Octavio Paz en Madrid. Julio de 1937. |
LA GUERRA CIVIL DESDE AMERICA: UN
TESTIMONIO DE OCTAVIO PAZ
Es
poco conocido cómo se contempló la guerra civil española desde América, en
medio de los debates surgidos al hilo del 70º aniversario del conflicto, el
testimonio de Octavio Paz, recogido de la transcripción de una entrevista
televisiva nunca antes publicada, resulta harto esclarecedor.
En
1937. Pablo Neruda invitó a Octavio Paz, quien tenía entonces veintitrés años
de edad, al Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, que
tuvo lugar en Valencia, Barcelona y Madrid, del 4 al 17 de julio, en plena
Guerra Civil. El congreso tuvo como tema central el combate al fascismo a
través de lo que en aquella época se llamaba «libertad por la cultura». En 1984, con motivo del septuagésimo
aniversario del poeta mexicano, la televisión azteca transmitió una serie de
veintiún programas titulada Conversaciones
con Octavio Paz. Uno de ellos fue consagrado a La experiencia de la Guerra Civil española. Al cumplirse ahora
setenta años de aquel acontecimiento, se han seleccionado algunos fragmentos de
ese testimonio en el que Paz narra la manera en que la vivencia de la guerra
marcó para siempre su obra y su pensamiento político. El interlocutor invitado,
en esa ocasión, fue el escritor argentino Luis Mario Schneider, quien vivió en
México la mayor parte de su vida, y autor del libro La inteligencia y la Guerra Civil Española. II Congreso de Escritores
Antifascistas.
Héctor
Tajonar: ¿Cuál era el clima intelectual en México antes de su viaje a España?
Octavio
Paz: En aquella época habíamos leído La
condición humana, de André Malraux, y los textos de André Gide de adhesión
al comunismo, de lo que más tarde se arrepintió. También habíamos leído a Marx,
a escritores reaccionarios como Spengler y por supuesto a los grandes filósofos
como Nietzsche. Todo esto había creado una especie de efervescencia en mi
generación. Algunos de mis amigos ingresaron en el Partido Comunista y otros en
Acción Nacional. Lo cierto es que mi generación estuvo tocada por la violencia.
No éramos muy tolerantes, ni creíamos mucho en la democracia. Nos sentíamos
atraídos por los extremos. Había una teoría del Frente Popular y al mismo
tiempo se extendía la sombra, liberadora y maléfica, de Trotsky, quien era un
poco el Satanás de la izquierda. Yo nací en esa atmósfera y diría que de un
diálogo secreto con el trotskismo.
Luis
Mario Schneider: ¿Y, al llegar a España, se sintió «compañero de ruta»?
O.
P.: Un poco sí, aunque no era miembro de ningún partido político porque tenía
muchas dudas. Mi gran objeción al marxismo y el estalinismo, en aquella época,
era sobre todo de orden estético. Nunca acepté el realismo socialista, porque
siempre quise distinguir entre poesía y propaganda. De ahí que, cuando los
jóvenes españoles de la revista Hora de
España -Serrano Plaja, Gil Albert, Sánchez Barbudo- presentaron una
ponencia en el Congreso de Escritores Antifascistas proponiendo la distinción
entre poesía y propaganda, sentí inmediatamente simpatía hacia ellos, mayor que
hacia mis amigos mexicanos que habían seguido la doctrina, nefasta para mí,
entonces y ahora, del realismo socialista.
L.M.S.: Octavio, es incuestionable que la Guerra Civil [española] conmovió a la
intelectualidad de todo el mundo porque fue una revolución de replanteamientos
mentales. En esas circunstancias, ¿qué motivaciones tuvo en usted para escribir
«No pasarán»? Por cierto, ese extenso
poema nunca fue recopilado por usted en sus distintas versiones de «Libertad bajo palabra», aunque sí fue
publicado en una pequeña edición de tres mil quinientos ejemplares, cuyo
usufructo fue donado por usted al Frente Popular Español en México. Yo tengo un
ejemplar que, en el colofón, dice: «En
prenda de simpatía y adhesión para el pueblo de España, en la lucha desigual y
heroica que actualmente sostiene».
O.P.: Yo escribí aquel poema casi como se escribe un poema de amor. Bajo el
golpe, bajo el soplo de la emoción. Yo recuerdo que tenía amigos que no
compartían mis ideas políticas, como el poeta Jorge Cuesta, quien me hizo la
misma pregunta que usted. Me dijo: «Octavio,
¿por qué escribió este poema? ¿Usted cree que esto va a afectar el curso de la
guerra?» Le respondí: «No, de ninguna
manera, no soy tan vanidoso. ¿Usted cree que alguien se va a convertir? Bueno,
puede que sí, ¿por qué no?, uno o dos pueden convertirse, pero yo no creo en la
propaganda». Escribí el poema sinceramente, como una necesidad íntima.
Volví a leerlo a los pocos meses, y me di cuenta de que había confundido la
emoción con la creación y la elocuencia con la poesía.
