Varsovia es una ciudad inédita. Parece organizada en “retales”. No hay un centro claro y las partes de las que se compone parecen cosidas las unas a las otras de mala manera. Existe una reconstruida ciudad vieja. Existe el barrio de Praga al otro lado del río. Existe Urzynów repleto de bloques de pisos de estilo soviético. Existe el barrio de Belbedere repleto de edificios oficiales, embajadas y parques. Existe el palacio de la Cultura y la estación central... Y atravesándolo todo, amplias avenidas y enormes autopistas compartimentado la ciudad, troceándola de manera extraña. De cuando en cuando, aparecen monumentos que recuerdan el heroico y horripilante pasado de la ciudad: monumentos a los héroes del gueto, al levantamiento de Varsovia, el Pamiak..
A diferencia de una ciudad como Madrid, no es posible trazar una línea que atraviese las sucesivas etapas del crecimiento de la ciudad. Cuesta imaginar que los edificios que componen la “ciudad vieja” tengan los mismos años que los bloques soviéticos del extraradio o que las iglesias que pueblan el “casco antiguo”, no hayan sido construidas durante el barroco.
Aún así la ciudad tiene cierto orden si es vista desde las lineas de tranvías y autobuses que parece que la sirven como de esqueleto.