar?
—No sé si entiendo bien la pregunta. Si se escribe un ensayo o un artículo, se trata ciertamente de un proceso racional y se controla racionalmente, y hay que pensar lo que se escribe. Si se escribe un relato se ve y se oye, y el control racional queda más bien limitado -lo que no es poco-. No hablar uno mismo, que el cristal que se interpone entre lo que se narra, y luego se leerá, y lo que se escribe sea lo más delgado posible, y, sí es de aire, mejor.
—¿Este ser humano de ahora no tiene candil o es que la historia ni enseña ni alumbra?
—En realidad tenemos candiles y hasta luminosas hogueras, pero somos como somos, no sólo no nos regimos por la razón que diría Spinoza, sino que tiramos más bien hacia el neandertal, como la cabra tira al monte. Es un deslizadero más fácil que subir desde el neandertal, un camino que, por iluminado que esté, es cuesta arriba.
—¿Sigue siendo España un enigma histórico o hemos de echar el cierre a la funesta manía de interrogamos sobre la identidad de una península demasiado abarrotada de historia?
—Sí, es realmente singular lo que ocurre con España, parece un ente de ficción siempre «in faciendo». Quinientos años lleva ahí está España como comunidad sociopolítica y cultural, pero por lo visto está mal hecha, y cada cual tiene su proyecto como si fuera el del chalet, lo que resultaría divertido y chusco si se tratase de esquemas en el papel, y en este país de arbitristas ha habido muchas gentes fantasiosas que los han producido verdaderamente pintorescos, pero nunca trataron de llevarlos a la práctica. Eran ingeniosas y maravillosas propuestas, pero es que ahora, por lo de las posibilidades de la tecnología, se propone llevarlos a la práctica y a cuenta de todos. Parece algo exagerado, y hasta siniestro, temiendo en cuenta que algunos de esos esquemitas vaso experimentaron y mejor no recordarlo. El asunto es tan trágico y tan cómico que éste es el único país del mundo en el que hasta su mero símbolo, la bandera, causa traumas existenciales a muchos españoles, según se dice, y desde luego años enteros ha habido en que no se podía decir España. ¿Y les suena España a algo serio a las jóvenes generaciones? La verdad es que se ha hecho todo para hacer este mismo nombre despreciable. Me temo que lo vamos a pagar amargamente.
—Atentados terroristas contra Nueva York, vientos de guerra en el Golfo, siembra de cadáveres en Palestina... ¿Es la marea negra de la Costa de la Muerte una metáfora de algo además de su literalidad espantosa?
—No me gustan nada las metáforas y no sólo en poesía, y tampoco las explicaciones que no pasan por la mínima prueba de falsabilidad, y mucho menos las ideológicas y los catecismos omnicomprensivos. He nacido ya muy tarde como para creer en los humanitarismos o idealismos baratos sobre la historia de los hombres, que tan siniestros se han revelado, y no soy un politólogo que se supone que podría contestarle con un serio y fino análisis de toda esa situación. Hay también en este caso demasiados arbitristas que saben lo que hay que hacer, no voy a añadir una receta más. Sólo se me ocurre recordar que, en tiempos de los dos terribles y despreciables totalitarismos del siglo XX, que añadamos entre paréntesis han dejado tantas mañas en las democracias avanzadas, tantos pensares y sentires siniestros en todos nosotros y la famosa redentora modernidad, creo que fue Ionesco el que dijo aquello de que la historia se presentaba bajo la forma de dos vestidos con uniforme a la hora del lechero -algo que por cierto también le dijo a Mandelstam un comisario al prevenirle de las consecuencias de algunos de sus versos-, pero ahora parece haber cambiado aquella forma de su presencia y se encama en colosales brutalidades. Como si, acostumbrados como estamos a la barbarie informativa, a la basura y los desechos, y a la presencia diaria de la violencia, se nos hubiera embotado el alma y necesitáramos algo más fuerte.
—Su siglo ha sido el XX, con su gran cosecha de atrocidades y hallazgos maravillosos. Asoma la patita el siglo XXI y parece una pata vieja. ¿No tenemos cura o cuando Macbeth dice la vida no es más que un cuento narrado por un idiota que nada significa habla en realidad en nombre de los asesinos y los poderosos, no de los que padecen la historia, los humildes que no tienen voz para la imprenta y para los anales?
—La historia es como siempre, sólo que con un par de realidades altamente importantes que son el sustrato de Auschwitz y el Gulag: tecnología sofisticada y burocracia eficaz, como dice muy lúcidamente el señor Zygmunt Bauman en un estudio sobre el Holocausto. Y lo terrible es que a alguien pueda ocurrírsele echar mano de ellas para sus fines y con los pretextos que sean, que siempre serán los de hacemos más felices. Esto es algo más que un cuento contado por un idiota y sí significa, aunque precisamente lo moderno es afirmar que no significa nada precisamente, lo que es todavía más desasosegante: el crimen y el horror no significan nada.
—Parece probado que ni la alta cultura ni las bellas artes nos vacunan contra el mal. Usted sigue escribiendo poemas breves como oraciones o haikús. ¿Son una forma de entendimiento o de consuelo?
—Yo no estoy tan seguro de que la alta cultura y la belleza no significan nada frente a la maldad. Desde luego no estamos en tiempos de las grandes sensibilidades y exquisiteces medievales de los tiempos más oscuros en los que el verdugo no se atrevía a atormentar en la cámara de tortura con una virgencita gótica por delante, y la echaba un paño negro a la cabeza. Pero lo cierto es que el arte y la cultura profunda nos hacen mucho más ineptos para la barbarie. «¡Éstos a la cocina!», decía Durruti de los intelectuales anarquistas. Permítame esta «boutade». Este es un tema mayor de nuestro tiempo en el que nos llena de vergüenza la actitud de la «intelligentsia», que decían los camaradas. Sería para hablar largo y es muy deprimente. Aunque claro está que, antes de seguir hablando con una simple decencia de cultura, hay que ventilarlo.
—Se habla mucho de la memoria, tanto para denostarla como para convertirla en efigie, aforismo y llave de marear. ¿Cree que hemos enterrado en falso los fantasmas de la guerra civil o le da terror empezar a remover viejos cementerios y fosas comunes olvidadas?
—Hay cosas que ni deberían nombrarse, por pura civilidad siquiera.
—¿Y qué hablaría con don Quijote y Sancho si asomaran una tarde a la tapia de su jardín de Alcazarén?
—Lo que se terciara.
ABC, 13 de diciembre de 2002, pp. 52-53

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