L.M.S.: ¿Por qué no nos lee la primera estrofa y parte de la última?
O.P.: Bueno, justamente la primera estrofa de «No pasarán» fue publicada en la revista Letras de México como un ejemplo de falsa buena poesía. El poeta
mexicano Bernardo Ortiz de Montellano escribió que el autor de esos versos era,
evidentemente, un joven, un poeta que tiene conocimiento de la poesía moderna,
de la poesía actual, pero que el resultado no es poesía: es retórica. Aquello
me impresionó mucho y creo que tenía razón. Recordemos:
«Como pájaros ciegos, prisioneros,
como temblantes alas detenidas
o cánticos sujetos,
suben amargamente
hasta la luz aguda de los ojos
y el desgarrado gesto de la boca,
en latidos febriles de la sangre,
petrificada ya, e irrevocable:
No pasarán».
Octavio Paz y Elena Garro pasean por Barcelona en 1937. |
Esta
es la primera estrofa y sí, en efecto, hay cierta elocuencia, La que a usted le
gusta es la penúltima, ¿no?
«Detened a la muerte,
a esos muros siniestros, sanguinarios,
o poned otros muros;
reconquistad la vida detenida,
el correr de los ríos paralizados,
el crecer de los campos prisioneros,
reconquistad a España de la muerte».
Bueno,
yo apruebo estos sentimientos, pero repruebo esta retórica.
H.T.: Desde el punto de vista humano, ¿qué considera lo más importante y
aleccionador de su estancia en España durante la Guerra Civil?
O.P.: Lo que rescato para mí en aquella época es, en primer lugar, el hecho de
que conocí a muchos poetas y fui amigo de los jóvenes españoles. La gran
experiencia fue haber conocido al pueblo español y la verdad de la guerra. Esta
verdad no era lo que decían mis poemas. La verdad de la guerra era que había
hambre, caían bombas, la gente tenía miedo y sentía desesperación, la gente no
estaba de acuerdo con muchas cosas que pasaban del lado republicano, y al mismo
tiempo había verdadero horror de lo que podía ocurrir cuando llegasen las
tropas de Franco. Era una situación realmente dramática. En ese momento yo iba
mucho a las tabernas para hablar con el pueblo español: ahí empecé a conocer
parte de una realidad que hasta entonces ignoraba. Por ejemplo, aquellos «paseos» en los que los milicianos
asesinaron gente impunemente. Eso me impresionó mucho. Hablé con León Felipe de
estos temas y me mostró el otro rostro de la verdad. Ello no me acercó a
Franco, porque en su caso era el Estado mismo, con la bendición de la Iglesia,
quien realizaba los fusilamientos. Pero no debe pasarse por alto que del lado
republicano sucedían cosas terribles, lamentables, como muchos asesinatos,
sobre todo en Madrid, y también venganzas personales. Esto lo recuerdo porque,
muchos años después, leí el libro del escritor francés Georges Bernanos Los grandes cementerios bajo la luna.
Bernanos era un escritor católico y conservador; fue a España para estar del
lado de Franco, quedó horrorizado con lo que allí vio y escribió este libro de
denuncia de las atrocidades franquistas. Del lado republicano, dos escritores
europeos, George Orwell y Simone Weil, también denunciaron a su vez los excesos
ocurridos en ese bando. Esto es lo que a mí me parece que no hicimos bien los
demás. Ahora me doy cuenta de que el deber del escritor no es solamente mostrar
los crímenes de los enemigos, sobre todo si esos enemigos son también los
enemigos de la libertad. No se deben ocultar los crímenes del propio partido o
del propio país. Hay una frase del doctor Johnson sobre el patriotismo que es
absolutamente exacta: «Ni el patriotismo,
ni la lealtad ideológica, ni la lealtad religiosa pueden justificar que uno sea
cómplice de los crímenes de su partido, de su familia o de su casa».
L.M.S.: ¿Participó usted en los enfrentamientos armados?
O.P.: Yo estuve en el frente del sur, visité el sur. Había un guerrillero
mexicano por allí, de nombre Juan B. Gómez; también andaba por allá Siqueiros.
Quise estar en las Brigadas Internacionales, como comisario político, pero me
disuadieron. Alberti fue uno de ellos. Me dijeron que era un error, que me iban
a matar, que para qué, que no tenía preparación política ni militar. Ahora me
doy cuenta de que, de haber sido comisario político, me habrían fusilado quizá
los mismos republicanos. Me rechazaron y me dijeron que debía ir a México para
hacer labor de propaganda, lo cual fue una bendición.
H.T.: La vivencia de la Guerra Civil española fue determinante en la formación de
su pensamiento político, ¿no es así?
