miércoles, 18 de junio de 2008

Provincianos

Rue Descartes

Bajando por la calle Descartes
Pasaba hacia el Sena, el joven bárbaro en el viaje
Intimidado por la llegada a la capital del mundo.

Fuimos numerosos, de Iassí, de Koloschbar,
de Vilna y Bucarest, de Saigón y Marrakech,

Con nuestra avergonzada memoria de las costumbres familiares
De las que aquí no era justo hablar con nadie:
El batir las manos para llamar a la servidumbre,

Y llegan corriendo las niñas descalzas
La comunión del pan con las bendiciones,
El Coro de las Plegarias exorcizadas por los amos y los domésticos.

Dejé atrás las provincias nebulosas.
Entraba en las universales, encantado, con admiración.

Luego, muchos de Iassí y de Koloschbar, o de Saigón o de Marrakech
Fueron asesinados porque se rebelaron contra de las costumbres familiares,
Luego, sus colegas tomaron el poder
Para asesinar en nombre de las hermosas ideas universales.

Mientras tanto, conforme a su naturaleza, permanecía la ciudad,
Soltando una carcajada ronca en la oscuridad de la noche,
Amasando los largos panes y llenando de vino las vasijas de barro,
Comprando en los mercados los peces, los limones y el ajo,
Indiferente, al honor y a la humillación, y a la grandeza y a la gloria,

Porque todo esto ya fue y se convirtió
En los monumentos que ya no eran de nadie,
En las arias o en los giros de palabras apenas perceptibles.
De nuevo apoyo los brazos sobre el granito hostil de la costa,
Como si regresara de un largo viaje por las regiones subterráneas.
Y de súbito viera girar en la claridad la rueda de las estaciones
Allí donde cayeron los imperios y los que vivían murieron,
Y no hay aquí, ni en ninguna parte, la capital del mundo.
Y todos las humilladas costumbres resucitaron de la desgracia.
Y sé ahora que el tiempo de las generaciones humanas no es el mismo que el de la Tierra.

Y de todos mis pecados graves, hay uno del que más me acuerdo:
Cuando una vez, en el sendero del bosque, junto al arroyo
Lancé una piedra grande sobre la serpiente enroscada en la hierba.
Y todo lo que sucedió después en mi vida ha sido un castigo merecido
Que tarde o temprano alcanzará a quien se atreviera romper lo prohibido.

Czeslaw Milosz (1980)
Traducción de Bárbara Stawicka-Muñoz.

3 comentarios:

Fran Capitán dijo...

Hermoso poema, don cógito. Su página es excelente. Cada vez la leo más, aunque tengo poco tiempo. A ver si le llamo y quedamos un día, amigo. Un saludazo, 'don cogi'.

Don Cogito dijo...

Muchas gracias, caballero. Venga a ver si nos vemos...

Saludos

Irène dijo...

Me ha encantado la foto