O.P.: Indudablemente, la guerra de España me enseñó muchas cosas. Ante todo, que
sí hay causas que se deben apoyar en el mundo. Cuando Xavier Villaurrutia y
otros poetas amigos míos a los que admiraba y respetaba me decían «todo es lo mismo», yo pensaba: no es
verdad, no todo es lo mismo, hay causas, no todo es relativo. Es evidente que
nada es perfecto en la tierra, pero tenemos valores que defender. Esos valores para
mí son, sobre todo, los valores de la libertad y de la democracia. Ahí donde el
régimen -por más injusto que sea, por más graves que sean las diferencias
sociales o de clase-, ahí donde hay libertad, hay posibilidades de cambiar a la
sociedad. Ahí donde no hay libertad, no hay posibilidades de cambiar, sino
simplemente de reforzar la injusticia y la tiranía. Esto me parece a mí un
axioma. La segunda enseñanza, mas intima, más para escritores, es que el deber
del escritor es ser independiente. La idea que está ahora de moda, del gran filósofo
italiano Antonio Gramsci, del intelectual orgánico, a mí me parece terrible. Yo
creo que al escritor orgánico ya lo conocemos: es el escritor medieval, es el
escritor de la época absolutista...
H.T.: El escritor de partido, sobre todo, ¿no?
O.P.: Sí, o de Iglesia o del Estado. Yo creo lo contrario: creo en el escritor
fuera de ese ámbito, en el escritor marginal que se equivoca, que se equivoca
desde su soledad, que habla desde su cuarto, no desde la verdad del partido o
de la Iglesia. Es el caso de los disidentes rusos, polacos o checos, como
Kundera. Solyenitzin o Milosz. Claro, la independencia nunca puede ser
absoluta, nunca es total. Pero para mí es fundamental. Ésas son las dos grandes
experiencias españolas, y una más, la más entrañable: haber conocido al pueblo
español.
[Tres
años después de realizar esta entrevista, Octavio Paz pronunció el discurso
inaugural del cincuentenario del Segundo Congreso de Escritores Antifascistas,
celebrado en Valencia. Además de su profunda emotividad, el texto fue una
invitación a la autocrítica: «Este acto
perdería su sentido más vivo y hondo si no logramos que sea también un acto de
reflexión y un examen de conciencia». (Pequeña
crónica de grandes días, Fondo de Cultura Económica, página 95).
Asimismo,
el poeta mexicano sintetizó los aspectos positivos y negativos del Congreso: «Todo esto -el amor, la lealtad, el valor, el
sacrificio- es inolvidable y en esto reside la grandeza moral del Congreso. ¿Y
su flaqueza? En la perversión del espíritu revolucionario. Olvidamos que la
Revolución había nacido del pensamiento crítico; no vimos o no quisimos ver que
ese pensamiento se había degradado en dogma y que, por una trasposición moral y
política que fue también una regresión histórica, al amparo de las ideas
revolucionarias se amordazaba a los opositores, se asesinaba a los
revolucionarios y a los disidentes, se restauraba el culto supersticioso a la
letra de la doctrina y se lisonjeaba de manera extravagante a un autócrata»
(ibíd., pp. 102-103). Uno de los ejemplos que utilizó para ilustrar la
persecución de los disidentes fue el de André Gide. Vuelvo a la entrevista,
donde lo narró con mayor detalle.]
O.P.: Días antes de la apertura del Congreso apareció en París un pequeño libro de
Gide, quien hasta entonces había sido un escritor cercano a la revolución rusa:
Retoques a mi regreso de la URSS. En
él hacía críticas moderadas al régimen soviético. No era fácil hablar de ese
tema en el Congreso, pues había una atmósfera, no de terror, pero sí de presión
psicológica y moral. En Madrid se discutió el tema de Gide, hubo ataques muy
violentos de los soviéticos y un deplorable discurso de José Bergamín, en el
cual dijo que ser enemigo de la Unión Soviética significaba ser enemigo de España.
Un tipo de razonamiento absolutamente inmoral y reprobable. El único que lo
defendió fue Malraux, aunque de un modo un tanto retórico y equívoco. Una serie
de escritores presididos por Juan Marinello decidieron votar y aprobar la
moción de censura a Gide. El único que objetó esto fue el poeta mexicano Carlos
Pellicer. Yo me uní a él y, en el momento de la votación, hubo dos
abstenciones: la de Pellicer y la mía. Los demás pensaron que, en mi caso, se
trataba de una debilidad de jovenzuelo y, en el de Pellicer, de un desliz de
esteta.
[La
experiencia de la Guerra Civil española fue decisiva, no sólo para la formación
de las ideas políticas de Octavio Paz. La ponencia presentada por Arturo
Serrano Plaja, reproducida en el número de Hora
de España dedicado al Congreso, fue el punto de partida de una larga
campaña emprendida por Paz en defensa de la libre imaginación, principio
fundamental de su creación poética. Acaso por ello, el escritor mexicano dedicó
a Serrano Plaja el poema titulado «Los
viejos», inspirado en los evacuados en un barco de carga, durante la Guerra
Civil. Como lo expresó Paz en el citado discurso de 1987, en Valencia: «Con ellos y por ellos aprendí que la palabra
fraternidad no es menos preciosa que la palabra libertad: es el pan de los
hombres, el pan compartido» (ibíd., pág. 105).]
HÉCTOR TAJONAR
ABCD,
02/12/2006, pp. 5-6